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El día de la Constitución

Esa es la Constitución que se festeja todos los años en diciembre como la panacea del éxtasis democrático, cuando en realidad deberíamos enlutarnos, porque ella es el origen y causa de todos los males que afligen al pueblo español: las autonomías, el deterioro moral y económico, las leyes inicuas y contranatura.

Llevamos años sufriendo en el alma y llorando la pérdida del paraíso que era la Confesionalidad Católica de Estado Español, que se entregó gratuitamente a raíz de la entrada en vigor de la libertad religiosa que rompió el dique que guardaba tan preciado tesoro.

Y llevamos los mismos años luchando contra el desánimo y estudiando posibilidades de reconquistarla nuevamente, sin importarnos la cantidad de los que somos, sino de las calidades de quienes tenemos y conservamos ese espíritu de reconquista, no con la añoranza que inmoviliza e impide la actividad de su consecución, sino con el convencimiento pleno de que el gran tesoro de la Unidad Católica que nos dio Nuestro Señor Jesucristo es único. ¿Porque quién o quienes nos puede dar algo mejor que el mismo Dios?

Pero ese tesoro, como he dicho anteriormente, nos fue arrebatado deliberadamente por la laicidad con la complacencia y participación de ciertos hombres de Iglesia. Primeramente, descomponiendo el Fuero patrio y más tarde, aquel mes de Diciembre de 1978, en el que se substituyó la Confesionalidad Católica proclamando la actual Constitución atea.

Constitución que se festeja todos los años en diciembre como la panacea del éxtasis democrático, cuando en realidad es el origen y causa de todos los males que afligen a nuestra patria.

Y para que sepamos, de una vez por todas, a qué se agasaja y homenajea, escuchemos la respuesta que ella nos da cuando la preguntamos: “¿Quién eres?”

“Yo no soy, nos contesta, lo que todo el mundo se cree. Muchos hablan de mí y pocos me conocen, podría daros la definición que de mí hace el diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero eso sería una definición genérica para todas las constituciones, y mi caso es particular. Es por eso que quiero que lleguéis a mi conocimiento por la vía del absurdo, es decir, conociendo lo que no soy para que accedáis a lo que verdaderamente soy.

      No soy ni el separatismo, ni el nacionalismo, ni la huelga, ni el cambio dinástico, ni el Golpe de Estado, ni los aullidos de los maricones y mucho menos su engreimiento y jactancia, ni los furores de cierto juez, ni los gritos del silencio de tanto español asesinado, ni las blasfemias de los aberrantes rebotados, ni el minuto callado de los pusilánimes, ni los secretos de la logia, ni las sonrisas lascivas de los infanticidas, ni los falsos testimonios de los perjuros, ni las voces aturdidas de los parados, ni las angustia las familias ante los finales de mes, ni el miedo y la  incompetencia de cualquier anciano en víspera de una muerte digna, ni el espanto de tanta perversidad, ni el pillaje, el robo y la delincuencia, ni la bilis almacenada por tanto rencor, ni el hedor fétido de tanta mierda segregada, ni la  opresión de los impuestos soportados, ni la infección de las pornografías, ni los pactos de la Moncloa, ni las nuevas teorías civiles, ni las ocurrencias sincretistas  de las proyecciones morales, ni la indignidad de los que su vientre es dios y cuya gloria es su vergüenza,  ni la hiel de los egoístas que promueven los  estatutos,  ni la peste y mala baba de los irreconciliables, ni la cloaca de drogadictos, ni la rabia acumulada de cuantos ignoran la bondad , ni la gangrena del sida, ni el pozo negro de la asignatura para la ciudadanía, ni el incendio forestal, ni la usura refrendada y pestilente de tantos opresores, ni el chantaje pactado para destruir el orden y la armonía, ni la impotencia del deshecho humano, ni el fraude acreditado, ni la disgregación racial, ni la podredumbre emanada de las  frívolas lascivas , ni la hipocresía  de los propios acusadores, ni la corrosión familiar, ni el ahogamiento por la infidelidad conyugal, ni el hedonismo prioritario que tiene puesto su pensamiento en lo terreno, ni la misantropía tutora de maldades, ni la corrupción de menores, ni la obscenidad  pública, ni la infamia y degradación de tanto hijo de papá, ni la blasfemia, ni la calumnia, ni la traición, ni la injuria, ni la villanía, ni el vilipendio, ni la deshumanización, ni la cobardía de eliminar el servicio militar obligatorio, ni el libertinaje,  ni el haber perdido la noción y sentido del pecado, etc..

     No, yo no soy nada de eso, como tampoco soy la consentidora de enmudecer la palabra patria, ni la defenestradora del principio de subsidiaridad, ni soy la Internacional, ni los consensos con los etarras, ni tampoco la alcahueta del orgullo gay, ni de los matrimonios de hecho, del divorcio, del aborto, de la manipulación de embriones, ni de la posible aprobación de la eutanasia, ni la promotora de la profanación de tumbas. No soy ni Adolfo Suárez, ni Leopoldo Calvo Sotelo, ni Felipe González, ni Aznar, ni siquiera Zapatero o Rajoy, y muchísimo menos el okupa de la Moncloa, ni el Nuevo Frente Popular, ni la inquisición homosexual, ni el más osado de los españoles, ni Carillo, ni Carod-Rovira, ni Ibarretxe, ni Puigdemont, ni por supuesto el terrorismo negociador.

     Tampoco soy la falacia de ocultar la legión de muertos que se arrastra desde mi promulgación, como es la generación de jóvenes españoles perdida por la droga, cuya tercera parte yace enterrada, los miles de suicidios que permanecen callados (número superior a los muertos por accidente de tráfico) o los cientos de miles de niños asesinados en los vientres de sus madres.

    Por último, he de confesar, que la desestabilización existente, el paro, las injusticias, las demagogias, y demás usurpaciones habidas y las que vendrán, amén de llevar como une péndulo al pueblo español del catolicismo a la apostasía y propiciar el eclipse de Dios en España, yo no soy todos esos acontecimientos.

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     Todos esos, para muchos, son mis efectos y mis hijos, frutos de la proclamación de los derechos del hombre sin importar el honor y los derechos de Dios. Pero yo os aclaro que soy la Carta Magna de todos los españoles y en mí se recogen sus derechos y deberes: Soy la norma máxima del ordenamiento jurídico español. Y mi  texto constitucional fue redactados por mis “Padres”: Jordi Solé Tura (PCE), Miquel Roca (CIU), José Pedro Pérez-Llorca (UCD), Gregorio Peces Barba (PSOE), Miguel Herrero Rodríguez de Miñón (UCD), Manuel Fraga Iribarne (AP) y Gabriel Cisneros (UCD), quienes se encargaron, tras 29 sesiones, de parirme en un  anteproyecto presentado en el Congreso de los Diputados, quienes tras su debate me aprobaron el 21 de julio con 258 votos a favor, 2 en contra y 14 abstenciones.

     Y que una  vez aprobado, mi texto  fue refrendado el 6 de Diciembre de 1978, razón por la cual  se celebra mi onomástica en ese día, aunque bien es verdad que fue el Rey Juan Carlos I quien me sancionó en una sesión conjunta del Congreso de los Diputados y el Senado celebrada en el Palacio de las Cortes el 27 de Diciembre de 1978, aunque no se me publicó al día siguiente, como era habitual, por ser el día de los inocentes, fecha  en que tradicionalmente se dedica a hacer bromas, y no me llamasen la Inocente,  por lo que entré en vigor el día 29 cuando se me publicó en B.O.E

Esa es la Constitución que se festeja todos los años en diciembre como la panacea del éxtasis democrático, cuando en realidad deberíamos enlutarnos, porque  ella  es el origen y causa de todos los males que afligen al pueblo español: las autonomías, el deterioro moral y económico, las leyes inicuas y contranatura, los sueldos disparatados a políticos y sus enchufados, las prebendas y subvenciones a sindicatos, titiriteros,  lobby neutro y  extranjería, la aberración de los liberados,  el derroche del erario público, el atraso educacional, los impuestos asfixiantes, la congelación de pensiones, la estrangulación moral y económica familiar; amén de estatutos separatistas, la  propiciación de odios, la censura de la verdad intentando subvertir  la historia,  una juventud sin horizonte, etc.

Juzgad vosotros mismos si para los creyentes españoles, el hecho de que la substitución de Confesionalidad Católica por la tapadera aconfesional de un laicismo confesionalmente radical y anticatólico, es o no motivo de fiesta.

Además si no nos hubiésemos dejarnos convencer por quienes colaboraron y aprobaron la separación de la Iglesia y el Estado, opuesta a la doctrina del Magisterio de la Iglesia, los mismos obispos que nos aconsejaron votar esa Constitución atea y consiguientemente el cambio de la Confesionalidad Católica del Estado por una aconfesionalidad de nombre y anticatólica de hecho,  no tendrían hoy que pedirnos salir a la calle para manifestarnos contra las leyes inicuas emanadas de esa Constitución que, por otro lado, tanto ponderan, aplauden y celebran como responsables de tal implantación.  ¡Se les tenía que caer la cara de vergüenza!

     Ya han transcurrido cuarenta años de su promulgación. Todo un récord si tenemos en cuenta que nadie ha movido un dedo acertado para su reforma, un par de innovaciones, pero conservando su espíritu sin alteración alguna a pesar de todo el deterioro causado.

Por nuestra parte, los miembros de la Asociación para la Unidad Católica de España, de la que me honro en ser su Secretario General, llevamos esos mismos años deseando reformarla, pero no como desean sus beneficiarios, arrimando el ascua a su cocina, y seguir viviendo a costa de la granja humana que han creado, sino acordes al modo de ser y pensar que durante catorce siglos hemos venido manteniendo el pueblo español. Constitución Confesional Católica en la que conste expresamente la unidad territorial y católica de nuestra Patria, amparada y certificada por leyes justas e indelebles, persistentes e inquebrantables, al tiempo que garanticen el bien común de nuestros compatriotas, para que se termine con el despilfarro de sueldos y sinecuras que la casta política se endosa en menoscabo del resto de los españoles. Es decir, queremos que se rectifique la Carta Magna vaciándose de Autonomías y llenándose de Dios. 

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