Bombardeo de estadísticas y denuncias, modelo Holocausto. Lapidación pública de la Iglesia Católica. Sin dejar de condenar sin tapujos los numerosos abusos, el dolor de las víctimas, el escándalo producido y el corporativismo clerical puesto en evidencia, hay que clamar contra la injusticia de la campaña de descrédito mundial de la Iglesia fundada por Jesucristo. Tiran la primera y la enésima piedra contra ella los poderes del mundo que hacen de la carencia de normas y las aberraciones sexuales su bandera. Contra todo el clero católico por los delitos de una ínfima parte del mismo, con la injusticia de todas las generalizaciones inferidas. Estadísticas engañosas no significativas en el asqueroso ranking de la pederastia, referidas al conjunto espacio temporal del colectivo humano puesto a los pies de los caballos.
En relación con otro tema ensangrentado, el de ETA, sus víctimas y los obispos vascos, Carlos Ibáñez Quintana (Ahora Información 152, pág. 4) escribe una opinión que viene como anillo al dedo de la Cumbre del Vaticano sobre la pederastia: “Cada vez que una jerarquía eclesiástica pide perdón por algo que han cometido miembros del Clero o de la Jerarquía, nos quedamos perplejos. En nombre de la Iglesia no procede pedir perdón, pues la Iglesia es santa y no puede cometer pecados. (…) Toda la doctrina de la Iglesia está basada en que nuestro Salvador vino a salvar a los pecadores. Y eso lo refleja la liturgia de la Iglesia cuyos actos comienzan siempre por una petición de perdón. Hay pecados abominables entre los miembros de la Iglesia, los ha habido y los habrá. Y lo único que nos queda a nosotros es reflexionar sobre los de cada uno, pedir perdón, reparar el mal hecho y proponernos no volverlos a cometer. Pero, a nuestro juicio, esas peticiones genéricas de perdón, realizadas por quienes no han realizado el mal y muchos años después de los sucesos, no sirven para nada. Nos parecen un intento de lavarnos la cara ante un mundo que insiste en vérnosla sucia”.
