El nivel de violencia en Jerusalén y en los Territorios Palestinos ha aumentado en las últimas semanas. El epicentro de la crisis es la Explanada de las Mezquitas (el monte del Templo para los judíos), pero la tensión se propaga por las calles de Jerusalén y toda Cisjordania. Desde la mañana del domingo 4 de octubre, las autoridades israelíes prohibieron durante 48 horas el acceso a la ciudad vieja a todo palestino no residente en la zona.
Ninguno de los sucesos de los últimos meses es un caso aislado: el incendio doloso que el 30 de julio, en el pueblo palestino de Duma en Cisjordania, causó la muerte de tres de los cuatro miembros de la familia Dawabshe; el lanzamiento de piedras a un automóvil que el 13 de septiembre causó la muerte de Alexander Levlolich, de Talpiot Mizrach, un asentamiento de la Jerusalén suroriental; la muerte en Hebrón de Hadil Al Hashlamún por manos de militares israelíes el 22 de septiembre tras haber sacado un cuchillo para amenazar a los soldados; la muerte de Eitam y Naama Henkin, dos judíos religiosos sionistas asesinados el 1 de octubre no lejos de Itamar, un asentamiento al este de Nablus, o el ataque con un puñal, la tarde del sábado 3 de octubre, que acabó con la vida de Aharon Banita-Bennet, un joven ultraortodoxo enrolado en el ejército y el rabino Nehemías Lavi, de la Yeshivat Ateret Cohanim, organización cuyo objetivo es adquirir las propiedades árabes de Jerusalén para «rejudaizar la ciudad». Todos estos sucesos afectan a colonos o a los asentamientos.
Desde el pasado sábado, al menos 150 palestinos han sido heridos por pelotas metálicas o proyectiles de caucho, afirma la Media Luna roja palestina. En las ciudades de Cisjordania y en los barrios palestinos de Jerusalén Este se han producido varios encuentros con los colonos y el ejército israelí. Son numerosos los testimonios que hablan de bloqueos en las carreteras de los Territorios Palestinos organizados por colonos israelíes en reivindicación de las víctimas de los atentados recientes.
Desde principios de septiembre, el gobierno israelí ha adoptado varias medidas para contrarrestar la ola de violencia. El 9 de septiembre prohibió a los morabitos (especie de centinelas musulmanes) entrar a la Explanada de las Mezquitas; el 20 de septiembre el gabinete de seguridad israelí publicó una serie de normas contra los lanzadores de piedras, incluso la posibilidad de recurrir a francotiradores para «neutralizarlos». Tras llegar de Nueva York, donde el 1 de octubre intervino en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el primer ministro Benjamin Netanyahu convocó a su comité de seguridad, que aprobó la decisión de acelerar las demoliciones de las casas de «terroristas», una medida que se considera inútil por las organizaciones en defensa de los derechos humanos y que puede producir efectos contrarios a los deseados. También se multiplicarán los paros administrativos.
En el lado palestino estas medidas generan cada vez más odio. Además, el discurso pronunciado el 30 de septiembre en la ONU por el presidente Mahmud Abás no propuso soluciones ni para regular el conflicto interno palestino (entre las facciones opuestas de Hamás y Fatah), ni para dar pasos hacia adelante en el escenario regional o internacional. Los analistas, al contrario, han interpretado su discurso como la confesión de la imposibilidad, por parte de la Autoridad Palestina, de seguir manteniendo el control de los Territorios, cada vez más desarticulados. Si estallara el caos, la situación sería incontrolable tanto para la Autoridad Palestina como para Israel.
La intensidad de los enfrentamientos de los últimos días nos lleva a un sondeo de opinión realizado hace algunas semanas. El 42% de los entrevistados palestinos piensa que el medio más eficaz para alcanzar la solución de los dos Estados es la lucha armada. En un sondeo anterior, era solo el 36%. «Está claro que estamos en el filo de la navaja y es posible que la situación política evolucione sobre el terreno», ha declarado Jalil Shicaqui, director del Centro palestino para la Política y los Sondeos, con sede en Ramala. «Al inicio de este siglo, los sondeos atribuían un apoyo contenido a la violencia. La tendencia se ha invertido. Hoy hay un aumento. Basta una chispa para que la situación actual lleve a una explosión de vastas proporciones».
Pero, ¿la violencia en curso se considera por parte de palestinos e israelíes como una nueva intifada? El vocablo «intifada» se ha convertido en un término genérico, un concepto que se aleja relativamente de su significado original. La sublevación palestina –intifada– es inicialmente una lucha, tanto personal como colectiva, de la nación palestina por su propia independencia. Una sublevación que se proyecta hacia el futuro, basa su fuerza en la identidad palestina y la solidaridad social, y apunta en primer lugar a un cambio social. Aunque la violencia de estos días esté todavía lejos de la que explotó en 1987 y 2000 (primera y segunda intifada), el carácter caótico de la situación presente no basta para hablar de sublevación, porque no pretende cambiar leyes sino que es expresión de una exasperación generalizada.
Uno de los factores que alimentan la insurrección presente o futura podría ser el aumento del extremismo judío del tipo Tag Mehir («El precio a pagar»), como en el caso del incendio –que ha quedado impune– de la casa de la familia Dawabshe. Son ataques con sitios religiosos cristianos y musulmanes, pero también daños a civiles palestinos de Cisjordania; hechos que vienen poco, o nada, recogidos en los medios de comunicación israelíes. El declive de la Autoridad Palestina, su falta de control en Cisjordania y el fin de la coordinación en temas de seguridad, liberadora para algunos y devastadora para otros, son igualmente factores de inestabilidad. A pesar de las acusaciones recíprocas que se han lanzado durante sus discursos ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, Netanyahu no cree que el presidente palestino Mahmud Abás abandone la escena, ni este último está dispuesto a dejar el poder.
La mezquita Al Aqsa fue el marco de estallido de la segunda intifada en septiembre de de 2000 cuando Ariel Sharon, que poco después se convertiría en primer ministro, se acercó a la explanada, que representa un símbolo casi intocable para el conjunto de palestinos y más todavía para los jóvenes que utilizan las redes sociales para difundir informaciones y noticias sobre ella. Mahanad Halabi, el joven palestino que cometió el atentado en la ciudad vieja de Jerusalén, había comentado, como tantos otros, lo que desde el punto de vista de los musulmanes eran «amenazas a Al Aqsa». Como muchos jóvenes palestinos, también él animaba a actuar, concluyendo su último mensaje con: «Claramente, la tercera sublevación ha comenzado».
Son muchos los que piensan que israelíes y palestinos están a las puertas de una tercera intifada, mientras otros piensan que la de estos días es una violencia pasajera. No hay forma de saberlo todavía. La cuestión, a la luz de la situación política actual es: ¿es indispensable una tercera revuelta para modificar el estatus del conflicto israelo-palestino?