Por JUAN JOSÉ GAVALDÀ CARBONELL, Abogado y licenciado en historia | CASTELLÓN
Siendo base de la historia de España durante los dos tercios centrales del XIX, la filmografía en muy contadas ocasiones se ha ocupado de la historia del carlismo, si muy poco en cuanto a los conflictos bélicos, prácticamente nada respecto a la doctrina o efectos sociales posteriores al XIX.
Es fácil pensar, que si temática tan abundante en épica, romanticismo, dramatismo, vistosidad visual –por qué no decirlo-, héroes, antihéroes, heroínas –recordemos la de Castellfort-, intrigas, conspiraciones, batallas, victorias, derrotas, expediciones imposibles, etc.. hubiese pertenecido a la historia de los EE.UU. desde Griffith hasta Kubric, pasando por Raoul Walsh, Nicholas Ray o John Ford, hubiesen dirigido más de una película ambientada en las guerras carlistas. Puestos a imaginar, ¿por qué no? Una “Misión de audaces” sobre la expedición del General Gómez en 1836, un “Lo que el viento se llevó” sobre el final de la última contienda en 1876 con la toma de Estella como plato fuerte, o un “55 días en Pekín”, pero cambiando, el número de días y la localidad, por Bilbao, sobre alguno de los sitios que sufrió la capital vizcaína.
Lamentablemente, esto son sólo fantasías de un amante del cine y estudioso del carlismo, y ya que no ha sido posible, por el momento, intentaremos ceñirnos a lo que escaso, pero meritorio, tenemos de cine ambientado en el carlismo, fundamentalmente en las contiendas decimonónicas.
La escasa historiografía que sobre cine y carlismo existe hace una clásica división entre cine anterior al franquismo y cine durante el franquismo. A estos dos bloques, cabe añadir un tercero, al que se podría denominar postfranquista o cine en democracia, y son estos tres bloques, donde insertaremos los films de temática carlista que vayamos analizando.
Entre las posibles causas o razones que se esgrimen para explicar la escasez de cine carlista, destaca para la primera época, básicamente el cine mudo, desde sus inicios hasta el advenimiento del sonoro en 1928, que para los carlistas de este período, el cine fue siempre observado con malos ojos, como una forma de corrupción de costumbres y una influencia perniciosa para la sociedad. Otras razones, éstas ya no tan vagas y si más concretas, son las que el gran cineasta y gran conocedor del carlismo José María Tuduri achaca, en primer lugar, a la preferencia de los guionistas por la narrativa teatral, arrinconando la enorme producción novelística, donde abundaba la temática carlista, no hay más que recordar los muchos volúmenes que Benito Pérez Galdós dedicó, en sus Episodios Nacionales al carlismo o la maravillosa trilogía de Valle Inclán “Los cruzados de la causa”, por poner sólo un par de ejemplos. En segundo lugar, y pudiendo englobar a la primera, Tuduri cita la causa económica, pues de todos es sabido, que cualquier película histórica de calidad precisa elevados presupuestos de producción, ya que tratando las guerras carlistas, se deberían incluir escenas de batallas con despliegue de caballería, artillería, infantería, etc… todo ello con sus correspondientes y reglamentarios uniformes, algo en lo que el bueno de Tuduri, como veremos más adelante, es un experto.
No obstante, se produjo en 1915 El Cuervo del Campamento; en 1920/21 Pour Don Carlos, -recientemente reencontrada y recuperada-; y en 1929, la primera adaptación al cine de la novela de Pío Baroja Zalacaín el aventurero, en la que destacaba, en ésta última, la participación del mismísimo novelista como actor, interpretando al lugarteniente del cura Santa Cruz.
Durante el periodo franquista, la producción aumentó ligeramente pero aunque la Comunión Tradicionalista Carlista formó parte del bando vencedor en la Guerra Civil de 1936/39, sus élites intelectuales siguieron apartadas del mundo cinematográfico para plasmar y difundir su historia e ideales.
De este período es la que para mi entender, es la que más plenamente bebe de la historia carlista, Diez fusiles esperan, 1959, de José Luis Sáenz de Heredia, película enteramente situada en la primera guerra carlista, otras, simplemente tienen las guerras carlistas como de trasfondo o como tema accesorio.
Ya en épocas más recientes, cabe destacar Vacas (1991), de Julio Medem, o las ultimísimas Erramentari, y Handia, ambas de 2017.
Mención especial merecen las dos obras de Jose María Tuduri, Crónica de la guerra carlista (1988) y Santa cruz el cura guerrillero (1990), a ellas nos referiremos ampliamente en posteriores entregas, al igual que otras muchas, ni siquiera aquí mentadas, pero que por motivos de limitación, deberán esperan a su “estreno” en el “Reino de Valencia”.
Este artículo se publicó en la Revista Reino de Valencia nº 125
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