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Alejandro Casona: Como tu Quevedo, calzado vas con tus espuelas de oro

“No soy escapista, que cierra los ojos a la realidad actual española. Lo que ocurre es que no considero como realidad solamente la angustia, la desesperación y el sexo. Creo que el sueño es otra realidad tan real como la vigilia”.

Conmemoramos este mes el 55 aniversario del fallecimiento del escritor, comediógrafo y dramaturgo asturiano Alejandro Rodríguez Álvarez (17-09-1965), conocido como autor teatral con el seudónimo de Alejandro Casona, maestro de la generación del 27, de la dramaturgia, el teatro, la poesía, el ensayo, la narrativa y el cine.

Como autor de teatro, sus obras son de un teatro de ingenio y humor que mezcló sabiamente fantasía y realidad. En este sentido, la suya está considerada una obra de carácter neosimbolista que procura la evasión, aunque observando siempre un tono experimental. Su producción, poéticamente rica, no empleó, sin embargo, en absoluto la construcción en verso. Sus valores teatrales y literarios, así como poéticos y humanos, lo destacan como uno de los grandes autores de la escena española e iberoamericana del siglo XX.

Alejandro Rodríguez Álvarez nació en Besullo, una aldea del concejo de Cangas del Narcea, Asturias, el 23 de marzo de 1903. Fue hijo de maestros, pasó su primera infancia en el pueblo asturiano de Besullo y a los cinco años la familia se trasladó a Villaviciosa y Gijón. Estudió el Bachillerato en Gijón, y Filosofía y Letras en las universidades de Oviedo y Murcia. En 1922 entró en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, se graduó en Magisterio en 1926, y realizó las prácticas en 1927. La enseñanza constituyó una faceta importante en la primera etapa de su vida. En 1928 fue destinado como maestro al pueblo de Les (Lérida), en el Valle de Arán, como Inspector de Enseñanza Primaria. Allí nació en 1930, su única hija, Marta Isabel, allí publicó, con los chicos de la escuela, su primera obra de teatro infantil, “El pájaro pinto”, y allí se casó ese año, 1928, en San Sebastián con Rosalía Martín Bravo , que había sido su compañera de estudios de Madrid. Durante este periodo, Casona adaptó “El crimen de Lord Arturo” de Wilde, que fue estrenada en 1929 en Zaragoza, y en la que por primera vez aparecía en cartel el seudónimo Alejandro Casona (en honor a la “casona del maestro” de su pueblo natal, Besullo).

Escribía sin cesar obras teatrales y también publicó algo de poesía: “El peregrino de la barba florida” (1926) y “La flauta del sapo” (1930).

En 1931, tras una fugaz estancia como inspector en Asturias y en León, opositó con éxito por una plaza en la Inspección Provincial de Madrid, donde fijó su residencia hasta el comienzo de la Guerra Civil.

Proclamada la II República, se inició en el teatro dirigiendo el recién creado Patronato del Teatro de las Misiones Pedagógicas, una compañía de aficionados formada por los alumnos del instituto del Valle de Arán, del que era profesor, que le asignó el cargo de director de un teatro itinerante conocido con el nombre del «Teatro del Pueblo» (1933), dependiente de las Misiones Pedagógicas, cuya actividad se vio recompensada por la gran acogida que tuvo el teatro clásico por parte de la población rural. En 1934 recibió dos premios: el Premio Lope de Vega por su comedia “La sirena varada”, que se estrenó en el Teatro Español por la compañía de Enrqiue Borrás y Margarita Xirgú con un éxito clamoroso. Y también ganó el Premio Nacional de Literatura en 1934 por su libro de prosa infantil “Flor de leyendas” (1932), colección de leyendas clásicas y medievales.

La obra de Casona rompió los moldes estilísticos establecidos en el teatro predominantemente naturalista de la época, e introdujo materiales nuevos para conformar sus personajes, tales como la indagación psicológica y la fantasía. La gran preocupación del autor fue dotar en todo momento de una dimensión poética a su teatro. Antes de la guerra civil publicó aún dos obras: “Otra vez el diablo”, de 1935, y “Nuestra Natacha”, de 1936, obra polémica dominada en su temática por inquietudes políticas de reforma social. Sin embargo, el estallido de la guerra civil española rompió toda expectativa de futuro para Casona. Su compromiso con el gobierno de la República fue firme, pero pronto se dio cuenta de que la guerra iba para largo. Estuvo en un hospital de Madrid montando representaciones para heridos de guerra con el Teatro del Pueblo y dando alguna conferencia sobre teatro en Valencia antes de dejar España en febrero de 1937.

Alejandro Casona se trasladó a México en primer lugar, donde publicó “Prohibido suicidarse en primavera” (1937), en la que introdujo su tema favorito de “la casa de los sueños” como lugar en el que las ilusiones y la realidad se confrontan. Posteriormente se estableció de forma definitiva en Buenos Aires, desde donde cosechó un gran éxito internacional. Buenos Aires le brindó éxitos clamorosos como “Las tres perfectas casadas”(1941) y “La dama del alba” (1944), tal vez su obra más representativa, en la que el tema de la muerte está tratado con hondura delicada y notable gravedad. Le siguieron “La barca sin pescador “(1945), “La molinera de Arcos” (1947), y “Los árboles mueren de pie”, estrenada en 1949 y representada ininterrumpidamente hasta 1952. “La llave en el desván” (1951), “Siete gritos en el mar” (1952), “La tercera palabra (1953), “Corona de amor y muerte”(1955) y “La casa de los siete balcones” (1957). “Retablo jovial” (1962) es una recopilación de cinco farsas en un acto compuestas durante sus años de instituto: Sancho Panza en la ÍnsulaEntremés del mozo que casó con mujer bravaFarsa del cornudo apaleadoFablilla del secreto bien guardado y Farsa y justicia del Corregidor.

En el exilio maduró su expresión y dominó perfectamente los recursos teatrales propios de la línea por él emprendida, que puede emparentarse por su simbolismo y poesía con el teatro del francés Jean Giradoux y del británico J.B. Priestley.

En 1962 regresó a España tras veinticinco años de exilio, y vio subir a los escenarios madrileños buena parte de la obra escrita en el exilio y se convierte en el dramaturgo más representado – con la excepción del teatro de Alfonso Paso (1926-1978) – y más aplaudido; aunque no cuenta con la aceptación de la joven crítica. La crítica joven tenía una concepción del teatro completamente opuesta a la de Casona, que no veía que el teatro tuviera una función social.

Dice Casona: “No soy escapista, que cierra los ojos a la realidad actual española. Lo que ocurre es que no considero como realidad solamente la angustia, la desesperación y el sexo. Creo que el sueño es otra realidad tan real como la vigilia”.

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“Yo vivo en el teatro. Cuando llegué de América me encontré con un problema. No podía hablar de una sociedad que apenas conocía la dramática de las contingencias. Hube de apoyarme en lo que es permanente y universal en el hombre. Por otra parte, yo estaba en casa ajena y no podía denunciar, instruir. Tenía que escribir el teatro del amor, del odio, de la venganza… Por eso, se me puede acusar, con razón, de estar desligado del dato contingente, pero no del hombre”.

No es lo importante y lo decisivo el “dato contingente”, como dice Casona, sino la conciencia que el dramaturgo tiene de la función y del sentido final de su teatro.

Puede leer:  Reflexiones a la luz de la Fe y doce poemas religiosos, un libro de Andrés García-Carro

Entonces estrenó una obra de teatro en la que merece la pena detenerse, y en la que el personaje central es Francisco de Quevedo, “El caballero de las espuelas de oro”, que fue estrenada en el Teatro Bellas Artes de Madrid la noche del 1 de octubre de 1964, por la compañía de José Tamayo, con una excelente interpretación de José María Rodero, y con ilustraciones musicales de Cristóbal Halffter, y con motivo del estreno en España de su obra “La dama del alba”, que se había estrenado antes en Buenos Aires en 1944. Fue la última de las obras escritas por Casona, y la primera que vio la luz en España tras su definitivo regreso en 1962.

“El caballero de las espuelas de oro” es una obra de teatro que es un retrato dramático en dos tiempos, dividido en ocho cuadros, centrada en la vida, el cénit y el ocaso de Francisco de Quevedo, de la que refleja dos momentos esenciales: En primer lugar, el esplendor de su madurez, con su ambición y su ingenio intactos, así como sus famosos enfrentamientos con Luis de Góngora. Y en segundo lugar, el ocaso de la vejez, ya cercana la muerte, tras su salida de prisión. La obra nos habla de un mundo y de un estilo pasado, pero a la vez actual, y que valdría a pena hacer resurgir. La obra está definida como un “Retablo dramático” y lleva el siguiente lema: “La estatua del padre sería ociosa idolatría si sólo se acordara de lo que hizo el muerto y no amonestara de lo que debe hacer el vivo. Quevedo: Marco Bruto, I”. El sentido del lema: El teatro de Quevedo no ha sido escrito para resucitar el pasado, sino para que éste sirva de ejemplo y modelo en el presente.

La primera preocupación del dramaturgo en esta obra es, naturalmente, retratar con verosimilitud al modelo elegido, sirviéndose de todo un sistema coherente de datos, rasgos históricos, psicológicos y biográficos de Quevedo y sus circunstancias. El drama está compuesto de ocho cuadros, en los que se ensamblan textos de Quevedo. El resultado es un magnífico retrato de Francisco de Quevedo. En su actuación sorprende su ingenio amargo y burlón, su tremenda gravedad, su asco de la cobardía, de la estupidez y de la vanidad, su pasión por la justicia, su odio a la mezquindad y a la intriga solapada, su hondo amor por una España limpia, su soledad de hombre lúcido y puro, su triste amor al pueblo escarnecido y humillado, cuya encarnación dramática es la Moscatela, y su esperanzado amor al pueblo inocente y creador, encarnado en Sanchica, la muchacha que acompañará a Quevedo al ser expoliado y robado. Pero el momento decisivo de este “Retablo dramático”, en su relación con el presente, es el cuadro VI en el que Quevedo, debe elegir entre su salvación personal y su felicidad, pactando con el poder establecido, representado en el Conde-Duque de Olivares, o su confinamiento en el frío. El motivo del frío como el peor de los castigos para Quevedo es reiterado en toda la obra. El frío y la soledad de una celda del convento de San Marcos de León. Quevedo, que confiesa que ha venido al mundo para intervenir y no para estar mirando sentado, elige el frío y la soledad y no pacta con la política contra la que ha luchado. Quevedo, fiel a sí mismo y su verdad, no se vende. No es tanto su rebeldía como su incorruptibilidad y su negación a pactar con el poder establecido lo que Casona propone mediante su obra, amonestando así lo que “debe hacer el vivo”, según el lema del principio de la obra.

Veamos una muestra de esta obra:

“-Hermano mayor: La verdad es que en nuestros días no hay cosa mejor para reír que ciertos libros.

-Quevedo: Y los más cómicos suelen ser los que se pretenden mas solemnes. ¿Habéis leído el de Pacheco de Narváez sobre La ciencia de la espada?

-Hermano mayor:  ¿Quién no lo ha leído, si no se habla de otra cosa? El Rey ha dado el ejemplo, y hoy todos los caballeros van a su academia como los estudiantes a Alcalá.

-Quevedo: Pero, ¿cabe nada más ridículo que un caballero con la espada del honor en la mano, calculando ángulos, diámetros y perpendicularidades? ¡Ah, no! Muchas virtudes habremos perdido, pero permitir que la espada se estudie en la academia como una lección de matemáticas, ¡jamás!”

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Alejandro Casona murió en su casa de Madrid, el 17 de septiembre de 1965.

La obra dramática de Alejandro Casona, como heredero del teatro lírico, que tiene su origen en el modernismo que impulsó Rubén Darío, ha sido comparada con la de García Lorca como explica el crítico Fernández Santos:

“Lorca y Casona fueron en su tiempo el máximo exponente de una juventud que, por entonces, se incorporó al profesionalismo teatral de nuestro país, llegando a constituir dentro de éste algo así como un revulsivo.”

Para terminar, deberíamos quedarnos con las palabras del genial Buero Vallejo:

“A las generaciones jóvenes, la tremenda noticia no puede afectar tanto como a quienes, hoy maduros, recibimos alborozados en nuestra mocedad la llegada de Casona a los escenarios españoles. Aquello fue un saludable viento, no por suave menos vivificante. Una vez más se intentaba la dignificación estética de unos modos teatrales generalmente muy mediocres y, al parecer, con éxito. Alejandro Casona ha sido desde entonces en el teatro español creador singularísimo, que ha influido durante largo años en numerosos autores de habla hispana. Es pues, un verdadero maestro el que nos deja, una original personalidad, sin la cual la historia de nuestro teatro no podría escribirse. Adiós Alejandro: como tu Quevedo, calzado vas con tus espuelas de oro.”

Para quien le interese, existen unas Obras Completas de Alejandro Casona, Madrid, Aguilar, 1969, y existe una página web dedicada al autor.

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