Por tradición hemos de entender «entrega». Recibimos un legado. Nuestros ancestros esperan que la cadena no se rompa. Por entrega hemos de entender lo que nos dan, y lo que nosotros hemos de dar. Nosotros mismos hemos de darnos, y eso, simplemente, es la «entrega». Recibimos y, a la vez, hemos de «entregarnos». En la doble faz de nuestro existir, recibir y entregar-nos, seremos un muro de contención (katejón). El acto de ser hombres y mujeres tradicionales es un acto de resistencia: es ser baluarte en el llano, es ser rompeolas en la costa, es ser montaña recia que desafía los vientos. Tradición y resistencia son conceptos que van unidos esencialmente. Es el mismo anhelo de que el hombre no desaparezca, es el mismo afán de lucha «contra viento y marea».
Hay en marcha un proceso de destrucción del ser humano. El proceso se acelera en aquellas áreas que llamábamos –de manera inexacta y tendenciosa- el «Occidente». El proceso consistió, básicamente, en exaltar la hybris, la arrogancia y desmesura, el no aceptar límites en la voluntad. Este proceso no se inició en el Humanismo renacentista o en el Siglo de las Luces. Se puede rastrear sus huellas en la propia Escolástica declinante. Justo cuando tiene lugar en Europa un luminoso renacimiento, el verdadero renacimiento, entre los siglos X y XIII, se siembran ya las semillas del declinar. Algo similar acontece en el individuo: el mismo día de su plenitud, cuando se halla en el culmen de sus potencias psicofísicas, la pendiente inicia su declive senil. El nominalismo, la «mecánica del espíritu», la concepción del hombre y del mundo físico como un «gran sistema» concatenado, ajeno al Misterio, enfrentado a Él, sentaron las bases de nuestra ruina. Hoy ya no nos reconocemos como seres «almados», análogos al Dios, hermosos como los dioses. Hoy nuestros dioses auténticos son simios, y por ello hoy les reconocemos «derechos» antes de pasar, mañana, a postrarnos ante ellos, o ante otras criaturas animales. El animalismo, el veganismo, la comunión «obscena» y no mística con la naturaleza, el ecologismo pseudocientífico, la iconografía del «buen salvaje», la manipulación de las mentes infantiles y adolescentes por medio de su acceso a internet, su exposición imparable a la pornografía y a toda clase de adicciones, todo, todo esto supone un ataque al hombre tradicional, vale decir, al hombre cuya belleza no es sólo corporal, sino de espíritu y alma.
Europa decae mientras los bárbaros asaltan los muros, y los traidores (que son legión) abren las puertas. Pero cuando la barbarie se haga dueña de nuestras grises ciudades sin alma, no hallarán seres humanos, sino «ganado» humano domesticado durante siglos. La domesticación constante, tenaz, que consiste en hacer de cada uno de nosotros un cerebro apto para alojar toda suerte de virus. Están metiendo sin parar virus en nuestras mentes, virus que desarticulan nuestras resistencias. Virus que apuntan, especialmente, a despojarnos de belleza, a privarnos del sentimiento de analogía con el Principio Divino, virus que nos animalizan, que dan por buena nuestra postración y degradación.