En 1583, en la imprenta salmantina de Juan Fernández, se estampa la presente obra, producto del ingenio del catedrático de teología y fraile agustino Luis de León.

El que un celebrado catedrático saliera a la luz pública en 1583 con una obra teológica en romance castellano no deja de ser una situación llamativa. Fray Luis sabía que abría caminos nuevos para esa lengua, que defendía contra los juicios apresurados de quienes preferían ver tratadas materias tan altas en latín. Esta defensa del romance proporcionó al libro el aprecio de los historiadores literarios, de los teólogos y de los poetas.

De los nombres de Cristo trata de explicar la esencia de Jesús a partir o desde sus nombres, los que le otorga en múltiples pasajes la Escritura. Y construir desde ellos toda una catedral que proclame la esencia de una teología cristiana, una philosophia Christi, a la vez paulina y agustiniana.

La ficción se construye en forma de diálogo culto renacentista de carácter ciceroniano en el que intervienen tres frailes agustinos, dos de ellos teólogos maduros de grandes letras, el otro más joven, inquieto e ingenioso. A través de él discurren toda una serie de materias que hacen de la obra una auténtica summa humanista, elevada a categoría de obra artística por el cultivo de la prosa romance, cuidadísima desde los principios de la retórica clásica. El conocimiento de la Biblia y de sus lenguas, la densidad teológica de las reflexiones, la belleza e intensidad expresiva de la lengua hacen de De los nombres de Cristo una verdadera cumbre de la literatura del Renacimiento.

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