Allá por el año 1421, Enrique I, Rey de Portugal, junto con sus dos hijos, recupera Ceuta para la cristiandad, pasando esa plaza a formar parte del reino luso.

Agradecido por la victoria, el infante D. Enrique, apodado “el navegante “, envió una talla de la Virgen María a dicha ciudad, pidiendo a cambio que se rezara cada Sábado y en alta voz un padrenuestro y avemaría por su alma antes de comenzar la Misa.

La imagen, una talla de madera que representa a Nuestra Señora con su hijo yacente en sus brazos, fue encomendada a la Orden de los Caballeros de Cristo, de la cual el infante era Gran Maestre.

Bajo la advocación de Nuestra Señora de África, María protegió a los ceutíes de nuevas invasiones musulmanas que asediaban sin descanso la ciudad.
Arropados por su amor y conscientes de su poderosa intercesión, acudieron a Nuestra Señora para pedir protección frente a la epidemia de peste que asolaba Europa durante el año 1651.

Agradecido por su protección, el entonces gobernador de la ciudad D. Juan Suárez de Alarcón y Melo propuso guardar fiesta cada 9 de febrero, propuesta votada por unanimidad.
La fama de la protección de Nuestra Señora de África saltó a la península hasta el punto de que, en el año 1743, unos emisarios de la colonia inglesa de Gibraltar acudieron implorando la protección de Nuestra Señora de África ante una nueva epidemia de peste que se extendía por Andalucía y Gibraltar.

Atendiendo a sus peticiones, la Virgen fue sacada en procesión hasta el puente de Almina frente a Gibraltar. Desde aquel momento la epidemia cesó en aquel lugar. Imagino que muchos de esos ingleses habitantes de Gibraltar dejarían de ser anglicanos.

Acudamos a Nuestra Señora de África implorando protección para Ceuta, Melilla y Canarias.

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