“La muerte de Iván Ilich” es sin duda alguna una de la obras más perfectas del magistral Tolstoi; obra perfecta en su definición, perfecta en la presentación y descripción de los personajes, perfecta en su ejecución, en el ambiente creado con maestría, en los personajes perfilados con sutileza, en el mensaje transmitido con acierto.
Para Tolstoi escenificar la muerte de Iván Ilich es igual que escenificar la vida de Iván Ilich y ahí está la maestría. No estamos ante la primera obra literaria que trata de la vanidad de la vida y lo inútil del empeño humano por mejorar únicamente su situación material. Tampoco estamos ante la primera obra en que se critica abiertamente el modus vivendi de la burguesía decimonónica (ahora diríamos la clase media alta), pero si estamos ante una de las obras que trata dichos temas de forma más acertada.
Iván Ilich se nos presenta como el típico alto funcionario preocupado más de su ascenso social que de su vida interior. Calculador como estudiante, calculador como alto funcionario, y calculador en el momento de concertar su matrimonio. Su ascenso social cumple un plan perfectamente concertado que culmina con éxito cuando alcanza un puesto de relevancia en el poder zarista; sin embargo un suceso banal cambiará su modo de percibir la vida.
Al realizar una pequeña reparación en su hogar burgués sufre una caída que le ocasiona un tenue dolor capaz de amargarle sus últimos días. El accidente es una soberbia representación de toda su vida, pues al subir una escalera (peldaño a peldaño, como su carrera de funcionario) en el momento en que llega a la cúspide (su cargo de relevancia en el poder zarista) sufre una caída.
El relato breve de Iván Ilich está escrito en un momento de cambio espiritual de Tolstoi que acaba con la espiritualización de la vida y obra del genial autor ruso. Iván Ilich supone un punto de inflexión en la obra del autor. Escrita en 1886 supone en antecedente claro de su obra posterior: “Iglesia y Estado” (1891), “El Reino de Dios está en Vosotros” (1894), “El Padre Sergio” (1898) y “Resurrección” (1899).
En este contexto “La muerte de Iván Ilich” sigue teniendo toda la vigencia propia de las grandes obras de arte. Ilich representa esa conocida crisis de los 50 en la que todo hombre inicia una reflexión vital sobre el sentido de su vida. La muerte de Ilich es el trasunto de la muerte real de todos aquellos que viven la vida sin ningún tipo de connotación trascendente, que inician cada día con un logro material a alcanzar que promete la felicidad, y que una vez conseguido se muestra tan pasajero y cambiante como todos los logros anteriores.
Ilich no empieza a morir tras su accidente doméstico, sino que constata que lleva muerto toda su vida, aunque esa conciencia de la muerte no surge hasta el momento en que su dolor físico se convierte en dolor de alma al comprobar lo vacío de su vida (ya nos lo dijo nuestro gran Calderón en su “La vida es sueño”)
La editorial Nórdica no sólo acierta al reeditar una obra esencial de la literatura universal, sino que acierta al publicarla con la dignidad que se merece mediante una edición profusamente ilustrada por Agustín Comotto, más conocido por sus ilustraciones infantiles, pero con un gran trabajo previo para la misma editorial – La maravillosa historia de Peter Schlemihl (2009), Caperucita roja (2011) y 20.000 leguas de viaje submarino (2012)-.
Datos del libro:
Autor: Lev Tolstói
Ilustraciones: Agustín Comotto
Traductor: Víctor Gallego
Editorial: Nórdica, Madrid 2013
Páginas: 160
PVP: 18 €
ISBN: 978-84-15717-22-5