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Los nuevos “euroescépticos”

No hay que confundir la UE con Europa. No nos humilla Europa, nos humilla la UE.

En muchos aspectos ignoro cuáles serán las consecuencias de la sentencia del tribunal de la UE, en la que se reconoce la condición de eurodiputados a los prófugos Puigdemont y Comín, y al preso Junqueras. Es posible que dentro de poco veamos a este último salir en libertad, aunque probablemente habríamos visto lo mismo sin sentencia, y sin cometer ninguna ilegalidad, solamente aplicando la “maravillosa” legislación penal que disfrutamos, derivada de la “maravillosa” Constitución, que, dicen, “nos dimos a nosotros mismos”. También es posible que veamos a Puigdemont, dentro de poco, pasearse impunemente por España, como enésima demostración de la “fortaleza” de nuestra democracia y nuestro Estado de derecho.

Lo que parece evidente, en cualquier caso, es que la sentencia ha despertado un nuevo “euroescepticismo”. Muchos, que hasta hace poco babeaban ante la banderita azul, empiezan a darse cuenta de los mucho que nos quieren. No se dieron cuenta cuando al entrar en el entonces Mercado Común, nos obligaron a desmantelar nuestro tejido industrial. Tampoco se dieron cuenta cuando desde la UE y el FMI nos impusieron unas políticas de austeridad económica que han supuesto la destrucción de las clases medias y la entrada en la pobreza de millones de españoles. Tampoco cuando nos impusieron cuotas de inmigración, ni siquiera cuando nos obligaron a cambiar la Constitución, a lo que el PP y el PSOE se prestaron con servilismo perruno, introduciendo un artículo donde se dice que el pago de la deuda y la “estabilidad” presupuestaria están antes que las necesidades de los españoles.

Inasequibles al desaliento, los UE-entusiastas (que acostumbran a ser “constitucionalistas”) seguían adorando la banderita azul, sacándola a la calle siempre que podían, incluso en manifestaciones patrióticas opuestas al separatismo, pues estaban convencidos de que “la pertenencia a la UE es la mejor garantía de la unidad de España”.

Ahora algunos empiezan a despertar, lo cual es positivo. Sin embargo, el fenómeno debe ser debidamente encauzado para que no sea políticamente estéril. En primer lugar, hay que pedirles un poco de coherencia, y creo que no sea muy coherente utilizar el término Spanexit, compuesto de Spain (España en inglés) y éxit (salida, en inglés) ¿Vamos a reclamar la soberanía española en lengua inglesa? No solamente es la lengua de nuestros enemigos centenarios, es, además, la lengua de la globalización y, por esa misma razón, la lengua oficial de la UE.

En segundo lugar, no hay que confundir la UE con Europa. No nos humilla Europa, nos humilla la UE. España se puede ir de la UE, pero no de Europa, pues España es, y ha sido siempre, Europa. No debemos olvidar nunca que España proyectó su imperio en Europa, y que luchó por la unidad europea contra el cisma protestante y los incipientes estados-nación y las monarquías absolutas.

En tercer lugar, creo que hay que ver claro a que responde la política de la UE y de los países que la controlan (Francia, Alemania, Bélgica) con respecto a España. Es cierto que no han apoyado nunca, de forma abierta, a los separatistas. Y no porque les importe un pimiento la unidad de España, sino por que saben que tienen aquí un estado servil que, gobierno quien gobierne, va a aceptar sus imposiciones con docilidad ovejuna. No les interesa que este estado se fraccione.

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Pero sus continuas humillaciones contienen un claro mensaje político. Cuando se niegan a entregar a los fugados, cuando les reconocen como eurodiputados a pesar de estas huidos de la justicia española, cuando reprenden al estado por la “violencia policial del 1-0” (¿alguien ha reprendido a la policía francesa la violencia contra los chalecos amarillos?) están demostrando que no tratan con un socio o amigo, sino con un súbdito, con un vasallo.

UE-escépticos, no Euroescépticos.

Por José Alsina Calvés

 

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