Cuando estas letras manchen algún papel, y con mayor razón si imprimen una retina cualquiera, tendremos el desgobierno de turno. Que tal y como van las cosas -las sibilas indican sin sentenciar- puede resultar lo que fuere.
Pero es probable que aún esté al quite el Centenario. Y aquí entramos en política. Alta política. Cuestión de todos, lo es más determinantemente nuestra por condición y estado laical. Con independencia de las cartas, no ya digo de la partida, sino de la mano en curso. Que, a la postre, el presente no llega ni a mano en la historia.
La alta política, horizonte abierto, como mar de velas plenas, es el amor de Dios; a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. No nos aislamos por esto. Al contrario, jugamos a lo grande y todas las cartas. Esto resulta obvio con tal que se entienda que no rigen las circunstancias, que pueden ser cualesquiera. Lo que si permite desear lo óptimo, no arredra la navegación presente.
Lo que la alta política, por mor de ser concretos, no deja en cuneta es lo que nos rige como principio y ley nuestra. Lo que abrió camino y curso en el tiempo. No hay universalidad fuera de lo concreto. Tiempo y espacio: lo pateado juntos. Esta es nuestra constitución política.
Pretender jugar sin sentarse a la mesa es absurdo. Como lo es al tuntún de lo que salga por mano, que es ni saber ni querer jugar… Un juicio obvio es que no vamos ni medianamente bien.
Alta política: centenario de la consagración al Sagrado Corazón. Renovación. ¿De verdad quieres, queremos, que Cristo reine? ¿En la vida social? ¿En nuestras calles? ¿En nuestras aulas? ¿En nuestras cocinas y hogares? ¿En la vida política? ¿En las leyes?
Por Evaristo Palomar. Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad Complutense | MADRID