La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 era inevitable por un simple motivo: una vez que se concede libertad de movimiento a las personas, los muros pierden su sentido.
La cadena de eventos que culminó en la “muerte” del muro había tenido su inicio con la apertura de fronteras entre Hungría y Austria en agosto de ese mismo año 1989. Pronto miles y miles de alemanes del Este empezaron a pasar por Hungría hacia Austria: dieron así el “salto” más allá de la cortina de hierro.
Luego, medidas, contramedidas, la decisión de permitir el libre tránsito a los ciudadanos de Alemania Oriental, y la marea humana que hizo el muro insostenible…
Han pasado 25 años desde aquellos hechos. Para muchos que vivimos “en directo” esos momentos, se trataba de algo inaudito, insospechado pocos meses antes. Las reacciones de la gente desbordaron muchas previsiones. Iniciaba una nueva etapa de la historia de Europa y del mundo entero.
Desde luego, había un contexto que hizo posible aquella revolución pacífica. La Unión Soviética había sufrido una humillante derrota en Afganistán y comenzaba un periodo de reformas. Polonia avanzaba hacia la democracia y la libertad. Los demás países del Pacto de Varsovia no podían quedar al margen del nuevo aire que se respiraba en muchas partes.
Desde Roma, un papa polaco invitaba a superar los miedos y a reconocer la dignidad de todo ser humano, al mismo tiempo que denunciaba las mentiras y las injusticias de los sistemas totalitarios. Juan Pablo II dejó en su tiempo una huella que no podía no tener consecuencias importantes.
Y llegó el día 9 de noviembre de 1989. Una rueda de prensa por parte de las autoridades de la Alemania Oriental daba el pistoletazo: era posible viajar al extranjero sin permiso. El muro tenía sus horas contadas.
Lo que sucedió desde ese momento superó las expectativas. Miles y miles de berlineses del Este podían salir y abrazar a los berlineses del Oeste. La policía no era capaz de controlar la situación. El muro perdía su sentido y pronto empezó a ser demolido.
La caída del muro de Berlín se convirtió en el símbolo de la caída de un sistema opresor basado en el marxismo-leninismo. Hasta entonces, la mentira y el miedo habían dominado durante años a millones de ciudadanos de buena parte de Europa. Desde el otoño de 1989, los hechos se sucedieron rápidamente hasta llevar al colapso de la opresión.
Un inicio pequeño, la apertura de fronteras entre Hungría y Austria en agosto de 1989, tuvo consecuencias insospechadas. En cierto sentido, así ocurre en tantos otros momentos de la historia. Quizá ahora, sin darnos cuenta, hechos que parecen pequeños y circunscritos han dado el pistoletazo a cambios que pronto nos dejarán estupefactos.
En la larga marcha del devenir humano, también las decisiones de los que somos “gente sencilla”, personas de la calle, ciudadanos “sin importancia”, dejan su huella. En especial, quienes creemos en Cristo preparamos un mejor futuro, más próximo o más lejano, para nuestros pueblos y para la humanidad entera, siempre que actuamos unidos a Dios y llenos de esperanza.