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Carlismo

Un carlismo integrador

El Carlismo necesita unidad y fortaleza, que nazca de nuestra humildad de no creernos cada uno cabeza de león.

La actual crisis nacional por la que atraviesa nuestra patria es la primera vez en la que el Carlismo no comparece como un dique eficaz contra el avance de la Revolución.

La Comunión Tradicionalista Carlista, principal organización del viejo Carlismo, al menos en términos numéricos, afronta su próximo Congreso en medio de un cierto desasosiego y aparente desunión.

Otros grupos que se reclaman igualmente carlistas atraviesan, por distintas circunstancias, situaciones también difíciles, que amenazan su supervivencia. Y en todos ellos la falta de unidad parece ser la tónica dominante.

A lo largo de los dos últimos siglos, cada oleada revolucionaria encontró la enemiga de un Carlismo militante y activo que supo salir en defensa de la religión y la patria, movilizando los recursos morales remanentes en el pueblo español. Lo hizo siempre con abnegación y sacrificio de carlistas que entregaron vida y hacienda, anteponiendo la salvación de España a sus propias comodidades o conveniencia personal.

En esta ocasión no es así, y vemos como la sociedad española avanza hacia la destrucción de todo lo que huela a su esencia y tradición, sin que el Carlismo pueda presentar batalla ni galvanizar la resistencia del pueblo católico español.

Su atomización, falta de unidad y enfoque en absurdos pleitos internos tienen mucho que ver en que eso sea así, en que el Carlismo en vez de protagonizar la historia, corra el riesgo de haber pasado definitivamente a la historia.

Haríamos bien en meditar sobre esta situación, sus causas y las responsabilidades que, colectiva e individualmente, podamos tener todos y cada uno de nosotros en ello.

Tenemos sobre nosotros la responsabilidad de mantener la continuidad y afirmar la presencia de un movimiento político de más de ciento cincuenta años, cargado de heroísmo, sacrificios y generosidad al servicio de una Causa que no es una ideología, sino una manera de entender el mundo. Que es testimonio viviente de una concepción de la vida comunitaria, cristiana y española, que los hombres de nuestro tiempo necesitan más que nunca para recuperar el rumbo en un mundo desorientado.

El Carlismo nació del pálpito del pueblo español, de su idiosincrasia y tradición, y tuvo siempre una amplia base de apoyo social. Fue capaz, cuando de verdad tuvo fuerza, de integrar diversidades regionales, clases sociales, personas de distinto nivel de educación, actividad profesional, intereses y aspiraciones. Sistematizó su doctrina y propuestas políticas cuando tuvo que dar cuenta de ellas, pero no se consideró nunca una ideología cerrada, y mucho menos un saber iniciático al alcance sólo de unos pocos ilustrados, sino la defensa de unas creencias y unas formas de vida con honda raigambre en el pueblo español.

El Carlismo, continuidad de la España tradicional y no partido político al modo de los partidos liberales, Integró en su seno la diversidad que es producto de la misma naturaleza, estuvo abierto para sumar matices y afluencias de diversa procedencia, vivió la tradición como un proceso dinámico y se supo mantener siempre en contacto con una realidad cambiante, manteniéndose al tiempo fiel a la bandera de Dios, Patria, Fueros y Rey.

Un supuesto Carlismo hierático, vitrificado, inquisitivo, hostil al afín, en continua autodepuración, enzarzado en disputas internas de sacristía, rayado y repetitivo en sus ideas, anquilosado y alejado del mundo real y del momento histórico que vivimos, no es verdadero Carlismo. Como una tradición hibernada en las páginas de un libro no es verdadera Tradición.

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No es verdad que el tiempo del Carlismo ha pasado. Entre los españoles, incluso sin ser conscientes de ello, existe aún un humus que palpita bajo la hojarasca, y España, frente a todas las apariencias, sigue siendo esa vieja encina sofocada por la hiedra, de la que hablaba Maeztu. Ese “sano pueblo español”, que no es un eslogan propagandístico, aunque se muestre debilitado y desfalleciente, aún humea en sus cenizas pendiente de una suave brisa que sepa avivar sus llamas.

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Corren tiempos difíciles, pero hay también ejemplos alrededor nuestro -el triunfo de Meloni en Italia es el último de ellos- de que en el devenir de los pueblos nada es imposible cuando se conecta con el río subterráneo de su entraña nacional. Los vientos de la historia no van en más dirección que la que se produce soplando.

El riesgo de la actual generación es malograr el legado centenario del Carlismo. Por el contrario, la posibilidad de recobrar su presencia en la vida nacional, depende de la unidad, de la generosidad y del patriotismo de los que a sí mismos se consideran carlistas. Depende de su capacidad de superar el actual gallinero de todos contra todos generados por estériles disputas de pureza ideológica, por preferir uno u otro abanderado, por presumir oscuras intenciones en los demás, por atribuir a los que no son de los míos pasados biográficos sospechosos, por afanes de notoriedad personal o por rencillas personales que nunca acaban de cicatrizar.

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Somos cada uno hijo de distinta familia, hemos vivido experiencias diferentes, nos hemos criado en distintos entornos, vivimos en distintos ambientes, somos objeto de influencias diversas y nos dedicamos a cosas diferentes en la vida. ¿Tiene algo de raro que seamos cada uno de nuestro padre y de nuestra madre, que con unos nos sintamos personalmente más identificados que con otros, que nos parezca mejor lo que propone fulano que lo que dice zutano? ¿Quiere eso decir que lo que a mi me gusta le tenga que gustar a todos, que mi visión de cada problema sea completa y abarque todas las perspectivas, de forma que nadie pueda ver las cosas de manera distinta o tenga algo que aportarme?

El Carlismo necesita desear ser de nuevo un movimiento integrador de los mejores impulsos subsistentes en el pueblo español, necesita unidad en lo que es fundamental: ese trilema de Dios, Patria, Fueros y Rey, simplemente entendido, sin necesidad de tantos matices ni tantas disquisiciones añadidas.

Solo así podrá ser un Carlismo en el que quepamos todos, vitalista y con los pies en el suelo, cordial y acogedor, abierto al apostolado y al acercamiento de los que están próximos, atractivo para los que aún no nos conocen lo suficiente, implacable y combativo sólo con los enemigos, que sólo son los de la Religión y de la Patria.

Reconocer la ley divina , la distinción entre el bien y el mal, y el orden natural; amar a la patria con un amor abierto y ascendente desde la patria chica hasta la empresa universal de la Hispanidad; defender la familia y las entidades naturales de convivencia, la estructura orgánica de la sociedad, el principio de subsidiariedad  y las libertades concretas frente al totalitarismo; desear la continuidad de la institución secular de la monarquía católica, social y representativa  y la vida política al servicio del bien común, deberían ser las únicas credenciales necesarias para un Carlismo unido.

No se trata de aspirar a una organización única y monolítica, que anule cualquier grupo o iniciativa individual, sino de sentirse integrante de una constelación multiforme que debe constituir una forma de unidad superior, respecto a la que haya voluntad de ser parte colaborando a su desarrollo.

El Carlismo necesita unidad y fortaleza, que nazca de nuestra humildad de no creernos cada uno cabeza de león; de nuestra generosidad de contribuir según las fuerzas y de no poner palos en las ruedas; de nuestra apertura de corazón para aceptar las diferencias en cuestiones nos fundamentales; de nuestro sentido común para no considerar cada asunto como cuestión de vida o muerte; de nuestra capacidad de aceptar una autoridad sobre nosotros y de nuestra disciplina para acatar las directrices de quien tenga la responsabilidad de dirigir y coordinar, aunque a veces sus decisiones no sean las que uno hubiera tomado. Necesita carlistas que amen a la Causa a la dicen servir más que a sus opiniones personales, más que a su orgullo herido, más que a lo que le piden sus tripas.

Todos dispersos somos una fuerza en extinción, a lo más un club de añorantes, como los hay de amigos de los castillos o de la capa española.

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Juntos podríamos recobrar el caudal de esas aguas subterráneas que aún corren bajo nuestros pies, podríamos aspirar de nuevo a regar con el agua vivificante de la Verdad  los campos y los pueblos de nuestra patria, volviendo a verlos florecer de amapolas y margaritas.

Los próximos meses, por distintos motivos, pueden ser decisivos para cada una de las tendencias que hoy existen en el seno del Carlismo.

Esperemos que avancemos hacia una mayor unidad, convencidos de que, si cada uno de nosotros somos importantes, todos juntos podemos ser más importantes que cada uno.

Javier Urcelay

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