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Julián Juderías y Loyot: un ilustre español desconocido

 

la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos, dispuesta siempre a las represiones violentas, enemiga del progreso y de las innovaciones… la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces…

 

«Las naciones son como los individuos, de su reputación viven […], si la honra de los individuos se respeta, ¿por qué no ha de respetarse la de los pueblos?».

 

Julián Juderías y Loyot, La Leyenda Negra, 1914


 

Julián Juderías Loyot, madrileño ilustre, fue historiador, sociólogo, periodista, crítico literario, políglota y traductor. Su padre era el periodista Mariano Juderías, conocido por sus traducciones del inglés y del francés e intérprete del Ministerio de Estado, donde con diecisiete años empezó a trabajar también Julián. En abril de 1900, a la muerte de su padre, le concedieron una de las plazas vacantes en la Escuela de Lenguas Orientales de París. De París pasó a Leipzig, donde perfeccionó su estudio de la lengua rusa. Destinado como “joven de lenguas” en el consulado de Odessa (1901), pasó dos años en aquel Imperio, convirtiéndose en uno de los pocos españoles de su época al tanto de la historia, la sociedad y la literatura rusas. Desde allí empezó a colaborar con la revista madrileña La Lectura, haciendo largas recensiones de artículos de las principales revistas de aquel país.

Publicó en 1903 su primer estudio social, El obrero y la ley obrera en Rusia En 1904, poco después de su regreso a España, publicó su primer éxito, Rusia Contemporánea, y ganó su plaza de intérprete en el Ministerio de Estado, demostrando su dominio de numerosas lenguas: francés, alemán, inglés, italiano, holandés, ruso, portugués, húngaro, sueco, noruego, danés, rumano, búlgaro, checo y croata. También ese año empezó a trabajar en la Biblioteca del Instituto de Reformas Sociales. En 1909 fue elegido socio bibliotecario del Ateneo de Madrid, donde realizó una importante labor, y ese mismo año se convirtió en el redactor jefe de La Lectura. .

Si en Rusia Contemporánea, Juderías abordaba tanto cuestiones históricas como sociales, a partir de 1906 su producción se especializó: empezó a publicar obras específicas en el campo de la sociología y la historia. Puede considerarse a Juderías como el sociólogo por antonomasia de la miseria y de las lacras sociales, siendo el primero en subrayar la importancia del pequeño crédito rural y urbano, los hoy llamados microcréditos. La ponencia de Juderías para el Consejo Superior de Protección a la Infancia sobre la oportunidad de crear “tribunales para niños”, a imitación de los existentes por entonces en los EE.UU. fue llevada a las Cortes por Avelino Montero Villegas, convirtiéndose en ley en 25 de noviembre de 1918. Igualmente su trabajo sobre el trabajo infantil en España es hoy un clásico para todos los estudiosos de la materia.

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En cuanto a sus estudios históricos, ha dejado también una obra considerable centrada en el período de decadencia de los Austrias y en la imagen de España. Su trabajo sobre la España de Carlos II fue valorado por Albert Girad, director de la Revue de Synthèse Historique como “una obra de síntesis que jamás se había intentado, que nos aclara mucho de la historia del siglo XVII español y que por mucho tiempo será —con todos los retoques necesarios— la única visión de conjunto que se pueda consultar al respecto”. Juderías rompe con la historiografía tradicional de guerras, reyes y batallas iniciando un camino que años después de su muerte se plasmaría en la ambiciosa pretensión de la llamada Escuela des Annales, hacer una “historia total”.

En ambos campos, el histórico y el sociológico, Juderías expresó el optimismo regeneracionista: el estudio objetivo de la realidad como condición necesaria para su posible regeneración.

Los trabajos literarios de Juderías son igualmente dignos de ser recordados. Como traductor, pondrá a disposición del público español las primeras traducciones directas del ruso de obras de Andreyev, Chéjov, Gogol, Gorki, Pushkin, Marlinski, Sagoskin, Tolstoi y Nikolai Wagner, páginas de Dickens y Margaret Gatty, del clásico alemán E.T.G. Hoffman, del portugués Pinheiro Chagas y del sueco Strindberg. Algunas de esas páginas eran hasta entonces inéditas en español, o habían sido traducidas a partir de versiones francesas. Además, dio a conocer al público español no sólo obras foráneas sino a sus autores, publicando distintos trabajos sobre Tolstoi, Selma Lagerlöf o el “Charles Dickens” del entonces joven Chesterton. También se le deben estudios sobre autores como Ciro Bayo o Juan Valera.

Finalmente, adelantándose medio siglo al Concilio Vaticano II, el católico Juderías se preocupó de divulgar en España el pensamiento social del mundo anglicano y de las iglesias evangélicas así como el de las ideas sociales y religiosas del conde Tolstoi. Se le deben las primeras publicaciones en español sobre el pensamiento social de algunos distinguidos reformadores y educadores protestantes como Thomas John Barnardo (1845-1905), Johann Hinrich Wichern (1808-1881) y Josephine Butler (1828-1906).
Entre 1869 y 1921 se edita en Madrid la revista La Ilustración Española y Americana que seguía el modelo de prestigiosas publicaciones europeas como las francesas L´Illustration o Le Monde Illustré,Illustrierte Zeitung de Alemania o la italiana La Illustrazione Italiana.[1] En junio de 1913, la revista convocó un concurso sobre un estudio histórico que descubriese, analizase o esclareciese alguna gloria o merecimiento de España; o bien refutase o destruyese algún error extendido contra ella. Juderías concurrió  y el jurado le otorgó el premio a Julián Juderías y Loyo quien se propuso como objetivo estudiar desapasionadamente el origen, desarrollo, aspectos y verosimilitud de la imagen degradante de España y, al mismo tiempo, demostrar la injusticia de aplicarle el monopolio de caracteres políticos, religiosos y sociales que la deshonran o, por lo menos, la ponen en ridículo ante la faz del mundo.

2016-10-24-la-leyenda-negraLa Academia de la Historia recoge en su boletín (T, LXX11L — C N 0 I.—LÁM. III.): Los profundos conocimientos que el Sr. Juderías poseía de diez y seis idiomas y dialectos europeos, le habían permitido estudiar directamente, en sus textos originales, casi todo cuanto referente á la Historia de España se había publicado en el extranjero, teniendo hechas papeletas y extractadas más de dos mil obras, folletos y artículos. Y esto unido al cariño y á la constancia con que en nuestras Bibliotecas y en nuestros Archivos había estudiado la Historia patria, especialmente el período llamado de la decadencia, fué origen de obras como España en tiempos de Carlos II el Hechizado; Don Rodrigo Calderón, su vida, su proceso y su muerte; Don Pedro Franqueza, Conde de Villalonga, Secretario de Estado; Estado político-militar de España a fines del siglo XVII; Políticos y militares españoles bajo el reinado de Carlos II, y La leyenda negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero. Con ser todos esos trabajos dignos de sinceros encomios, destácase de entre ellos La leyenda negra por la extraordinaria cultura que revela y por el intenso patriotismo que palpita en todas sus páginas. Con este libro consolidó el Sr. Juderías su fama de historiador, pues en él revela, no sólo profundos y extensísimos conocimientos, sino un juicio perfectamente equilibrado, un certero espíritu crítico y una gran elevación de miras.

La expresión y el concepto de “leyenda negra”, que quizá se encuentren, como contraposición de “leyenda dorada”, en el Napoleon Intime de Arthur Lévy (1893), habían sido ya utilizados en español por Emilia Pardo Bazán y Cayetano Soler en 1899 y por Vicente Blasco Ibáñez en sus conferencias de Buenos Aires de 1909, y por otros autores. Pero será la obra de Juderías la que popularizó tanto la expresión como el concepto. En ese trabajo Juderías —primer estudioso de la Leyenda Negra antiespañola— documenta la existencia de un prejuicio antiespañol, interesándose por su origen y desarrollo, y argumenta también que los defectos tradicionalmente atribuidos a los españoles se encuentran igualmente en la historia de las demás naciones. La insistencia del hispanista Juan C. Cebrián dio pie a que, en 1917, Juderías publicara una segunda versión refundida de su obra, en la que incluyó una importante reivindicación de la obra de España en la historia. Si otros autores, desde Quevedo hasta Menéndez Pelayo pasando por Valera o Macías Picavea, se habían preocupado por la imagen de su patria, se puede considerar La Leyenda Negra como el detonante de un interesantísimo proceso de revisión y objetivación del papel de España a lo largo de los siglos.

El trabajo de Juderías no es una mera apología, sino que incide en el carácter activo de la imagen sobre la realidad, y en ese sentido es absolutamente moderno. Más allá de la leyenda negra antiespañola, la expresión de Juderías ha tenido un éxito perenne, se ha incorporado a otros idiomas y cubre otros ámbitos aparte del español: Julián Marías propuso en su día el estudio de la leyenda negra de los Estados Unidos y se pueden estudiar y documentar otras leyendas negras como la antijudía, la anticatólica, etc.

Comienza el libro diciendo:

«Anda por el mundo, vestida con ropajes que se parecen a la verdad, una leyenda absurda y trágica que procede de reminiscencias de lo pasado y desdenes de lo presente, en virtud de la cual, querámoslo o no, los españoles tenemos que ser, individual y colectivamente, crueles e intolerantes, amigos de espectáculos bárbaros y enemigos de toda manifestación de cultura y de progreso. Esta leyenda nos hace un daño incalculable y constituye un obstáculo enorme para nuestro desenvolvimiento nacional, pues las naciones son como los individuos, y de su reputación viven, lo mismo que éstos.». Juderías asienta que reconocer nuestros defectos es una virtud, pero admitir y dar por sentadas las crueldades que nos atribuyen a los españoles y creer que todo lo nuestro es malo, «es una necedad que solo cabe en cerebros perturbados por un pesimismo estéril y contraproducente y por una ciencia que no han podido digerir bien.»

Con estos principios, el autor se puso manos a la obra a sabiendas que su estudio no le granjearía las simpatías ni de las derechas ni de las de izquierdas. De los militantes de extrema derecha, por considerar su crítica como insuficiente, siendo la reivindicación nada entusiasta y exenta de panegírico. De los segundos espera que le llamen reaccionario y patriotero. Si así ocurriese, adelanta Juderías, se consolará pensando en que es difícil contentar a todos, y que el justo medio es siempre menos estimado que los extremos, sobre todo entre los españoles. Obtuvo el premio convocado por la revista” La Ilustración Española y Americana” que había propuesto como objetivo “estudiar desapasionadamente el origen, desarrollo, aspectos y verosimilitud de la imagen degradante de España y, al mismo tiempo, demostrar la injusticia de aplicarle el monopolio de caracteres políticos, religiosos y sociales que la deshonran o, por lo menos, la ponen en ridículo ante la faz del mundo”.

Le parece a Juderías que la apología o alabanza desmedida de lo propio juntamente con el desprecio de lo ajeno, es tan absurdo como el trato incierto, exagerado o manipulado propio de quienes nos vilipendian. No era admisible que se nos acusase de intolerancia y tiranía, cuando estos defectos y abusos fueron comunes a todos los pueblos. Por ejemplo, respecto a la Inquisición, el baldón más socorrido contra España y los españoles, Juderías se limita a constatar que fuimos un país intolerante y fanático en una época en que todos los pueblos de Europa eran intolerantes y fanáticos. Y no sólo eso, sino que tales defectos seguían cometiéndose en aquellos mismos días por los mismos acusadores. Para rebatirlo, la publicación de su libro no podía ser más oportuna. Hay que tener en cuenta a este respecto que, en los momentos que él escribe lo que escribe, los países de nuestros principales acusadores se hallaban enfrascados en una cruel contienda bélica sin precedentes en la historia (la PGM), «guerra en la cual se destruyen con saña indescriptible las naciones que teníamos por más cultas». Ante eso, Juderías se pregunta retóricamente: «¿Qué menos podemos hacer los españoles, felizmente apartados de la lucha, que volver los ojos con legítimo orgullo hacia nuestro pasado, recordar el alto ejemplo que siempre dieron los hombres de nuestra raza en instantes apurados y solemnes?».

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Su autor definió así en qué consiste el objeto de su ensayo: «Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad […]; la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso o de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional».

 

Apenas publicada la primera edición, en 1914, la Europa culta, civilizada y modélica comenzaba a sacrificar en trincheras a sus más jóvenes hijos. En la segunda edición, la Gran Guerra ya se había llevado por delante varios millones de víctimas. Como país neutral, España organiza en el Palacio de Oriente una Oficina de Pro-Cautivos para atender a desaparecidos y prisioneros. Juderías prestó sus servicios en esa oficina ayudando a contestar la enorme correspondencia merced a su gran conocimiento en lenguas, pues dominaba dieciséis idiomas. Pero como afirma Luis Español, en su artículo Cien años de la Leyenda Negra (La Aventura de la Historia, nº 195, pp. 74, 75), «Juderías no se hacía ilusiones, porque la devoción momentánea de muchos europeos por la persona de Alfonso XIII (organizador de la Oficina Pro-Cautivos y a quien dedica la segunda edición de su libro) durante la universal matanza difícilmente cambiarían las tornas de prejuicios seculares». Prejuicios antiespañoles que quizá donde menos hayan desaparecido, curiosa y paradójicamente, sea en la propia España. Sirva de ejemplo el uso de la bandera oficial del país, pluralmente balconada a raíz de éxitos deportivos internacionales; pero de singular presencia como símbolo de la derecha más recalcitrante en sus manifestaciones nacionales, y prácticamente ausente en las convocadas por la izquierda. Y es que en ningún otro lugar como en España ha terminado perforando esa “leyenda” el espíritu colectivo. Lo malo de nuestra leyenda negra no es que esa imagen haya circulado o circule por ahí, sino que muchos españoles –en ciertos momentos, la mayoría del mundo cultural  la haya dado por buena.

Elegido académico de la Real Academia de la Historia, tomó posesión de su plaza el 28 de abril de 1918. Su discurso de recepción en la Academia, que versó acerca de La reconstrucción de la Historia de España desde el punto de vista nacional, es juntamente un corolario de La leyenda negra, y un amplio programa de futuros trabajos, que, desgraciadamente debido a una pulmonía que causó su muerte a los 41 años, no pudo terminar. En prensa se encuentra el primero de los libros que a este objeto pensaba dedicar: Los privados de Felipe III; y aunque la dolencia que le ha llevado al sepulcro le impidió terminar su corrección, es de esperar que el tomo I no tarde en ver la luz (afirma el propio Boletín de la Academia de la Historia). El Sr. Juderías no sólo era un notable historiador, sino un sociólogo, y sus trabajos en el Instituto de Reformas Sociales, en el Consejo Superior de Protección á la Infancia, en la Secretaría del Patronato Real para la represión de la trata de blancas y en la Sección española de la Asociación internacional para la protección legal de los trabajadores y los que repetidamente ha premiado la Academia de Ciencias Morales y Políticas justifican el excelente concepto que en tal sentido gozaba.

 

Revistas como España Moderna, Nuestro Tiempo, La Lectura y la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos; periódicos como ABC, Blanco y Negro y El Debate se honraron con su colaboración, y en sus páginas ha dejado numerosos artículos, unos de investigación histórica, los más de crítica, de verdadera crítica, en los cuales lucía la perspicacia de su ingenio, la cultura de su inteligencia y la severa imparcialidad de su espíritu.

 

 

El Sr. Juderías había nacido en Madrid el 16 de septiembre de 1877. Murió cuando aún no había cumplido los cuarenta y un años. Esto hace, para las letras españolas, más sensible su pérdida, porque de su cultura y de sus entusiasmos por los estudios históricos, puestos al servicio de una laboriosidad extraordinaria y de un ardiente anhelo de ser útil á su patria, cabía esperar óptimos frutos.

 

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La reseña del Boletín de la Real Academia de la Historia, la cual seguimos en sus aspectos esenciales, está firmada por otro académico, don Jerónimo Bécker[2].

 

Hace ciento dos años, en 1914, Julián Juderías publicó la primera edición de La Leyenda negra, primer estudio sistemático sobre el prejuicio antiespañol. Este extraordinario libro de original planteamiento, que, a pesar del tiempo transcurrido mantiene un interés perenne, ha sido imitado y plagiado infinitas veces, y del que, entre otras cosas hay que resaltar que con su pionera valoración de la imagen se adelantó al tercer milenio y al desarrollo de los medios audiovisuales. El tema del libro es conocido a nivel general, pero su autor, un insigne español es absolutamente desconocido para el gran público.


 

[1] Entre los escritores sobresalientes que colaboraron en ella puede citarse a literatos como José Zorrilla, Ramón de Campoamor, Juan Valera, Leopoldo Alas, Valle Inclán, Unamuno o políticos y periodistas como Emilio Castelar, Ángel Fernández de los Ríos, José Velarde, o Francisca Sarasate entre otros. La publicación también incluyó con frecuencia grabados realizados sobre fotografías de J. Laurent y entre los maestros gráficos incluyó pintores como Alejandro Ferrant, Enrique Simonet, Valeriano Domínguez Bécquer y otros. 

[2] Jerónimo Bécker y González nació en 1857 en Salamanca y murió en Madrid el 25 de mayo de 1925. Apenas terminados sus estudios universitarios, se consagró al periodismo, en cuyas filas se destacó bien pronto por su ecuanimidad, y, sobre todo, por su cultura. Escribió en «El Globo», cuando este periódico era de Castelar; pero la tendencia del Sr. Bécker en política estaba mucho más a la derecha. Dirigió luego «La Regencia» y «El Clamor» figuró en el periódico de Cánovas, «El Nacional», y, por último, estuvo muchos años—hasta hace pocos— en la redacción de «La Epoca», de la que fué redactor jefe, Pero su laboriosidad y aplicación aún le prestaban margen para trabajos de más solidez, y desde su puesto del Cuerpo de Archiveros dedicó muchas vigilias a la investigación histórica, escribiendo obras entre la Historia diplomática y la Historia de las relaciones internacionales. Destacan: «La tradición política española»  «Bodas reales en España», «Historia de Marruecos», «España e Inglaterra», «Acción de la diplomacia española», «Los estudios geográficos en España», «La vida local en España», «España y Marruecos», «Relaciones comerciales entre España y Francia», «Relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede», « La independencia de América», «La reforma constitucional de España», «Historia diplomática de España en el siglo XIX», etc. Se deben también al Sr. Bécker un tomo de «Cuadros y cuentos de aldea» y bastantes Memorias y discursos de índole académica. En 1913 ingresó en la Academia de la Historia, que le eligió después bibliotecario, y desempeñaba actualmente una clase en el Instituto de Enseñanza de las carreras diplomática y consular, y la secretaría de la Junta Superior de Historia y Geografía de Marruecos. Pertenecía además a la Sociedad Geográfica y a otras entidades de cultura y estaba en posesión de numerosas condecoraciones nacionales y extranjeras, entre las primeras la gran cruz de Isabel la Católica.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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