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Análisis

Sobre la izquierda mutante. Nuevo ensayo en contra de la subordinación de España

España necesita crear una contra-mutación ideológica y cultural.

España es un país que vive sumido en la más profunda miseria ideológica. Se trata de una subordinación ideológica y cultural. ¿Qué es esta subordinación? Este es el mecanismo seguido por las grandes potencias subordinantes para poder aplastar bajo sus botas a las potencias subordinadas sin necesidad de acciones militares directas (cuyo empleo se reservan los fuertes como ultima ratio) y así disimular la dominación económica.

La dominación económica al margen de una subordinación ideológica y cultural sería un escándalo a ojos del pueblo que la sufre, y nunca la aceptaría. Ese mismo pueblo, debidamente formado e informado, haría todo lo posible por ocasionar un cambio en el gobierno sumiso y haría prevalecer una voluntad popular coincidente con el “interés nacional” del Estado. Pero vemos que en España, como en la mayor parte de las naciones subordinadas en el mundo esto no es así. Hay una alternancia de gobiernos que se autoproclaman o se dejan tildar de “progresistas” o de “conservadores” pero que, sustancialmente, no hacen otra cosa que seguir sumisamente los dictados de la oligarquía financiera internacional. La política de los partidos políticos y de la casta que parasita el Estado no es otra que la labor de “recaderos” de esa oligarquía internacional.

La oligarquía internacional se ha cuidado bien, desde los tiempos de Felipe González como presidente del gobierno español (1982), aunque la cosa ya venía de antes, por cooptar a las élites dirigentes, y crear un espacio de colonización y hegemonía ideológico-cultural que se extendiera a la Universidad, el arte y la industria de los mass media y del entretenimiento, la prensa, las editoriales, etc. Esta hegemonía y colonización ideológico-cultural posee dos cimientos fundamentales: neoliberalismo en materia específicamente económica, de una parte, y “progresismo” en materia social, cultural, moral, etc. (lo que un marxista llamaría “superestructura”), de la otra.

El español medio, que puede no ser ignorante en muchas otras cuestiones, y hasta presumir de poseer “cultura” en cualquier campo del saber, sin embargo ha ignorado largamente la trampa ideológica en la que se veía sumido. Solamente en los últimos años, con la crisis generalizada hasta la putrefacción de todas las izquierdas de Occidente y con el re-surgimiento de movimientos que se denominan “populistas”, la sospecha de que los españoles somos víctimas de una gran trampa ideológica se va acrecentando.

Saber en qué consiste esa trampa no es únicamente reconocer que “peperos” y “sociatas” son el mismo perro pero con diferente collar decorativo. Identificar la trampa no consiste solamente en darse cuenta de que la “alternancia” electoral es la superficie que da pasto a la “demogresca” en donde los políticos de la casta se echan trastos a la cabeza, ya sea en sede parlamentaria, ya sea en las asambleas de las taifas autonómicas, sea en las tribunas mediáticas. Una parte importante del pueblo ya sabe que tales “demogrescas” malamente disimulan la obediencia de todos esos perros, de collar rojo o azul, a las oligarquías internacionales, una obediencia sumisa hasta la abyección.

La propia izquierda ha mutado como parte de ese proceso de subordinación ideológico-cultural, llevo años analizando el fenómeno, transformando a sus doctrinas socialistas y marxistas de procedencia en una mera retórica al servicio de proyectos de transformación radical no ya de la base económica injusta de nuestra sociedad, sino de nuestra propia antropología. El ciudadano izquierdista más convencido y mejor formado en esas doctrinas socialistas y marxistas no alcanzaría a comprender qué relación puede haber entre la causa de los trabajadores y de las clases más oprimidas de la sociedad, y la defensa a ultranza de toda una nueva serie de “derechos”: el supuesto derecho al aborto, a la eutanasia, a la adopción por parte de homosexuales, al uso del velo y del Corán en las escuelas, a los papeles para todos. Nadie en la izquierda puede ver la conexión entre una lucha de clases, o un enfrentamiento a la oligarquía turbo-capitalista mundial, y estos presuntos “nuevos derechos” que afectan a la antropología misma, y no a las relaciones económicas. Cuando digo que afectan a la antropología misma me refiero a dos entidades básicamente, las cuales son pivotes de toda una ontología de la Comunidad: la Persona y la Familia.

Que la izquierda mutante (aproximadamente desde mayo de 1968 y desde noviembre de 1989) haya abandonado todo intento de modificar las relaciones económicas capitalistas que oprimen al pueblo y sojuzgan a la nación en un esquema de dependencia y subordinación económicas, a favor de una transformación radical de la ontología del ser social, debería ser motivo de escándalo, aldabonazo para una reacción en el seno de los partidos, sindicatos y colectivos de pensamiento que aún se dicen “de izquierdas”.

Pero no ha sucedido nada de eso. La izquierda española, tanto como la mayor parte de la izquierda occidental, ha asumido con gusto el papel de complemento y comparsa del neoliberalismo. La dominación capitalista mundial se funda de hecho en estas dos ideologías complementarias, que se refuerzan mutuamente, se repartan tareas y se tapan las vergüenzas unas a otras. Lejos de predicar una lucha de clases y una defensa enconada del interés nacional, de la soberanía económica como método imprescindible para la defensa de los derechos de los trabajadores, la izquierda aboga por un “mundo sin fronteras” que, al son del Imagine de John Lennon, cantado ad nauseam, pinta de color de rosa el dumping laboral que representa, en perjuicio del pueblo, ver sus salarios por los suelos ante una competencia con los “nuevos ejércitos laborales de reserva”, contingentes importados parcialmente por las ONGS y mafias que trabajan para esa oligarquía.

La izquierda ha mutado, y ya el propio término “izquierda” ha dejado de ser útil. También es falso, y hasta grotesco, leer en los medios de “derecha” calificar al actual Gobierno de España, y a la coalición PSOE-IU-Podemos como “socialcomunista” y cosas por el estilo. Ya apenas hay “comunistas” y calificar como tales a los personajillos que ponen rostro en formaciones como Podemos no es sino lanzarles flores y piropos inmerecidos. Sería elogiar injustificadamente a un partido político que, posiblemente, recabó voto “populista” en los inicios, pero que los recabó con un importante apoyo mediático tras las acampadas utópico-pubescentes del 15-M y del “Otro Mundo es Posible”. Podemos recolectó a viejos comunistas junto a un sinfín de incautos “altermundistas”, pero lo que sí era de este mundo era la financiación que buscaba una “marca blanca” pseudoizquierdista que sirviera de futuro recambio a un PSOE hundido hasta las cejas en la corrupción y en la guerra civil interna, hasta que la guerra se saldó con la emergencia de un personaje de apellido Sánchez. Una “nada” partidista necesitaba a un “nadie” que lo liderara, y cuando eso sucedió, el juguete “progresista” y hasta “ultra-progresista” de Podemos dejó de importar, porque el PSOE como máquina de colocación de clientela y de canalización de votos al servicio de la oligarquía mundial siguió funcionando. Eso es Podemos, la marca blanca fracasada del PSOE, un progresismo grotesco al servicio del neoliberalismo.

¿Cómo orientar el descontento popular hacia una insubordinación “fundante”? Estamos empleando conscientemente el término del profesor Gullo, para hacer alusión al proceso según el cual una nación subordinada económica, ideológica y culturalmente, como es España, puede comenzar a tomar las riendas de su destino si el movimiento popular da su apoyo a una fuerza política o a un líder que, de manera fiable, asuma el compromiso de tomar medidas proteccionistas que impidan la entrada de mercancías y capitales depredadores y, con ello, se fomente la producción de mercancías nacionales y la formación de capitales propios y arraigados. Subrayemos el término “arraigados”: no se trata de generar nuevos capitales que, aun siendo nacionales al comienzo, éstos huyan a la primera de cambio provocando así una nueva deslocalización. El desarrollo agroindustrial de la nación ha de ser endógeno, esto es, circunscrito a los mercados internos donde el Estado pueda tener un papel como socio inversor y como regulador de los inversores privados nacionales. Dicho desarrollo agroindustrial debe contar con la labor proteccionista del Estado y éste mismo Estado debe ser la institución que incoe el crecimiento de un tejido productivo que, sin ser autárquico, sea no obstante tupido, denso, y cause efectos sinérgicos.

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Indudablemente, llegarían momentos de enfrentamiento con las instituciones internacionales (FMI, BM, etc.) y supranacionales (U.E.) de las que España forma parte. Pero la clave estriba en que en el momento en que ese enfrentamiento tenga lugar, una España suficientemente industrializada y con una extensa y rentable agricultura, pesca y ganadería, pueda negociar “de igual a igual” y hacer valer sus intereses en la arena internacional.

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Debe recordarse que la política internacional es una lucha entre potencias. Siempre ha sido eso, y siempre lo será. Las potencias dominan o son dominadas. La lucha es existencial, y por ello nunca se excluye del todo la posibilidad de que derive en agresión bélica, conquista, intervención terrorista, “revoluciones de color”, etc. Desde hace mucho tiempo, el modo más habitual de mantener a una nación bajo la férula de potencias subordinantes es el mecanismo de la deuda. Por medio de un dinero prestado a interés cuya devolución es imposible dado que a esa nación previamente se le ha despojado de su productividad industrial y se la ha convertido en mono-exportadora de materias primarias o en suministradora “servicios” (en Argentina, la soja; en España, el turismo y la prostitución, etc.), bajando así cada vez más la posibilidad de mantener unos precios que impone el comprador y disminuyendo año tras año la caja, entonces, decimos, no hay quien pague la deuda. Con una balanza de pagos tan ruinosa y deficiente, las deudas de nuevos préstamos tapan anteriores deudas nacionales y el país se va empobreciendo, creando de esta manera una abundante capa de desempleados y una no menor capa superpuesta a ésta, la de quienes sobreviven con economías informales, esto es, “sumergidas”.

Hoy en día la auto-designada “izquierda” es funcional a la derecha neoliberal que jamás piensa en clave nacional, puesto que para tal derecha neoliberal todo es un gigantesco Mercado y la “mano invisible” acabará trayendo beneficios. La izquierda progresista, que ya no es socialista ni marxista, contribuye al neoliberalismo porque jamás entra a analizar a fondo los mecanismos de dominación. Se limita a tratar de ocupar puestos en los engranajes de la administración y a derrochar un dinero que no es suyo en gastos idiotas y en prebendas para los propios correligionarios. Esta izquierda “gastadora” se alternará cíclicamente con una derecha neoliberal “recortadora” mientras ambas caras lamen con sus propias lenguas las botas del dominante. El dominante que, a su vez, va desdibujándose de una bandera concreta. Si bien podemos encontrar un “olor” a dólar norteamericano y a euro franco-alemán en nuestra sumisión económico-financiera, es preciso recordar que apenas unos doscientos agentes privados, especuladores trasnacionales, actúan sobre más de la mitad del capital mundial, empleando ya a las grandes potencias como gendarmes e instrumentos para unos intereses estrictamente acumuladores y depredadores.

España necesita crear una contra-mutación ideológica y cultural. Que la izquierda, si bien debe abandonar la nostalgia del totalitarismo soviético o maoísta de una vez, y la idea misma de “lucha de clases” en el siglo XXI, debe recentrarse en su defensa de la Justicia Social, en los derechos laborales, en la reindustrialización del país y en la creación de una nueva masa asalariada productiva y de un sinfín de nuevos autónomos que orbiten en torno a ella, una vez que, debidamente protegidos nuestros productos, podamos regenerar este tipo de economía. Producir, producir y más producir y abandonar la dependencia que tenemos por apenas ser otra cosa que un país de playas, hoteles, prostíbulos y chiringuitos, así como acabar para siempre con la dependencia del “ladrillo”.

España necesita igualmente una izquierda nacional: esto es, que abandone su mundialismo y su “leyenda negra” sobre la historia del propio país. Esto implica la denuncia de los separatismos, en realidad, falsos nacionalismos de campanario que encima toman el disfraz de un progresismo. Han querido los secesionistas lanzar un mensaje que es pura locura: el establecimiento de privilegios y supremacías entre regiones y entre españoles “es progresista”. La izquierda nacional que ha tragado con esto o es imbécil o se ha vuelto loca… o ha obedecido a intereses inconfesables, que es más grave aún.

Las Españas, en realidad, eran un Imperio. Un imperio que ha ido desgajándose desde principios del siglo XIX, hasta llegar a contraerse a su mínima expresión actual. Y, a lo que parece, ése proceso no ha concluido. Hasta que no resurja de sus sombras y rincones una fuerza popular –inútil es ahora llamarla “izquierda”- que no vea que el ataque a su soberanía nacional es un ataque a sus intereses como trabajadores, como contribuyentes, como personas, no hay mucho que hacer.

Y simultáneamente: en esa fuerza popular “nacional”, que no nacionalista, hasta que aquellos que se dicen valedores de la Tradición, la Fe Católica y la herencia histórico-espiritual de las Españas, no condenen de frente el neoliberalismo y la sumisión a la masonería y demás sectas invisibles de estirpe anglosajona, no podrá levantar cabeza éste país. Es momento de unir transversalmente fuerzas populares que erijan a un movimiento o a un líder que pueda tomar las riendas del Estado desalojando a la partitocracia e incoando esa “insubordinación fundante” (Marcelo Gullo). Con una economía productiva soberana y una vuelta a nuestra cultura y valores patrios, los manejos ideológicos del exterior quedarán siempre desarticulados. El paso siguiente será el rearme del país, la recuperación de los valores de la milicia, que no son pocos ni malos: disciplina, lealtad, amor a la patria, servicio y protección. La Armada y los ejércitos del aire y de tierra deberán cerrar selectivamente nuestras fronteras ante las actuales “marchas verdes” que los mass media, arteramente, esconden. Igualmente, deberán verse abastecidos los ejércitos por una industria militar y de suministro general propias, que crearán muchos puestos de trabajo. Y mientras se renegocia nuestro estatus en la OTAN, nuestras fuerzas armadas deberán cooperar intensamente con los ejércitos de Hispanoamérica y, con el papel destacable de la Armada, rehacer una masa armada en el Atlántico y en el Mediterráneo específicamente hispana, que proteja de futuras agresiones.

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Carlos Javier Blanco, asturiano, Doctor en Filosofía. Autor de diversos libros como "La Caballería Espiritual", "La Luz del Norte", "Oswald Spengler y la Europa Fáustica", "De Covadonga a la Nación Española".

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