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Los «inofensivos» extremistas de izquierdas

La contrarrevolución nunca vendrá de ningún partido con representación parlamentaria, sino de un pueblo despierto que de forma valiente se enfrenta al poder en la calle, en la tribuna, y en el campo de batalla abierto.

Imagen con licencia Pixabay

Algunos consideran inofensivos a los extremistas partidos de izquierdas. Consideran que su apoyo minoritario por parte de esa subespecie que llamamos votantes no es un peligro, ni para la sociedad, ni para el sistema «democrático» que dicen defender.

Lo que no percibe esa subespecie que llamamos votantes, y muy especialmente aquellos que se llaman conservadores y que creen que la mejor decisión política es alejarse siempre de cualquier extremo, es que el peligro de esos extremistas, de esos exagerados a los que nadie o pocos votarán, es precisamente su carácter minoritario.

Ese extremismo de izquierdas «inofensivos» que nunca llegarán al poder en realidad no tienen como objetivo el poder, sino marcar el siguiente objetivo de la Revolución, aquel que alcanzarán los partidos llamados moderados, ya sea de izquierdas o de derechas.

Esos díscolos extremistas que algunos consideran como molestas moscas a las que un simple manotazo es suficiente para apartarlas, en realidad son como los batallones de exploradores de los ejércitos, pues su verdadera misión no es tomar la posición enemiga, sino explorar el objetivo y marcar el camino para que las tropas que vienen detrás tomen la posición con todo tipo de seguridades.

Y lo que tampoco sabe esa subespecie que llamamos votantes, y muy especialmente los que llamamos moderados y enemigos de los extremos, como si la moderación fuera una virtud, es que los partidos de derecha a su vez tienen como objetivo conservar los avances de la Revolución.

La Revolución se nos presenta a modo de un ejército sumamente especializado y adiestrado, en el que la extrema izquierda marca el objetivo, la izquierda moderada toma la posición y, mientras avanza a la nueva cota, la derecha la consolida, contando a sus partidarios que no era para tanto, que no conviene buscar conflictos, que es mejor conservar la paz social, aunque esta paz se logre con la aniquilación de millones de niños por nacer mediante el aborto, con la destrucción de la paz doméstica con la instauración del divorcio, con la destrucción de la familia con la consagración del gaymonio en plena igualdad con el único verdadero matrimonio, que es la unión de un hombre y una mujer.

Basta con tomar un ejemplo que hasta los más inadvertidos lo pueden comprobar. Hace tan solo 50 años el aborto era una loca idea de los extremistas de izquierda, pues la izquierda moderada socialdemócrata solo lo concebía para unos supuestos tasados, pero los extremistas marcaron el objetivo del aborto libre, y la izquierda «civilizada» conquistó primero el aborto por supuestos, pues claro, según ellos, era evidente abortar en caso de violación, o en el caso de un niño con malformaciones. Después esa izquierda «civilizada» luchó por las leyes de plazos, permitiendo el asesinato de niños hasta un determinado plazo legal elegido al libre arbitrio del político de turno y sin ningún respaldo científico, y mientras tanto ¿que hicieron los conservadores?, pues dar carta de naturaleza a cualquier avance progresista, y así, cuando se discutía una ley de plazo ellos defendían la ley de supuestos que previamente decían haber combatido, pues ya tenían el objeto deseado por todo conservador: una ley para poder conservar, ya que a ellos solo les interesa conservar por conservar, sin importarles sin conservan una bella flor, o un cadáver en el frigorífico. Y cuando la izquierda luche por ampliar los plazos, nuestros queridos conservadores dirán que es un disparate abortar hasta las 24 semanas, dirán que lo lógico es abortar hasta las 14 semanas pues eso decía la anterior ley que es necesaria conservar, y ninguno de los «representantes del pueblo» se acordará de dar la única batalla decente: «el aborto por supuestos, por plazos o por “concordato” es un asesinato».

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Así funciona la Revolución, a tres velocidades. Los rápidos exploradores extremistas preparando el camino, los panzers izquierdistas conquistando las posiciones, y los incautos conservadores defendiendo la labor revolucionaria.

Frente a una izquierda deshumanizada y criminal, y una derecha pusilánime, solo cabe defender la inmutable tradición que en sus principios no se mueve de su posición, aunque en sus instrumentos y realizaciones prácticas ha de utilizar las armas a su disposición, y combatir en el terreno elegido por sus contrincantes.

La contrarrevolución nunca vendrá de ningún partido con representación parlamentaria, sino de un pueblo despierto que de forma valiente se enfrenta al poder en la calle, en la tribuna, y en el campo de batalla abierto.

Por Carlos María Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna

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Abogado, académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades y colaborador de numerosas publicaciones y revistas, exdirector de la sección cultura del periódico digital Minutodigital, e impulsor de numerosas iniciativas de la sociedad civil para fomentar la participación ciudadana real en la vida política y social, como el Centro Jurídico Tomás Moro, el Centro de Estudios Históricos General Zumalacárregui, o la Asociación Editorial Tradicionalista. Actualmente es director de Tradición Viva

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