España está arrestada en su casa, su libertad de movimiento ha sido tipificada y sólo se permite de forma excepcional. Todos han coincidido en la necesidad o el buen juicio en su momento de proceder al confinamiento, más allá de la polémica acerca de si debió empezar una semana antes. Disminuyendo el trasiego humano a su mínimo nivel posible se reducía objetivamente el grado de contagio. A partir de ahí la espera ha sido larga y dura, los resultados han tardado mucho en llegar y aún no son tranquilizadores del todo.
Los planteamientos jurídicos teóricos de los que se ha echado mano para abordar esta situación han tenido que verse adaptados a la misma sin estar clara técnicamente su idoneidad. No se previó el estado de alarma para esta restricción de las libertades y derechos fundamentales. Lo cierto es que, tras el esfuerzo de aceptar estos instrumentos como mal menor, en el mundo no se ha avanzado de manera determinante en la obtención de la vacuna añorada ni tan siquiera en un tratamiento unívoco e indiscutible. En tanto, la economía se nos cae de forma dramática. La economía es el empleo y la sociedad del bienestar, sin ambos parámetros esta sociedad estará muy herida y la tarea recuperadora terreno complejo y desconocido, la urgencia por abordarla ya es desesperada.
A estas alturas –con los datos conocidos-, algunos dudamos de si el confinamiento radical decidido ha sido excesivo y tiene más sombras que luces. Por ello la idea de seguir transitando este modelo puede ser un error. Hay cuestiones elementales que conviene refrescar, confinar no cura, sólo aparta temporalmente las posibilidades de contagio. Hacer test masivos que detecten anticuerpos permitiría que los presuntos inmunizados pudieran hacer vida normal desde el instante de conocerse qué dice la prueba, pero los test tampoco curan. Esta oleada de miedo que ya transita nuestros hogares y aboga por un parón indefinido es claramente desproporcionada. Elegir entre la salud y la economía es una frase hecha, pero qué me dicen de la pobreza. Para mantener mínimamente los equilibrios hay que ponerse a las máquinas antes de que el daño irreparable que este cierre y sus consecuencias inmediatofuturas traigan consigo una caída libre sin reparación posible. Es bueno que no olvidemos que España ha sufrido unas condiciones radicales de confinamiento en tanto los países de nuestro entorno –con mejores resultados- no han visto recortadas sus posibilidades de circular, dar paseos o hacer deporte. Es más, la figura de la recomendación de comportamiento individual, tal y como ha funcionado en los que nos rodean, en España ha sido traducida a prohibición y multa. Hay otras formas de protegerse y ya nunca sabremos cuál habría sido la diferencia, pero hora es de tornar de prohibir a sólo exigir responsabilidad individual y colectiva sin tantas condiciones, que España se está cayendo a pedazos y no podemos consentirlo. No hay ninguna razón para tratar a la población como si fuera menor de edad o de forma distinta que a alemanes o franceses. En suma, hay un momento para cerrar y ha pasado, ahora toca abrir con prevención e inteligencia, pero ya.
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