El 1 de marzo de 2019, el presidente de México pidió «perdón en nombre del Estado» a las víctimas de las horas más oscuras de la Revolución mexicana. El día anterior, Andrés Manuel López Obrador firmó un decreto para desclasificar más de 10,000 cajas de documentos que hasta ahora se habían mantenido selladas en los Archivos Nacionales.
Los archivos en cuestión, según afirma el diario francés Le Monde, cubren 90 años de abusos y vejaciones. Pero el mea culpa del presidente mexicano es curiosamente selectivo, pues ignora por completo los crímenes perpetrados contra la Iglesia por la revolución.
De hecho, entre 1926 y 1929, miles de católicos mexicanos se unieron bajo la bandera de Cristo Rey para luchar contra una legislación abiertamente impía y perseguidora. A este movimiento se le conoce como la Guerra Cristera, o Cristiada, que llegó a su fin en 1929.
Porque, a pesar de su desmovilización, alentada por ciertos obispos, a cambio de una promesa de paz del gobierno revolucionario, los Cristeros fueron masacrados por miles, tanto hombres como mujeres y niños.
Los archivos secretos recién abiertos pertenecen al período que siguió inmediatamente a la persecución de los Cristeros: un acto flagrante de memoria selectiva, algo muy similar a lo que ocurre con el «genocidio de la Vendée» en Francia.