Por Philippe Schmetz 

La tecnología digital está cada vez más integrada en la educación, desde la escuela hasta la universidad, al igual que en el conjunto de la vida social. Es “inevitable”, nos dicen. Se dice que debemos “adaptarnos a los tiempos” y no arriesgarnos a quedarnos “atrás”. En cualquier caso, es “por nuestro bien y el de nuestros alumnos”: las tecnologías de la información y la comunicación en la escuela constituirían una fuente inagotable de progreso. La Aped [asociación francesa llamada Appel Pour une École Democraticque] nunca se ha dejado engañar por este discurso burdamente engañoso, que oculta mal la mercantilización de la escuela. Uno de nuestros miembros, Bernard Legros, ha contribuido a una obra colectiva que alimentará útilmente un debate esencial para la democracia.

Cerca de treinta autores han participado en este proyecto editorial. Profesores, intelectuales, cuidadores, padres, sindicalistas. No pretenden dar una visión completa del tema. En lugar de imponer UNA crítica a la escuela digital, han optado por cruzar sus observaciones y análisis específicos y diversificados, encendiendo otros tantos contrafuegos contra el “todo digital” que los poderes económicos, políticos y académicos están imponiendo en nuestras vidas en una especie de inconsciencia general e hipnosis colectiva. Con gran acierto, el libro está estructurado en tres partes diferenciadas, dedicadas sucesivamente a la primera infancia, la escuela y la universidad. Entre este rico material, he señalado algunas contribuciones que me han resultado especialmente atractivas.

Infancia

Los profesionales de la salud y la primera infancia dan la voz de alarma: la exposición masiva y temprana de los bebés y niños pequeños a todo tipo de pantallas tiene efectos graves. Cada vez se observan más trastornos de atención, problemas sociales y retrasos en el lenguaje. Del mismo modo, el organismo se ve perjudicado: menor capacidad cardiovascular, obesidad, alteración de los patrones de sueño, etc., lo que a su vez hace que los niños estén más irritables y sean incapaces de concentrarse. Y todo ello por un interés educativo que es, cuando menos, discutible (muy buena la aportación de Lydie Morel, que desmonta precisamente el supuesto interés de los dibujos animados, clasificados en cuatro categorías). Los autores subrayan, con razón, la abrumadora responsabilidad de la “economía de la atención”, de los industriales -y sus secuaces políticos- que se benefician de todos esos juegos y juguetes que atrapan a los niños. ¡Es tan cómodo echar la culpa sólo a los padres!

Escuela

En un artículo admirable, muy bien documentado, lleno de brío y deliciosamente sardónico, Christophe Cailleaux, profesor de historia-geografía de instituto y activista sindical (Snes-FSU), nos habla de la ofensiva lanzada por las EdTech, esas empresas pseudoinnovadoras que pretenden ocupar su lugar en el ámbito educativo. Los mercaderes de la educación y de lo digital desvían fondos públicos con el falso pretexto de introducir pedagogías innovadoras y emancipadoras en las escuelas. Coincidiendo con las tesis de la Aped, Cailleaux ve en la ideología de la “sociedad del aprendizaje” una “expresión eufemística e hipócrita del capitalismo más violento”. En efecto, ante la obsolescencia cada vez más rápida de los productos y los empleos, el reto es empujarnos a aprender durante toda la vida. Y si aprendemos de todo, todo el tiempo y en todas partes, la escuela queda marginada, convirtiéndose en un lugar más de aprendizaje. Su infrafinanciación y su agotamiento proporcionan argumentos para la subcontratación al sector privado. Sin embargo, esto no tiene nada de fatal, como tampoco lo tiene el auge de la inteligencia artificial. Todas estas “evoluciones” son el resultado de decisiones políticas. Otra humanidad es posible.

Karine Mauvilly también pone en tela de juicio el mito de los “recursos ilimitados de Internet”. Los jóvenes -y especialmente los más pobres- no dominan suficientemente el lenguaje necesario para navegar. La investigación documental en la web, mediante algoritmos, dista mucho de ser neutral. Los jóvenes se enfrentan a fuentes de muy diversa índole (científicas, comerciales, militantes, etc.). Leer en la pantalla es menos beneficioso desde el punto de vista cognitivo (podemos confiar menos en las señales espaciales de la disposición de la página, por ejemplo). Además, hay mucha “información” no validada en la red. Mauvilly ofrece un análisis crítico muy detallado, pero también una reflexión sobre el papel primordial de la escuela, y vías pedagógicas alternativas. A contracorriente, defiende que la investigación escolar debe basarse en un corpus bibliográfico limitado pero controlado.

A lo largo de las contribuciones, el lector se hace preguntas sobre lo que demasiado a menudo se da por sentado. ¿Es realmente eficaz la tecnología digital en las escuelas? ¿Es cierto en términos de resultados escolares o, mejor aún, de aprendizaje? El uso sistemático del tríptico ordenador-presentación de diapositivas-pantalla, ¿no oscurece la relación profesor-alumno? Además, ¿es cierto que la digitalización de la escuela permite al profesor “volver a centrarse en el núcleo de la profesión”?

Universidad

David Noble, fallecido en 2010, fue un pionero en la crítica de las nuevas tecnologías, especialmente en el sistema universitario estadounidense. Los autores han tenido la buena idea de facilitarnos la traducción de uno de sus artículos de referencia, con un título elocuente: “Fábricas de diplomas digitales. La automatización de la enseñanza superior”. Una perspectiva saludable. Como en “L’université sous hypnose numérique“, donde Guillaume Carnino y François Jarrige proponen una especie de extensión, a nivel de la enseñanza superior, de la lectura materialista de Christophe Cailleaux.

Para completar nuestro interrogatorio, Nicholas Carr nos cuenta cómo los profesores universitarios estadounidenses, nada tecnófobos e inicialmente favorables a la presencia de tabletas, ordenadores y otros smartphones de sus alumnos en sus auditorios, ahora los prohíben terminantemente…

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Este es un libro interesante para cualquier trabajador de la educación que se pregunte por la relevancia de la digitalización de la escuela. Bien construido, con numerosos apéndices (entre ellos el Llamamiento de Beauchastel y otros textos colectivos), no puede leerse en su totalidad, sino según las preguntas que cada uno se haga. En cualquier caso, ¡hay mucho que pensar aquí!

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