Que aparezca un nuevo libro de Julio Verne no pasa todos los días. Nada menos que el creador del Nautilus y el capitán Nemo, de Miguel Strogoff, de quien nos llevó al centro de la Tierra, cinco semanas en globo u ochenta días para dar la vuelta al mundo. Vamos, que quizás estamos ante el escritor que más nos ha hecho soñar.
Libros Libres anunciaba la publicación de El conde de Chanteleine, una novela ambientada en el alzamiento católico y monárquico de la región de La Vendée contra el régimen del Terror de la Revolución Francesa. Un joven Verne la había publicado por entregas en 1864 y cuando, años después, quiso publicarla como libro, su editor se negó por razones ideológicas.
¿Sería solo eso o es que la novela no daba la talla? ¿Es una novela donde el fondo de las guerras vendeanas es un mero escenario de fondo o realmente Verne se mete a fondo en las motivaciones que dieron lugar a tan trágico acontecimiento?
Con estas preguntas en mente me puse a leer la obra (que devoré en dos días) y mi conclusión es que el veto fue meramente ideológico, y se entiende, porque la Vendée no es un detalle, sino que lo envuelve todo.
Que nadie espere un libro de historia, ni tampoco una obra debida a la pluma de Dante o Dostoievski. Estamos ante un libro típico de Julio Verne, una novela de aventuras y amor trepidante, que te atrapa y que creo que podríamos clasificarla como un precedente de la magnífica Miguel Strogoff. No hay aquí grandes introspecciones y los personajes no sufren complejas transformaciones: hay héroes, villanos, leales vasallos… que lo son hasta el último suspiro.
Leyendo El conde de Chanteleine uno entiende por qué Julio Verne triunfó: mantiene siempre el pulso de la narración, en un conseguido equilibrio entre descripción (natural de Nantes, en la región donde transcurre la novela, Verne transmite un gran verismo en sus expresivas descripciones de lugares y tipos), diálogos y acción. El libro se inicia de modo trepidante, sumergiéndonos en la guerra y las peripecias que han de arrostrar el heroico conde de Chanteleine y su leal hermano de leche Kerman, amenazados por el felón y asesino Karval. Luego, el relato se sosiega para dar lugar a una romántica (y previsible) historia de amor y ofrecernos una escena explicativa del modo en que eran acogidos los sacerdotes juramentados por parte de la gente sencilla de Bretaña, antes de retomar la emoción que nos llevará, de modo inesperado, hacia el final feliz de cualquier novela de aventuras que se precie.
Decía antes que la resistencia de los vendeanos a las imposiciones de la Revolución, su heroica lucha y el Terror desencadenado por la República no eran un mero escenario secundario en El conde de Chanteleine. Por el contrario, Verne aprovecha para explicarnos detalles de lo acaecido en aquellas guerras, explicitando las motivaciones, mostrando los actos de unos y otros, sin ocultar las terroríficas acciones revolucionarias que bien pueden calificarse de genocidas (un pequeño inciso que justifica al Comité de Salud Pública revolucionario por la necesidad de un poder fuerte en un momento de caos no fue suficiente para salvar la censura republicana, tan favorable a los vendeanos es el resto del libro). Es todo el libro el que trasluce, diría que en cada una de sus frases, admiración por la fe de los vendeanos y censura hacia las acciones de sus enemigos.
Estamos pues ante una novela de aventuras que transmite un mensaje inequívocamente contrarrevolucionario y que gustará a quienes disfrutan de un relato emocionante como Julio Verne tantas veces demostró que bordaba.
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