Llega el 15 de agosto y prácticamente toda España se viste de fiesta para celebrar el misterio de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo. Los cristianos creyeron desde el principio que era imposible que el cuerpo de María conociese la corrupción del sepulcro, sino que más bien, se durmió en el Señor, bajaron los ángeles y elevaron al cielo no solo su alma sino también su cuerpo, ese cuerpo purísimo que albergó en sus entrañas al Verbo de Dios hecho carne, nuestro Señor Jesucristo, el Unigénito del Padre, el único Salvador de la humanidad.
Esta verdad de fe que fue consolidándose poco a poco con el paso de los siglos, la reflexión de los teólogos y el sentir del pueblo cristiano, fue proclamada solemnemente como dogma de fe revelado por Dios el 1 de noviembre de 1950 por parte del Papa Pío XII.
(Conozco personas que ese día estuvieron en Roma presenciando el solemne acto de la proclamación del dogma)
Así es que los católicos y los ortodoxos celebramos con toda solemnidad la gloriosa Asunción de la Madre de Dios al cielo, un motivo más de unión y de comunión entre los cristianos de Oriente y los de Occidente.
(Por desgracia, no podemos decir lo mismo de nuestros hermanos anglicanos)
Pues bien, ese acontecimiento que se ha producido ya en la persona de María, creemos, por la fe, que se cumplirá también en todos los que escuchan y practican la Palabra de Dios.
Dice San Agustín que más dichosa es María por haber puesto en práctica la Palabra divina que por haber albergado en su seno al Hijo de Dios. Eso no quita peso al misterio asuncionista, pues según la teología judeo-cristiana, la persona humana no es cuerpo por una parte y alma por otra, sino una en cuerpo y alma. El ser humano es una unidad; no es solo carne, ni mente, ni potencialidades, ni psique; es también alma o espíritu.
Desde el siglo XVIII se ha ido dando más importancia a lo material que a lo espiritual; incluso algunos han llegado a prescindir totalmente de lo espiritual, que es lo esencial del ser humano, pues recordemos que al principio, cuando Dios crea al hombre del barro de la tierra, le insufla su espíritu y el hombre llega a estar completo precisamente porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y cuando digo hombre estoy diciendo también mujer.
Todos los seres humanos, por el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, llevamos un sello divino que precisamente denominamos espíritu o alma. No es algo añadido a lo físico, es el conjunto lo que cuenta, pues nadie es cuerpo por una parte y alma por otra, sino que cada ser humano es uno en cuerpo y alma.
De ahí que también el cuerpo tenga su dignidad y todos debamos cuidar nuestro cuerpo y nuestra alma, y el alma y el cuerpo de los demás.
Dios Padre preparó a María desde toda la eternidad para que Ella pudiera ser digna morada de su Hijo, y gracias al “fiat” de María, el Hijo de Dios se encarnó en sus entrañas, Ella nos lo dió a luz en Belén, Ella lo cuidó y lo crió junto con San José en su infancia y adolescencia, Ella enseñó a Jesús y aprendió de Jesús a ser la humilde sierva del Señor, del mismo modo que el Hijo fue el Siervo por antonomasia de Dios. José murió rodeado de Jesús y María. ¡Qué muerte tan dichosa!
Y cuando el Señor Jesús cumplió los 30 años se despidió de su casa y de su madre porque tenía que salir por todos los caminos y por todas partes a anunciar la buena noticia del reinado de Dios que estaba ya presente entre los hombres.
Sí, en la Persona de Cristo, el reino o reinado de Dios se hizo y se hace presente. Y ello gracias, en parte, a María, siempre Virgen, antes del parto, en el parto y después del parto.
Por eso en la bula que proclama la Asunción de María, el Papa Pío XII escribió:
“La Inmaculada y siempre Virgen María, llegado el final de su vida en este mundo, fue llevada al cielo en cuerpo y alma y fue coronada como Reina de cielos y tierra para asemejarse mejor a su Hijo Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores” Como hemos dicho, es dogma de fe católica.
Los cristianos de hoy también miramos a María para parecernos a Ella en sus rasgos y actitudes, en su disponibilidad a cumplir la voluntad del Padre, en su sencillez, en su humildad, en su pureza, en su castidad, en su fe insuperable, en su amor ardiente a Dios y al prójimo, en su grandísima esperanza.
Ahí tenemos a María, siempre Virgen, Inmaculada, Madre de Dios, Asunta al cielo, modelo de todas las virtudes humanas y cristianas, naturales y sobrenaturales, Madre de la Iglesia, madre nuestra amantísima a la que acudimos en todas nuestras necesidades, sean del tipo que sean.
Ciertamente, si Dios quiso venir a este mundo por medio de María, también nosotros podemos llegar a Dios más fácilmente de la mano de María.
En este período convulso de la historia humana, ¿qué mejor que acudir a la Virgen Santísima y aprender de Ella a vivir la fe, la esperanza y la caridad cristiana?
¡Bendita sea la gloriosa Asunción en cuerpo y alma de la Stma. Virgen María! ¡Que Ella no deje de rogar por nosotros y por la salvación de todo lo creado!
Y al día siguiente, 16 de agosto, celebraremos la fiesta de San Roque, si Dios quiere.
P. José Vicente Martínez
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