Fue en 2020 cuando el 78.28% de la población chilena votaba porque el país andino se dotara de una nueva Constitución y, dentro de ello, un 79% se mostraba a favor de una Convención Constituyente. 

Pues bien, el 4 de septiembre de 2022 esa misma población -en un porcentaje de más del 60%- rechazaba en referéndum tal proceso constituyente: ¿qué ha pasado en estos dos años? 

A decir verdad, los chilenos no es que ahora se muestren conformes con el texto constitucional –de marcada impronta neoliberal- redactado en tiempos de Augusto Pinochet, pero es claro que tampoco lo están con el texto sectario, improvisado, farragoso e incoherente que se presentaba para su aprobación el pasado domingo. 

Lo importante aquí es que la derrota del mundialismo en Chile -demostrando su población que aún tiene el suficiente sentido común como para “devolver a los corrales” un engendro disolvente hasta la náusea, antipatria y antipueblo hasta decir vale- ha sido inapelable. 
En última instancia, las constituciones (sin ser panacea, pues en estos tiempos de relativismo desbocado el papel lo aguanta todo: véase sino nuestra Constitución de 1978) deben emanar del pueblo, no de una caterva de observatorios “oenegeros” financiados por el Gran Capital para destrozar las naciones con sus dogmas pro inmigración desbocada, ideología de género, cancelación, indigenismo y demás basuras globalistas. 

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