José Roca y Ponsa (1852- 1938)
Esta es la cuestión batallona de nuestros tiempos. Casi podría afirmarse que directamente todas las demás cuestiones con esta se enlazan; y seguramente en todas partes se le da la preferencia. Muchos problemas que resolver entraña la enseñanza. De hecho tenemos la enseñanza de la Iglesia y la enseñanza del Estado, llamada oficial y la enseñanza privada.
¿Quién tiene derecho a enseñar? ¿Qué debe enseñarse? ¿Ha de ser libre la enseñanza?… Todos estos puntos y algunos más contiene la gran cuestión de la enseñanza, en verdad candente, y de tal importancia que de su solución depende el modo de ser de la sociedad ahora y en los siglos futuros.
Conveniente y necesaria es la enseñanza. Como el hombre no nace con un organismo formado, sino que necesita desarrollo; así el alma del hombre dotada de entendimiento y voluntad necesita que estas potencias se desarrollen. El desarrollo físico y el desarrollo moral deben andar juntos, pero el desarrollo moral no existe sin enseñanza.
La ignorancia es un mal de fatalísimas consecuencias. La ignorancia de la Religión convierte al hombre en un salvaje; la ignorancia en todas las profesiones, artes y oficios le hace un ser inútil; la ignorancia de las leyes, un mal ciudadano; la ignorancia de la vida una víctima, un esclavo, un desgraciado.
Pues bien, nadie sabe si no es enseñado. Los más salvajes saben algo, saben mucho; porque aprenden con lo que ven, con lo que oyen; y lo que ven y lo que oyen es su enseñanza.
¿Enseñar, es un deber o un derecho? Y en caso de que sea deber ¿es de justicia o de caridad?. Y si es un derecho ¿quién lo tiene?
¿Hay quién tenga derecho a enseñar? Seguramente. En primer término la Iglesia, por lo que a Religión se refiere: Id y enseñad a todas las gentes y bautizarlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo… como me ha enviado mi Padre a mí, así os envío yo a vosotros. Tenéis, pues, mi autoridad para enseñar, como yo la tengo de mi Padre Celestial…quien a vosotros oye, a mí me oye; quien os desprecia, me desprecia a mí. Así los fieles deben atenerse a las enseñanzas de la Iglesia y creer lo que cree y condenar lo que condena. Todos estamos obligados, por sabios que sean los hombres, por respetables que sean las instituciones, por numerosas y atendibles que sean las Asambleas legislativas, por altos y dignos de toda consideración que sean los gobernantes.
Después de la Iglesia, y con sujeción en lo religioso y moral a las decisiones de la misma, los padres de familia son los que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Así como a ellos toca el desarrollo corporal por la alimentación y ejercicios convenientes, así a ellos corresponde también el desenvolvimiento de la inteligencia, como la formación de su voluntad. Es evidente que ninguna otra persona extraña a la familia tiene este derecho. Dentro de la familia la autoridad suprema es la paterna. Nadie tiene derecho a impedir el ejercicio de este derecho que procede de la ley natural, y nadie hay, ni nada contra esta ley.
Nadie, ni el Estado, puede arrebatar este derecho a los padres; porque la familia es de institución divina, anterior al Estado, con una constitución fundamental, dada por el mismo Dios, independiente de la autoridad del Estado.
Corresponde al Estado proteger, amparar y defender estos derechos; pero no puede, ni debe atropellarlos, y usurparlos como si fuesen derechos suyos. La familia no está formada por el Estado; pero el Estado está formado por familias, anteriores a él.
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Pero sucede con frecuencia que los padres no pueden cumplir por sí mismos este tan importante deber. Para esto está el hombre que llamamos Maestro. El Maestro de por sí no tiene derecho alguno para ello; pero puede suplir a los padres y cumplir por ellos el deber que les incumbe. El padre tiene derecho a elegir al maestro. Nadie puede imponerle un maestro que no quiera. Si abusa de su autoridad, responderá ante Dios; lo mismo que dará cuenta de su negligencia, flojedad o descuido; pero la autoridad permanece.
Por esta razón el padre debe mirar mucho a quién entrega sus hijos: ni caben en esto consideraciones o respetos humanos, o atenciones personales, o la vanidad. Hay que buscar la religiosidad, la honradez, la solidez de los conocimientos, la capacidad o habilidad en trasmitirlos y hasta el amor y el celo que por la enseñanza sienta el maestro. En la elección de maestros los padres rechacen toda imposición, venga de donde venga. Son libres. Se trata de defender a la vez su libertad y su derecho.
¿Tiene el Estado derecho de enseñar? Misión para enseñar no tiene. Su misión es gobernar. El Estado no es astrónomo, ni filósofo, ni geólogo; como no es artista, pintor, escultor, arquitecto. El Estado ha de poseer una ciencia, la ciencia de gobernar. Pero tiene el deber de fomentar la enseñanza, las ciencias, las artes; como ha de fomentar la industria, el comercio, la agricultura; como ha de fomentar la misma Religión, que tanto contribuye a la paz, el orden, la tranquilidad y bienestar de los pueblos.
También, pues, tiene derecho el Estado a ser misericordioso y probido, creando escuelas que el mismo costee.
¿Puede también el Estado, tiene derecho a prohibir la fundación de Escuelas que no sean suyas? De ninguna manera; porque ya no sería fomentar la enseñanza, sino acapararla con perjuicio de derechos individuales muy respetables.
Pero ya que el Estado no puede negar este derecho ¿podría conceder tales derechos a sus escuelas, que las privadas queden como anuladas? De hecho es así. Pero yo no hablo de hechos, sino de doctrina, y digo, que para todo gobierno las mejores escuelas son las mejores, sean privadas u oficiales y que debe fomentar las mejores, sin preferencias porque sean suyas o ajenas. Ante el Estado todas las escuelas han de ser iguales, con los mismos deberes y los mismos derechos; sin que ni directa ni indirectamente se obligue a las privadas a acogerse a las oficiales.
Exíjanse condiciones pedagógicas en los maestros, a los locales, pero a todas las escuelas en general, oficiales o privadas; y si privilegios hay, que sean como la recompensa a las mejores en todas las condiciones pedagógicas, incluso en el personal.
Cuantas más escuelas privadas haya, tantas menos tendrá que costear el erario público.
(Artículo del capítulo «Cuestiones sociales», pág. 95 y siguientes del libro Cuestiones Candentes. Tipografía Rodríguez, Giménez y cía., Sevilla, 1929)
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