Nos enfrentamos a algo desconocido y de consecuencias imprevisibles pero, en cualquier caso, graves. De un lado, el desarrollo de la enfermedad que produce el llamado coronavirus parece ser menos grave que la gripe común; de otro, su capacidad de contagio es bastante alta. Los fallecimientos, en lo que conocemos, son y se producen en personas de bastante edad y con otras enfermedades. De hecho, nos cabe la duda más que razonable de si se trata de muertos por coronavirus, con coronavirus o en los que el resultado muerte es debido a un cuadro complejo patológico en el que esta enfermedad es sólo causa parcial del óbito. Es de suponer que estas cuestiones se van a ir aclarando. En tanto, contabilizar estadísticamente el número de fallecidos adjudicándolos al virus no es algo ni riguroso ni tranquilizador.
Hay dos frentes muy importantes, la posibilidad de contagio y las medidas para minimizarlo que se están tomando en buena parte del mundo y los importantes efectos económicos de todo orden que van a incidir en la vida de las personas. Está claro que lo primero es conseguir que la enfermedad no se propague, hospitalizaciones, tratamientos, pruebas a domicilio, aislamientos en casos determinados, consejos de higiene, información, etc. A ese respecto corresponden las suspensiones de eventos con aglomeración de personas en condiciones previas de riesgo. En países como China, Japón e Italia, ya se han cerrado colegios y universidades para un largo plazo. Muchas empresas en las citadas naciones están optando temporalmente por el teletrabajo, también en España y en otros no gravemente afectados el “home office” está siendo generalizado para evitar riesgos. Pero la inmensa mayoría de los empleos no puede atenderse a distancia, se requiere presencialidad. Lo cierto es que la población vive de su trabajo, de su actividad, y hay multitud de sectores que ya se ven perjudicados directa o indirectamente por la dinámica de esta importante amenaza.
Hasta ahora en nuestro país se está actuando con prudencia y acierto atendiendo a descubrir los contagios y hospitalizar a los que muestran síntomas graves o aislando a los que portan el virus, aunque se mantengan con buena salud. Estamos a las puertas de las vacaciones de Semana Santa y la incertidumbre tiene lugar. La gran cantidad de viajeros nacionales e internacionales que cada año se desplaza por nuestros pueblos y ciudades y la masiva dependencia de puestos de trabajo derivados de ello es algo que ya nos quita el sueño, aunque aún conservamos intacta la esperanza de normalidad porque el clima cálido parece ser garantía frente al virus. Más allá incluso está la temporada veraniega.
Los expertos indican que aún no estamos ante el punto de reversión de esta epidemia, que todavía van a producirse más y más contagios. Respecto del hallazgo de una vacuna o la aplicación de un retroviral, los ciudadanos no conocemos grandes avances, con lo que tampoco tenemos nada concreto para vislumbrar el final. El ser humano es un individuo gregario que necesita certezas para comportarse con normalidad social. Es seguro que las respuestas están al llegar.
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