¿Recuerdas cuando solías pasear por tu pueblo, por tu barrio ,urbanización etc? ¿Cuántas personas te saludaban ? ¿Y a cuantos conocías? Si te paras un momento a pensar descubrirás que no tantas como pensabas.
Y en la Iglesia, ¿te acordabas al salir de a quienes diste la paz, quién te precedía en la fila para ir a comulgar? probablemente tampoco. Décadas ha que el sistema , ése que parece que acabamos de descubrir, el últimamente famosisimo nuevo orden mundial, configuró una estrategia perfectamente desarrollada.
Primero reduzcamos al hombre a un ser egocéntrico e introvertido , carente de empatía con sus semejantes, de este modo iremos rompiendo uno de los regalos del Creador, la capacidad de darse unos a otros, poco a poco nos encerramos en una burbuja a nuestra medida, peñas de fútbol, partidos políticos, formaciones religiosas ,etc, donde pensaríamos que desarrollamos ese maravilloso don hasta el punto de sentirnos mejor enviando ayuda a personas tan lejanas que la posibilidad de conocerlos es casi imposible pero sin saber siquiera como se llama el cartero que nos trae las facturas.
Puede parecer un tópico y de hecho lo sería si mi carta acabase aquí, pero no aún no he terminado. Durante el confinamiento solíamos asomarnos a aplaudir al balcón, y no ,no aplaudamos solo a los sanitarios. Descubrimos que en los edificios de enfrente había vida humana. Cada tarde a las ocho puntuales buscábamos a nuestros vecinos, especialmente a dos ancianos porque ellos eran los más vulnerables, ellos hacían lo mismo, hasta el punto que si alguno faltaba rezabamos porque no hubiera caído, dando gracias al cielo al día siguiente por verlos mirando hacia nuestro balcón.
Me consta que ellos también sentirían la misma inquietud por nosotros y sin quererlo dejamos entrar el amor incondicional del Creador en nuestras confundidas almas.
Pero el enemigo , ese al que algunos acaban de descubrir y que es tan viejo como el mundo, descubrió que se le escapaba el control y comenzó a dirigir a sus secuaces para que gritaran desde sus ventanas a las personas libres y para que ,a día de hoy , acusen a los» Malvados» que osan respirar en el parque.
No fue nada difícil romper con la armonía de los balcones porque la siembra de la desconfianza ya estaba arraigada y daba frutos desde hace décadas.
Yo me quedo con las risas de mis vecinos cuando alguien ponía música de los 70 , con las caras de preocupación de mis vecinos buscando a los que hoy no se habían asomado, con las Misas emitidas desde allende los mares cuidadosamente preparadas por sacerdotes que sentían más fé en una iglesia vacía de la que observaron en tiempos de bonanza.
Y si pudimos amar entonces, podemos ser rebeldes y hacerlo ahora.
Dios no se ha ido, nos espera para acompañarnos, olvidemos el odio que escupen los cobardes y seamos valientes.
Busquemos la mirada de tantos que andan perdidos y a pesar de la máscara que nos han impuesto, sonriamos , pues como decía Santa Teresa de Calcuta, rebelde como ninguna «la sonrisa es el primer acto de amor».
Por Macarena Assiego
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