Queridos correligionarios,
Vaya antes de nada, previo a cualquier otra consideración, un abrazo enorme y la manifestación de nuestro respeto y admiración, en nombre de todos los militantes de la Comunión Tradicionalista. Por encima de consideraciones políticas, de explicaciones teóricas o de razones históricas está la dura realidad de una sociedad fragmentada que os está tocando vivir en primera persona. Familias, amistades y convivencia rotas. Heridas terribles que costará mucho tiempo restañar. La ruptura de la paz social y de los cauces mínimos de convivencia es un crimen de lesa humanidad y los culpables del clima guerracivilista que se ha generado desde hace tiempo en toda España y ahora tan cruelmente en Cataluña tendrían que pagar por ello. Sabed que no estáis solos.
Vosotros conocéis de sobra, como carlistas que sois, que el separatismo no es el problema, sino la consecuencia de un problema. Porque lo mismo que pasa con los cuerpos, que se descomponen al morir, ocurre con las sociedades: que se disgregan cuando pierden su alma. Y el alma constitutiva (no “constitucional”) de todas nuestras Españas, que lleva doscientos años en retirada, ha sido desde siempre un alma cristiana. “O cristiana o no será”, como dijera Torras i Bagès.
¿Pero qué fue de nuestras, de vuestras, raíces cristianas? ¿Dónde quedaron los siete alzamientos populares contrarrevolucionarios de la Cataluña católica y tradicional? En poco más de un siglo vuestros abuelos se levantaron en armas contra la Convención, contra Napoleón, contra el primer liberalismo, contra la usurpación en tres ocasiones, contra la revolución del 36… Habéis pagado un alto precio en héroes y en mártires. Nunca podrá España compensar tanto sacrificio. Y sin embargo, a día de hoy, debemos reconocer humildemente la realidad: que las ideologías de la modernidad han triunfado. Al menos aparentemente han alcanzado no sólo el poder político sino también eso que llaman la hegemonía cultural. Con su triunfo han vaciado de contenido todo aquello por lo que merecía la pena luchar. Han hecho las ideologías una España odiosa que es apenas un estado, una burocracia, una trama partitocrática que no suscita amor porque ha renunciado a ser nuestra patria grande. Han hecho una Cataluña mezquina, egoísta, campo de cultivo de las mismas ideologías, y feudo de idénticos partidos. Han hecho una nueva religión progre, mezcla de idolatría nacionalista con ateísmo práctico que se atreve a sojuzgar a la Iglesia y a adulterar el mensaje del Evangelio. Han hecho del rey un títere, de los fueros un cuento mal contado, de la lengua una herramienta de odio, de la historia una mentira subvencionada, de nuestros jóvenes una masa sin criterio, de nuestro futuro un horizonte con más minaretes que campanarios.
El monstruo ideológico que ocupa ahora las instituciones en toda España, y con mayor descaro en Cataluña es, por tanto, el de la anti-España y el de la anti-Cataluña.
Aquí es donde hay que encuadrar el enfrentamiento actual. Lo que se lleva gestando en los últimos años, y lo que estalla ahora mismo con la violencia de esa “gente de paz” que incendia las calles de Barcelona, (de forma controlada y con la ayuda inestimable de ciertos bomberos, por cierto) es un enfrentamiento entre dos cabezas de una misma Revolución. La policía y los aprendices de terrorista del separatismo no se están enfrentando por España ni por Cataluña, sino en defensa de los intereses de sus jefes que son, repitámoslo hasta la saciedad: la anti-España por un lado y la anti-Cataluña por otro. Pretender apagar el incendio separatista con más constitución es echar gasolina al fuego. Pretender recuperar la grandeza catalana con el empeño de crear una nueva republiquita bananera es ridículo.
En medio de este conflicto los carlistas catalanes, y todos los catalanes de buena fe, aquellos que conservan algo de espíritu crítico y de seny, teneis una misión trascendente. Es preciso que, pase lo que pase, haya alguien que conserve viva el alma de Cataluña. Aunque sea en pequeños reductos, aunque sea a costa de vivir ridiculizados por unos y por otros. Existen gracias a Dios iniciativas diversas, asociaciones culturales, guerrillas digitales, voces valientes que levantan entre vosotros la bandera de la lealtad al proyecto catalán e hispánico. Arropad, sostened, cuidad a todos aquellos que den el paso al frente en defensa de vuestros propios ideales. Demostrad con hechos que llamar “carlistas” a los que creen que Puigdemont es un príncipe exiliado es una simpleza. Y explicad que el problema de España va más allá de la quiebra de la unidad del estado.
Los carlistas catalanes sois ya ahora y habréis de ser, cuando Dios quiera que vuelvan las aguas a su cauce, un punto de referencia imprescincible para todos vuestros compatriotas. “Adelante, haz lo que debas y suceda lo que Dios quiera”. En esta divisa de Carlos VII radica nuestra moral de victoria y la proverbial firmeza de los carlistas, siempre vencidos, nunca rendidos, inasequibles al desaliento. Nadie como vosotros sabrá dar ejemplo y razones del verdadero ser catalán. ¡Viva siempre nuestra Cataluña hispana!
En Xto. Rey,