El pasado miércoles, el Parlamente Gallego, realizó una felonía mas,  y acordó, por unanimidad de todos los grupos, «reconocer y declarar la honorabilidad» de la masonería y «apostar el derecho de sus miembros a defender sus ideales» en la democracia española.

Evidentemente en el debate parlamentario no faltaron las referencias a la tontuna de la memoria histórica, y las consabidas citas al victorioso régimen del Generalísimo Franco.

Ninguno de los diputados citó el pasado de persecución y sangre de la masonería, pues ni se escuchó ningún recuerdo a la persecución de los católicos propiciada por los masones en la Revolución Francesa, ni la persecución religiosa alentada por la masonería en España en la década de los años 30 del pasado siglo, ni la persecución desatada a principios del siglo XX, en México, en que la masonería persiguió, y trato de exterminar a los católicos en las conocidas guerras cristeras. Evidentemente no se hablo de la responsabilidad de los masones en la pérdida de las hispanas tierras de ultramar, ni en la persecución de la población indígena de América tras la perdida de dichos territorios por la Corona Española.

Tampoco se hablo de la responsabilidad de la masonería en la implantación del injusto régimen liberal en la España del Siglo XIX, ni su influencia en la propagación de la ideología de género.

El Partido el Socialista de Galicia, como no, fue el autor de la propuesta, pues evidentemente el reconocimiento de la masonería es el principal problema de los gallegos.

Patricia Vilán, viceportavoz del PSdeG, definió a la masonería como una institución «íntimamente ligada a la memoria histórica» de España, compuesta por «personas que defienden la dignidad humana, las libertades de conciencia y el pensamiento». «Los mismos valores que defienden las democracias», apuntó.

El portavoz del BNG recordó la creación durante el franquismo del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo, sin embargo no cito que en la República los masones crearon los Tribunales Populares responsable de la muerte de miles de católicos, que únicamente habían cometido la imprudencia de conservar sus creencias religiosas.