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Análisis

La municipalidad como garantía de la libertad

Y es que la Tradición, si es auténtica Tradición, debe ser viva, debe ser posible irla mejorando, irla adaptando en el tiempo.

En el Orden natural, el municipio es el segundo cuerpo social básico, aunque esto resulte ignorado por un cada vez mayor número de personas debido al avance constante de la Revolución, que es precisamente lo contrario a ese Orden natural.

Y es que en efecto el hombre, como ya adivinaron los griegos, nace naturalmente sociable. Y precisamente el ser naturalmente sociable motiva que surjan sociedades – o mejor: comunidades- humanas cada vez más amplias. La primera comunidad humana natural fue la familia, y la segunda comunidad natural, el municipio.

Sin embargo, no se puede restringir la familia simplemente a los miembros «vivos» de la misma, pues la familia está formada no solo por los miembros vivos, sino también por aquellos que la formaron en generaciones anteriores e incluso por aquellos que la formarán en generaciones posteriores.

Otro tanto de lo mismo ocurre con los municipios. Estos no solo son un espacio físico limitado por los lindes municipales. No, al igual que la familia tiene una dimensión transtemporal, pues el municipio lo integran no solo los vecinos de hoy, sino los del pasado y los del futuro.

                Si el municipio, como cuerpo social básico, es parte del Orden natural, la Revolución, como destructora del Orden natural, quiere acabar con él. Y para ello se empeña en desfigurarlo, en «deconstruirlo» como gusta llamar ahora a todo proceso de desnaturalización.

                Y son varios los frentes por los que ataca a la auténtica vida municipal, por lo que son varios los frentes que deben estar dispuestos a defender los que se consideren contrarrevolucionarios, es decir, defensores y constantemente restauradores del Orden natural.

                Un primer frente, en el que la Revolución se ha cebado, es en procurar el «desarraigo». Y es que el hombre, como el árbol, tiene mayores garantías de crecimiento personal y espiritual cuanto más profundas sean sus raíces. Teniendo en cuenta esta realidad se puede comprender la insistencia de la Revolución en la «movilidad laboral». En apariencia la «movilidad laboral» será la panacea para acabar con el paro, o para huir de la precariedad laboral, o de los bajos sueldos, facilitando la consecución de un mejor empleo, más estable y mejor pagado, con la sola condición de estar dispuesto a cambiar de domicilio a otro ciudad. Sin embargo, la consecución última de esta movilidad no es más que procurar el «desarraigo».

                Pero para desarraigar, hay también otros métodos. Y es que si como dijimos el municipio no es solo un espacio físico, sino que es, además, y quizá antes que eso, un dimensión temporal, al hombre se le desarraiga privándole de esta dimensión. Y esta dimensión temporal la percibe el hombre concreto a través de las manifestaciones palpables del tiempo pasado en el tiempo presente. Estas manifestaciones palpables son el recuerdo del pasado, y la conservación de las tradiciones.

                Por eso la Revolución en todas sus formas (ya sea bajo el manto liberal, ya bajo el manto socialista o comunista) borran el nombre de determinadas calles que recuerdan, en muchos casos, vecinos ilustres del pasado. O incluso cuando en los estudios escolares priman el conocimiento de la historia local sobre la nacional, lo hacen con cientos de ocultaciones.

                Y otro tanto de lo mismo pasa con las manifestaciones religiosas (procesiones), fiestas locales y tradiciones propias. Si pueden acabar con ellas, con ellas acaban. Y si no pueden, las desnaturalizan. Así las procesiones dejan de ser una manifestación de la religiosidad popular para pasar a ser un «bien cultural protegido», que se protege en tanto en cuanto produce «rendimientos económicos». Del mismo modo, las construcciones más típicas pasan a ser «patrimonio cultural». En apariencia estas formas de «protección» deberían ser aplaudidas, si bien en el fondo merecen todo tipo de condenas. Y es que la Tradición, si es auténtica Tradición, debe ser viva, debe ser posible irla mejorando, irla adaptando en el tiempo. No hacerlo así supone su muerte como realidad vivida, pasando a ser un elemento cada vez más alejado de la sensibilidad real, que pasa simplemente a ser «conservado».

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                Al respecto deber recordarse la definición que Vázquez de Mella hacía de la Tradición como el «progreso hereditario». Es más en su discurso en Barcelona, el 17 de mayo de 1903 decía: «Y es que la tradición, si incluye el derecho de los antepasados a la inmortalidad y el respeto de sus obras, implica también el derecho de las generaciones y los siglos posteriores a que no se destruya la herencia de las precedentes por una generación intermedia amotinada». Pues bien, ampliando estas palabras bien podía haber dicho que la tradición también implica que las generaciones posteriores puedan aportar su propio caudal, a mantener con vida la tradición transmitida.

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                En cualquier caso, hay otro modo perverso de destruir estas tradiciones municipales, y es con la introducción de lo que nuestros mayores llamaban el cosmopolitismo y hoy llamamos mundialismo. Consiste esto en cambiar nuestros usos y sustituirlos por otros más «estandarizados». Los lectores lo comprenderán perfectamente con un ejemplo muy concreto. En Madrid, hace ya años, cuando Ruiz Gallardón fue alcalde, suprimió la presencia en los actos públicos de los maceros con sus tradicionales y vistosos uniformes; e igualmente, suprimió el agasajo que se hacía a las visitas oficiales, consistente en el tipo desayuno madrileño del chocolate con churros, por el aséptico desayuno «occidental»: café, zumo y sándwich o bollería.

                Así, poco a poco, se ha ido desarraigando a los vecinos de sus propios municipios. Será labor nuestra, dentro de lo posible, mantener estas tradiciones, reivindicar nuestro pasado, y en la medida de lo posible participar de manera activa en procesiones, festividades locales, y tradiciones municipales para evitar que su desnaturalización facilite una nueva vía de penetración de la Revolución.

Por Javier María Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna

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Abogado experto en derecho de familia se ha convertido en un referente en derecho de familia, custodia compartida, violencia de género y secuestro y sustración internacional de menores, es académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades. Colaborador de numerosas publicaciones y revistas y contertulio en numerosos medios de comunicación social.

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