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La otra cara del incendio de la catedral de Notre-Dame de París

Los principales medios de comunicación y las figuras políticas consideraron el incendio de la catedral como una gran pérdida para el patrimonio artístico y cultural, lo cual es cierto. Pero ese no es el punto esencial. El 16 de abril de 2019, bajo el título «Notre-Dame arde en llamas, y…», el escritor italiano Aldo Maria Valli publicó en su blog una meditación que compara la catedral en llamas con la devastación del catolicismo en Francia.

LA SEÑAL DEL COLAPSO DE LA RELIGIÓN

«Notre-Dame arde en llamas, y vienen a la mente algunas estadísticas. Como las de la crisis de vocaciones francesas, con 58 diócesis de las 98 existentes, que en el último año no celebraron ni siquiera una ordenación sacerdotal (y París en constante declive en comparación a años anteriores). O como las relacionadas con el promedio de católicos que asisten regularmente a Misa, cifra que ha disminuido hasta el 4%.

«Notre-Dame arde en llamas, y vienen a la mente ciertas definiciones. Como la de un estudio reciente que habla del catolicismo francés ‘en fase terminal’, puesto que el país ahora es prácticamente post-cristiano, con tantos lugares de culto cerrados, vendidos e incluso demolidos.

«Notre-Dame arde en llamas, y viene a la mente lo que el Cardenal Sarah dijo hace un tiempo, cuando vinculó el colapso del catolicismo en Francia con el declive de Occidente, un «Occidente que ya no sabe quién es, porque no sabe y no quiere saber quién lo ha formado y constituido». Una especie de suicidio que allana el camino a los nuevos bárbaros.»

Ese mismo día, 16 de abril, el periodista italiano Andrea Zambrano publicó en la Nuova Bussola Quotidiana un artículo titulado «Piedras muertas, vuelvan a Dios», donde señaló que la reconstrucción de Notre-Dame de París no es principalmente una cuestión de cosas materiales – de piedras o robles – sino de fe.

«La reconstrucción inmediata no será un problema: sin embargo, lo que sí será un problema, y ​​este es el verdadero drama, la verdadera tragedia de una Europa condenada al suicidio, es restablecer esos muros y esos frescos que, desde hace 900 años, han cimentado una civilización que hoy llamamos medieval, con ese desprecio que precisamente allí, en la Rive gauche (en francés, en el texto original), comenzó a extenderse por todo el viejo continente en nombre de la modernidad. El drama son estas piedras que nos han protegido durante todos estos siglos, resistiendo las sacudidas de la historia y consolidando una Europa que desde hace mucho tiempo le ha dado la espalda a su Señora.

«Estas piedras que marcaron la unión de un pueblo cristiano que hoy simplemente ha dejado de existir. Tras haberse desplomado bajo los golpes del mestizaje relativista, dejó de existir cuando el hombre europeo comenzó a pensar que podía prescindir de Dios, confiando solo en su frágil certeza. Haciendo caso omiso de las advertencias que, con el amor de una madre, en Francia, particularmente, fueron dispensadas a manos llenas; y cambiando los santos, los grandes santos de Francia, por ídolos al alcance de los consumidores. ¿Dónde están todos esos santos? ¿Dónde estás, Francisco? ¿Y tú, Bernadette? ¿Dónde estás Luis, Juan María, Juana, Teresa? ¡Salven a Francia!

«Estas piedras fueron cimentadas por un amor que conducía a Dios. Esta es la razón por la que preguntarse sobre la Iglesia simbólica ya inexistente de Europa, inevitablemente significa preguntarse sobre Dios, sobre su expulsión de la tierra. No caigamos en la trampa de quienes dicen que la catedral es un símbolo de la ciudad o que, como lo expresó lastimosamente el presidente Macron, «es una parte de nosotros la que se incendia».

REEDIFICAR SOBRE LA FE

«La reconstrucción no será un problema, pero no seremos capaces de reedificar, porque para hacerlo, necesitamos este cimiento indispensable, dado por un pueblo que amó a Dios y que edificó lo bello para Él teniendo presente la eternidad. Porque a nuestros ojos, Notre-Dame debería haber parecido eterna, esa era su tarea: garantizar la eternidad del mensaje que proclamaba y la vida en Cristo que prometía. Nosotros la hemos destruido. Hemos destruido la felicidad eterna que nos espera con los brazos abiertos.

«Hoy en día, ¿sigue existiendo este pueblo? ¿Con qué alma podrán reconstruir Notre-Dame? ¿Con el mismo espíritu que sus padres la erigieron en el siglo XII? Sin fe, sólo reconstruirán piedras muertas: «Nuestros huesos», dice Ezequiel (37, 11), «están secos, nuestra esperanza está muerta, estamos perdidos». Pero estas piedras, al igual que los huesos secos, aún pueden revivir.

«Notre-Dame es más que un símbolo histórico-artístico que permitía cada año que 12 millones de turistas tuvieran un contacto, aunque breve, superficial y espontáneo, con lo divino, inexistente en sus vidas desde hace ya mucho tiempo. «No quedará nada», dijeron las autoridades. Porque la nada es la expresión enfática del orgullo del hombre que, sin embargo, si hoy quiere reconstruir este templo, debe regresar inmediatamente a Dios, a su majestad, para volver a colocarlo en el centro de su vida, en el temor y la fe.

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«Algo de lo que se ha olvidado desde hace tanto tiempo: hoy, las iglesias se están cerrando, vendiendo, readaptando, profanando, violando, compartiendo con otras religiones, convirtiéndose en estacionamientos y museos. Hoy, la humanidad se conmueve al ver las imágenes de la flecha que se derrumba en mil pedazos, sin darse cuenta de que el techo incandescente de Notre-Dame dibuja desde lo alto una enorme cruz de fuego.

«Pero, ¿qué se necesita para que entendamos que lo que se derrumbó, lo que ardió en llamas, es nuestra misma fragilidad, sin el Autor de la vida que tenía allí su morada? Sin embargo, las iglesias pisoteadas por la malicia humana no ocupan las crónicas. No lo habían hecho hasta hoy. No puede haber una sola iglesia viva, si no está llena con el sudor de la oración, con sacrificios dignos, miradas suplicantes, con horas y siglos de adoración y sacramentos. Sin todo esto, las iglesias pierden su alma, el cimiento que las ha mantenido en pie durante milenios. Mientras tanto, se erigen mezquitas, que en Francia brotan como hongos. Altas, poderosas, ricas, mientras nuestras iglesias se hacen humo».

Y finaliza diciendo: «Hagamos a un lado el shock, las emociones, los homenajes circunstanciales. Regresemos a Dios inmediatamente. Sin dudarlo, listos para el martirio: naciones, pueblos, familias. Solo así podremos extinguir estas llamas».

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HACER PENITENCIA Y REPARAR

El 17 de abril, en LifeSiteNews, Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana (Kazajstán), emitió sus comentarios sobre el trágico incendio, haciendo un llamado a la penitencia y a la conversión.

«Notre-Dame no es sólo el signo cultural y religioso más simbólico de la Iglesia católica en Francia. Dado que Francia tiene el título de «hija mayor de la Iglesia», su catedral principal también tiene un profundo significado cultural y religioso para todo el mundo católico.

«La destrucción de una señal visible tan grande como la catedral de Notre-Dame de París también contiene un mensaje espiritual innegable. El fuego de Notre-Dame es, sin duda, un signo poderoso y conmovedor que Dios le da hoy a su Iglesia. Es un grito del corazón por una conversión auténtica, ante todo entre los pastores de la Iglesia. El fuego destruyó casi toda Notre-Dame, obra maestra secular de la fe católica. Es una representación simbólica y altamente evocadora de lo que ha sucedido en la vida de la Iglesia durante los últimos cincuenta años, al igual que las personas han presenciado la destrucción de las obras maestras espirituales más preciosas de la Iglesia: la integridad y la belleza de la fe católica, la liturgia católica y la vida moral católica, especialmente entre los sacerdotes. (…)

«Si los pastores de la Iglesia no reconocen en el incendio de Notre-Dame una advertencia divina, se comportarán como la gente de la Historia de la Salvación que no reconoció las advertencias que Dios a menudo les mandaba a través de las palabras duras e irreprochables de los profetas, los desastres naturales y diversos eventos.

«La tragedia de Notre-Dame me recordó espontáneamente las siguientes palabras de Nuestro Señor: ‘Aquellos dieciocho, sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que de ninguna manera, sino que todos pereceréis igualmente si no os convertís» (Lc. 13, 4-5).

«La trágica conflagración de la catedral de Notre-Dame en París también es una oportunidad para que todos los miembros de la Iglesia hagan penitencia por los actos de traición cometidos en la Iglesia durante los últimos cincuenta años contra Cristo y sus enseñanzas divinas. Es necesario hacer penitencia y reparación, especialmente por haber traicionado el mandamiento dado por Dios Padre, según el cual toda la humanidad debe creer en su Hijo Divino, único Salvador de la humanidad. Porque Dios solo quiere positivamente la única religión que cree que Su Hijo Encarnado es Dios y único Salvador de la humanidad. También es necesario hacer penitencia y reparación por haber traicionado el mandamiento explícito de Cristo de evangelizar a todas las naciones sin excepción, empezando por el pueblo judío. Porque fue a ellos a quienes Cristo envió sus Apóstoles por primera vez, para conducirlos a creer en Él y en la nueva y eterna Alianza.

LEVANTAR LAS RUINAS ESPIRITUALES

«Si los pastores de la Iglesia se niegan a hacer penitencia por la conflagración espiritual de los últimos cincuenta años y por la traición del mandamiento universal de Cristo de evangelizar a los pueblos, no debería sorprendernos que Dios envíe otra señal, más impactante, ¿un conflicto devastador o un terremoto que destruya la Basílica de San Pedro en Roma? Tantos pastores de la Iglesia de nuestros días no se burlarán indefinidamente y sin vergüenza de Dios, por su traición a la fe, su servicio hipócrita al mundo y su culto neopagano de las realidades temporales y terrestres. Estas palabras de Cristo también son dirigidas a ellos: «Os digo que todos pereceréis igualmente si no os convertís». (Lc 13, 5).

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«El fuego de la catedral de Notre-Dame de París, por triste y lamentable que haya sido, debe reavivar, especialmente entre los pastores de la Iglesia, un amor y celo por la verdadera fe católica y la ferviente evangelización de todos aquellos que aún no creen, permitiéndoles creer en Cristo. Y teniendo cuidado de no marginar y abandonar a los judíos y musulmanes de esta forma excepcional de caridad. Que el fuego de Notre-Dame sirva también para inflamar a los pastores de la Iglesia con un espíritu de verdadero arrepentimiento, para que Dios conceda a todos la gracia de una renovación en la verdadera fe y en el verdadero amor de Cristo, nuestro Señor, nuestro Dios y Salvador.

«Cuando la catedral de Notre-Dame de París comenzó a arder, varios fieles, en su mayoría niños y jóvenes, se arrodillaron y cantaron el Ave María. Fue uno de los signos más conmovedores y espiritualmente poderosos en medio de esta gran tragedia. Que Nuestra Señora Auxiliadora de los Cristianos, interceda por nosotros para que los pastores de la Iglesia puedan comenzar, con la ayuda de los fieles laicos, a levantar las ruinas espirituales de la vida de la Iglesia de hoy. En la Iglesia, como en París, un proceso de reparación y reconstrucción es un signo de esperanza.»

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