El futuro de Europa, nuestro futuro, es el objeto de nuestros más ardientes sueños y desvelos. Hacia donde llevemos la mirada solo encontramos desesperanza y mediocridad; muerta la fe en los más nobles ideales, la mayoría se resigna a esta vida pobre de valores y virtudes. La vista se pierde en la distancia, oteando las fronteras de este querido continente, otrora fuente de belleza y civilización, que hoy es apenas una sombra de lo que alguna vez fue.
¿Y qué es lo que uno ve?… nada grande, nada justo, nada bello. En lugar de la creencia la incredulidad, la mezquindad y la hipocresía en vez de la honestidad y el coraje. El ciudadano reducido a una masa uniforme de ignorantes que es conducido como rebaño por demasiados pocos. El más obsceno mercantilismo que construyó sus ídolos con pies de barro y a los que todo el mundo se apresura a reverenciar. El placer por encima del amor, la virtud vituperada y el vicio fomentado hasta en los ámbitos que debieran ser los más puros y sagrados.
Solamente quedan las sombras de nuestros antepasados que nos interrogan desde su sueño de piedra, como los antiguos templos, como las viejas catedrales:
¿Qué habéis hecho para lograr esto? ¿Por qué no os opusisteis con firmeza a una cosa así? ¿Cuál es vuestra responsabilidad? ¿Este es el mundo que queréis dejar para vuestros hijos y para los hijos de vuestros hijos…?
La mayoría calla, haciéndose los distraídos. Otros trabajan, luchan, se esfuerzan por cambiar lo que algunos, por culpa o ignorancia, permitieron. Y lo hacen sabiendo que quizás nunca vean los resultados; pero en el obrar se esconde la alegría de todo corazón puro. Ellos saben que, para lograr su cometido, Europa debe ser realmente Una. Pero la unidad conseguida meramente por medios políticos, jurídicos o económicos no significa mucho si no es una unidad eminentemente espiritual. Los grandes sucesos de la Historia siempre fueron de naturaleza espiritual… En consecuencia, ellos saben, tanto como nosotros, que aquella unidad que pretenden solo se puede consumar por la comunión de la sangre y el espíritu.
¿Unión espiritual? ¿Comunión de la sangre y el espíritu?
Ha llegado la hora de plantearse tales cosas. Europa sacrificó su alma en el altar de falsos dioses, y ya bastante sangre perdió por culpa de los egoísmos y la estupidez humana… pero ella es demasiado grande para desaparecer. Si no nos congregamos en torno a una idea común, no seremos nada. Y es más lo que nos une que lo que nos separa. Europa, la Europa de las etnias y las patrias carnales, la Europa del Imperio invisible y la flor azul, es tan intangible como real. Nutriéndose del pasado, languidece en el presente, mientras algunos pocos, quizás demasiado pocos, son los que sueñan y luchan por el futuro que vendrá.
Las civilizaciones son la obra del espíritu del hombre, así como el hombre es obra de las civilizaciones. En ellas descansa nuestra verdadera vida, nuestra eternidad, porque nosotros somos nada más que un minúsculo eslabón entre los que nos precedieron y los que nos sucederán. Las creencias, los valores y las leyes son el fundamento sólido sobre el que transitan su sendero de siglos todos los pueblos de la Tierra. Como hombres, nada nos pertenece, todo le corresponde a la patria que nos dio la sangre y a la que retornaremos confundidos con millones.
Pero las civilizaciones, inexorablemente, están destinadas a desaparecer cuando han perdido su esencia, su razón de ser. El egoísmo es contagioso, la ingratitud también. Y Europa, madre de pueblos, se ha prostituido por culpa de su inocencia o gracias a su perversidad, profanando su orgullo y su celo a cambio de unas pocas monedas. No tiene sentido buscar a los culpables, ellos se delatan y condenan solos. Pero está claro que su culpa caerá sobre nosotros y sobre nuestros hijos. ¿Hay aún esperanza a esta altura? ¡Por supuesto que la hay! Y si no la hubiera, no por eso nos quedaríamos sentados con los brazos cruzados.
Europa, digámoslo claro, es mucho más que un nombre. Es la civilización griega, el Imperio romano, el Gótico español, el Renacimiento italiano, el Clasicismo francés, el Romaticismo alemán, combinados en una armoniosa síntesis. Su vocación es transmitir todos esos tesoros al mundo, y transmitiéndolos, purificarse a sí misma en el crisol del sacrificio y la autenticidad. ¿Y si todo eso se perdiera, si su legado cayera en el barro y la inmundicia? ¿Habrá llegado entonces el fin de Europa…? Tememos que sí. Pero también es cierto que cuando más cerca se está del abismo, más fuerza palpita en los músculos y más vida ilumina el espíritu.
Aunque no lo veamos, ese homo europaeus, hijo de todas las nacionalidades y las patrias, llegará, no como un conquistador sino como el redentor del mundo que agoniza hoy. Y llegará en el momento menos pensado, fruto de la virtud que nunca se agotó en su seno, porque en todo momento, aún en la noche más terrible del alma, creyó en la verdad y en las estrellas. Habrá todavía que soportar algo más de sufrimiento, es cierto; pero de la fecundidad del dolor nacerá la esperanza suprema de un mundo nuevo, aquel por el que vivimos y luchamos. Al menos esto es lo que piense desde la distancia este torpe y desconocido traductor, europeo por la sangre y el espíritu.
Novalis escribió:
“Ese hermano es el latido del corazón de la nueva época; quien lo percibe no dudará de su venida y, con dulce orgullo por amor de su contemporaneidad, abandona el gentío por la nueva multitud de discípulos. Él ha confeccionado un nuevo velo para la santa, de la que descubre, ajustándoselo, la totalidad de sus formas celestes, pero a la que envuelve de modo más recatada que ningún otro. El velo es para la virgen lo que el espíritu es al cuerpo: el indispensable órgano del que los pliegues no son sino las letras de su dulce anunciación; el juego infnito de los pliegues es una música cifrada, pues la lengua es para la virgen rígida y descarada en exceso, permitiéndose sus labios nada más que el canto. Ello es para mí la convocatoria solemne a una nueva asamblea originaria, el poderoso rumor de un angelical heraldo que pasa delante. ¡Son los primeros dolores: que cada uno se predisponga para el parto!”
Y Rudolf Pannwitz:
“Pues Europa, que no está más a la cabeza, ni ya puede dominar ni explotar a los otros continentes, Europa, que desde sus comienzos ha puesto en el centro de su universo la medida del hombre y el hombre como medida, podrá encontrar su nueva misión en la limitación voluntaria de las evoluciones, de donde resultará una razón de vivir ordenada de una manera digna para el hombre. Su historia, con sus doctrinas, su religión, su filosofía, su ciencia, su arte, constituye un tesoro gigantesco que lejos está de ser olvidado; Europa deberá nacer en ella misma como un sol fecundador y conocer así, por ella misma y por su tipo humano -el buen europeo- su renacimiento y su nacimiento primordial. Porque nada irá mejor, si una ética absolutamente nueva, saturada de toda la experiencia y de toda la sabiduría, no inspira todo lo que se hará.”
Europa sufre dolores de parto… grita, llora y se returce. Es su hora la hora de la liberación, una divisoria que separa edades y misterios. Poco podemos hacer para calmar su angustia; mejor será apurar el amargo cáliz y beber su contenido hasta el final. El futuro exige nuestra parte en la ofrenda del más generoso sacrificio: Cristo y Prometeo tuvieron su calvario, pero después del martirio llega al tercer día la resurrección. Así nacerá, no una fría unión económica ni una coyuntural asociación política o burocrática, sino un reino espiritual, elevado por encima de toda mezquindad, de todo crimen y tragedia, un verdadero reino que sea al mismo tiempo visible e intangible, católico y pagano, antiguo y nuevo: un Imperium europaeum.
Solamente entonces, cuando la Europa de los europeos sea verdaderamente Una por los dones de la sangre y el espíritu, que una vez fueron la luz del mundo, escucharemos la voz del mensajero, agonizante pero victorioso, que desde el horizonte de un nuevo Maratón exclamará: “¡Hemos triunfado…!”
Por Sebastián Fabricius.
RENOVATIO EUROPAE
Por una renovación hesperialista de Europa
El presente volumen es el resultado de un proyecto de investigación llevado a cabo en el “Instytut Zachodni” de Poznań (Polonia) que lleva el nombre «Renovatio Europae». Esta iniciativa ha reunido y coordinado una serie de grupos de expertos internacionales que trabajan en la necesidad de una reforma de la Unión Europea. Uno de estos grupos, bajo la dirección del editor del presente volumen, trató el tema “identidad y valores” y se reunió el 6 de marzo de 2019 en Varsovia para presentar y debatir, en presencia de representantes de alto rango del Gobierno polaco y el Parlamento, los documentos publicados en las páginas siguientes.
Inmigración masiva, declive de los valores, integración de la perspectiva de género, radicalización, sociedades paralelas, polarización social, crisis de deuda: donde se mire, Europa parece desintegrarse ante nuestros ojos; El universalismo políticamente correcto nos ha llevado al borde del desastre. Ya es hora de volver a esos valores que alguna vez estuvieron en la raíz de la grandeza de Occidente, si queremos evitar los peores escenarios.
Esto solo será posible mediante una renovación fundamental de Europa sobre la base de un credo político que nos gustaría llamar »Hesperialismo»: por un lado, necesitamos una Europa que sea lo suficientemente fuerte para proteger al Estado nación individual contra el surgimiento de China, la explosión demográfica de África, la difícil relación con Rusia y la radicalización del Cercano Oriente. Pero, por otro lado, una Europa así solo encontrará aceptación si permanece fiel a las tradiciones históricas de Occidente en lugar de luchar contra ellas en nombre de un universalismo multicultural quimérico.
Defensa de la familia natural, severa regulación de la inmigración, retorno a la Ley Natural, protección de un modelo económico socialmente responsable, implementación radical de la subsidiariedad, revitalización de las raíces culturales de nuestra identidad y renovación de nuestro sentido de la belleza: estos son, en resumen , los pilares de una nueva Europa »Hesperialista».
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