Dentro del programa de Intereconomía, El Gato al Agua, se ha enfrentado las opiniones de Jorge Campos, dirigente de VOX en Baleares y las del Exministro García Margallo.
El primero defendía la tesis de que el PP ha eliminado el castellano de la enseñanza en Baleares y en Galicia.
El segundo respondía que en el PP no hay ninguna persona que defienda el separatismo.
Argüía Campos con hechos reales que García Margallo no podía invalidar. Contestaba éste, escudándose en su condición de liberal, que él no pretendía imponer su opinión a nadie. Y con ello justificaba en no aceptar las razones de Campos.
No llegaron a ninguna conclusión. Nosotros sí lo hicimos, convencidos de que Jorge Campos decía la verdad, que Margallo no quería admitir.
La discusión merece un análisis. Es una prueba de que dentro del liberalismo es imposible llegar a un acuerdo, cuando existe una discrepancia previa.
Para un liberal no existe la Verdad. Cada uno es libre de forjarse su opinión y esa es su verdad.
Y la Verdad existe. Es independiente de lo que cada uno piense. Se da en la realidad. Y un juicio es verdadero si se ajusta a la realidad.
Por eso los que defendemos la Verdad, previamente nos hemos sometido a ella. Nos acusan los liberales de creernos en posesión de la Verdad y querer imponerla a los demás. Y eso es falso de toda falsedad. Es la Verdad la que nos posee a nosotros. Está por encima de nosotros. Y cuando la proclamamos no hacemos más que difundirla. Y ello como una obra de misericordia: “enseñar al que no sabe”. Sin ninguna clase de soberbia. Porque la grandeza de lo que proclamamos no está en quienes lo proclamamos, sino en la Verdad contenida en ello.
Insistimos en el carácter de obra de misericordia que realizamos cuando defendemos la Verdad. Conocer la verdad es un bien. Y queremos hacer partícipes de ese bien a nuestros prójimos.
Ignoramos si Jorge Campos era consciente de ello cuando discutía con Margallo. Pero esa es la realidad.
Por su parte, Margallo se encierra en sus prejuicios. Asegura que en el PP no hay partidarios del nacionalismo. Pero no responde a los hechos de que ciertas acciones del PP han favorecido las tesis nacionalistas. Y abrumado por la realidad, se niega a reconocer la validez de los argumentos de su oponente, enquistándose en su condición de liberal. Justifica su no reconocimiento de lo evidente, en que él tampoco, a fuer de liberal, quiere imponer sus ideas a su antagonista.
Al no admitir la existencia de la Verdad, los liberales no pueden evitar reconocer la debilidad de sus argumentaciones. Nosotros, repetimos, queremos hacer partícipes de un bien a nuestros interlocutores. Ellos no se creen autorizados a transmitir sus verdades a quien tienen enfrente. Porque ellos mismos confiesan que no profesan la Verdad, sino su verdad.
La conclusión que hemos de sacar de nuestras reflexiones es que el diálogo con los liberales es estéril. No conduce a nada. Como a nada condujo el enfrentamiento que reseñamos. El que puede hacer un bien, transmitiendo una verdad, choca con la muralla de quien se niega a reconocerla. Este reconoce que no tienen nada que trasmitir a su oponente. Y el primero no saca ninguna utilidad de la discusión.
Siempre que los liberales defienden las excelencias de su sistema invocan la palabra diálogo. Y los hechos nos demuestran que su diálogo es imposible, resulta algo vacío. No solamente no sirve de nada cuando se desarrolla entre nosotros y ellos. Ni siquiera entre ellos mismos pueden entenderse.
Desarrollarán muchas florituras oratorias. Pero no llegarán a ninguna conclusión.
Carlos Ibáñez. Este artículo se publicó primero en Ahora Información: El diálogo estéril