Endecha para poetas desdichados

“Cantar es mi oficio”, dice el poeta,
imaginando al orbe embelesado,
de su música azul desesperado,
y parte a ensayar una cuarteta.

Y ya una consonante le palpita
y una rima tonante pide paso,
mientras el corazón en vuelo raso
planea sobre un mundo que se agita.

Mas la poesía no es opción barata:
la clientela no está para fragancias
de jazmineros de afectadas ansias,
ni estima en la rima el oro y la plata.

Así que, poeta, hoy más que ninguno,
sientas que tu mesa no sea banquete:
y si alcanzas pan, al cielo promete
una heroica oda tras tu duro ayuno.

Pues el mundo viejo, así como siempre,
antepone el pienso del leal rebaño
y prudente evita de musas el daño,
pues el vientre impera, así como siempre.

Y no, no poeta, reprime el enojo;
en vano ansíes de Arcadia el llamado;
tu sino es andar como Edipo atado
al mundo soñado por tus ciegos ojos…

Ciegos para el gris afán cotidiano
y el verde mohoso del billete amado
que compra la risa y paga el guisado;
ciegos para el cruel sainete mundano

donde solo importa pasar ese aro
que a la Prosa va por recto camino.
¿Pues de qué te sirve, poeta divino,
ser ángel caído, ser ave, ser raro

si el invierno aflige y el sueño te huye?
¿A qué frecuentar las rosas y el vino 
    y a las musas ir, terco peregrino,
cuando la razón tus alas destruye?

“¡Sirve! –iracundo, apostrofa el vate-
tenaz es mi empeño y leal mi amparo,
ni pan ni reposo o cálculo avaro
turban el anhelo febril de mi arte;

ni pena ni hastío, ni pueril lamento
afrentar podrían mi insigne divisa;
pues poeta soy, contra llanto o risa,
y orbes sin alma con versos enfrento”.

Ah, poeta amigo, terco peregrino,
del alba y la luna sé leal testigo,
que un verbo exacto repose contigo,
que poeta seas por alma y destino.



Edgar Rolón

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