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Opinión

La última homilía pública de un sacerdote al que le prohibieron celebrar la Misa Tradicional

Fue la misa con la que se liberó a los paganos de los sacrificios de niños, mujeres y hombres cuando España y la Fe Católica conquistaron el corazón de los indígenas en suelo americano.

En este artículo https://www.tradicionviva.es/2021/06/30/breve-informe-sobre-el-estado-de-la-iglesia-en-nicaragua/ había escrito que solamente en una diócesis en Nicaragua, un sacerdote tenía la plena autorización de su obispo para que celebrara Misa Tradicional. Sin exagerar, era el último faro público de la Tradición litúrgica en el país, pues, todas las diócesis marchan al ritmo del tambor batiente del pos Concilio Vaticano II.

Este año, el obispo de la diócesis de Estelí, territorio donde se alojaba aquella luz tradicional, dejaba el cargo por motivos de edad y fue designado como Administrador Apostólico, el Señor Obispo de la diócesis de Matagalpa que dista con aquella otra diócesis, como máximo una hora en vehículo particular. Pero no se crea que tal decisión cayó como lluvia que refresca la tierra reseca. Mons. Rolando Álvarez es un personaje que en los últimos años se ha vuelto tremendamente mediático, de manera particular, desde el 2018, año en que comenzara la crisis política en este país. En la mayoría de sus homilías no se escuchan más que glosas políticas antisandinistas. Tiene para sí un clero condescendiente y un pueblo que lo estima casi como a un profeta aunque sus prédicas tienen la estructura de grandilocuentes circunloquios políticos. Son homilías con frases de alta gama retórica; son como miel para la gente de oídos ávidos de empalagamiento lingüístico. Para mejor decirlo sencillamente: tiene una marcada tendencia populista con la que acaricia las fibras emocionales de las masas. Todo ello, bastante impropio de un obispo que se supone, tiene como función vital, el bienestar espiritual y la salvación de las almas de sus fieles.

Sabemos que el Papa Francisco ha establecido una clara política eclesiástica de dos vías. Por una parte, hace amistad con los enemigos de la Iglesia, estrecha la mano con los herejes, le escribe cartas a los que promueven la homosexualidad, como a James Martin SJ, tiene una predilección por los inmigrantes y por los de la «periferia», o por los marginados. Pero hacia dentro de su propia Iglesia tiene una fobia a lo que tenga olor a Tradición. Con ciertas diferencias, el obispo Álvarez, tiene una línea política semejante en su diócesis que podríamos denominarla Iglesia de puertas abiertas. En teoría podríamos pensar que todos caben en la Iglesia. Pero como mimesis del Papa Francisco: lo que tenga sabor a Tradición queda excluído. Eso ocurrió con aquel sacerdote que ofrecía la Santa Misa Tridentina en la diócesis de Estelí. Para él las puertas de la Iglesia se van a mantener cerradas y en este artículo quisiera exponer algunas ideas recogidas en la última homilía pública que predicara este sacerdote tradicional.

Con el lanzamiento del motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco, el Vaticano le ponía tantos límites a la Misa Tradicional que solicitarla sería casi como si fuera un milagro. Se supo de varias diócesis en distintos países que sus obispos en seguida vetaron la celebración del rito tradicional, aún habiendo un buen número de fieles que asistían a dicha celebración. En la carta que acompañaba al motu proprio el Papa declaraba sentirse entristecido por un «(…) uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no solo a la reforma litúrgica, sino al Concilio Vaticano II (…)». Ante esto, en su última homilía pública acertadamente afirmaba el sacerdote:

  «En el año en que el Papa Benedicto XVI publica su motu proprio, Summorum pontificum, en ese año el Papa no aprueba la Misa Tradicional porque no está en su competencia de legislador aprobar o prohibir una misa que pertenece a la Santa Tradición de la Iglesia. Cuando el Papa publica Summorum pontificum, es solamente para aclarar a aquellos que tienen dudas; de que esa misa nunca ha sido abrogada, nunca ha sido prohibida y no puede serlo, puesto que ya se remonta a los orígenes apostólicos».

Continúa en su homilía señalando lo siguiente:

   «en el tiempo de San Pío V se habían multiplicado, en varias diócesis, diversos misales que hacían diferentes las formas de celebrar la misa (…). San Pío V lo que va a hacer es fijar un misal que sea único y que garantice la unidad litúrgica en la Iglesia Católica, en todo el orbe. Además de eso, tales misales que habían surgido en ciertas diócesis, contenían herejías (…) y es por eso que San Pío V se da a la tarea de prohibir esos misales (…).

Sin embargo, mantiene en pie los ritos de doscientos años de existencia (…) porque esa es una garantía de que esos ritos, aunque no sean iguales al rito romano en sí: están libres de error y tienen raíces apostólicas. Entre ellos tenemos, el rito de Lyon, el rito ambrosiano de Milán y el rito toledano en Toledo». 

¿Qué pasaría si aplicaramos esos criterios al Novus Ordo? Sería la misa nueva que podría quedar abrogada porque, en primer lugar este rito tiene unos cincuenta años de existencia y en segundo lugar, como algunos han señalado, muchas de las oraciones de la misa nueva, parecen tener sus raíces en el libro de oraciones comúnes de los protestantes anglicanos. Pero ese es un tema peliagudo que excede los propósitos de este artículo.

Está claro, pues, que como señala el padre en su homilía, Benedicto XVI no hace otra cosa que ratificar que la misa tradicional nunca fue abrogada, ya que fue promulgada a perpetuidad, con carácter de ley por San Pío V en el año de 1570 y ha sido la Misa que santificó a tantos hombres y mujeres de toda clase en todo el mundo católico. Fue la misa con la que se liberó a los paganos de los sacrificios de niños, mujeres y hombres cuando España y la Fe Católica conquistaron el corazón de los indígenas en suelo americano.

Por lo tanto «No se trata de un grupito de ancianitas -continúa la homilía- nostálgicas que les hace falta la misa tridentina, se trata de una nueva generación de jovenes que despierta y que quiere buscar lo sagrado. Yo no había asistido nunca a misa tridentina, en el seminario ni se sabía de eso, ni siquiera cuando fui niño asistí a misa tridentina ¡jamás!». Quien escribe este artículo puede afirmar exactamente lo mismo, pues yo soy joven y desde la primera misa tradicional a la que asistí en octubre del 2019, fue como haber descubierto un verdadero tesoro. Sin embargo, un tesoro que lamentablemente me lo tenían escondido para que yo no supiera nada de él. Por tantos siglos la misa tradicional unía a toda la Iglesia como la familia que es, por un mismo rito y una misma lengua, aunque fuera yo indú, chino, boliviano, español, alemán o nicaragüense. Por esta Fe y este Rito el mundo podía reconocer lo que significaba ser cristiano.

Puede leer:  Dos formas de vivir

Pero algo que es verificable en cualquier parte del mundo católico y que el padre lo señala perfectamente bien es que «Hay tantas misas según el misal de Pablo VI como sacerdotes que la celebran. Cada sacerdote celebra según su creatividad». El Papa Benedicto XVI en su exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis numeral 38 señala: «El ars celebrandi (el arte de celebrar rectamente) proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes (…)». Pero continuaba diciendo el Papa:

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   «La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas. La atención y la obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable» (Ibídem, 40).

Sin embargo ¿Qué vemos en buena parte de las parroquias del mundo católico? Cualquier cosa menos reverencia o silencio, pulcritud en los ornamentos sagrados, canto adecuado, sacro y digno para las celebraciones. En muchos sitios la misa no supera los veinticinco minútos y en otras latitudes se hacen homilías de media hora que no dicen nada o lo que dicen no es ni siquiera doctrinalmente correcto. No digamos ya los abusos litúrgicos y hasta sacrilegios, que si fueramos capaces de tener como en una base de datos el cómputo de tales abusos y sacrilegios que se cometen en las celebraciones; el estupor nos dejaría sin aliento. Sin embargo, eso no parece importarle mucho a los obispos que censuran a los sacerdotes que celebran la Misa Tradicional. Para esa gente importa más que los fieles y sacerdotes se acomoden al orden político de la Iglesia que al respeto y a la exaltación de las cosas sagradas.

Y es que las siguientes preguntas que hiciera el padre en la homilía son para considerar a profundidad la situación actual de la Iglesia:

   «Porqué se le da abrazos a los protestantes y porqué se trata como a perros sarnosos a los que amamos a la Virgen, amamos la Eucaristía, amamos la Fe Católica, defendemos al Papa; amamos a los obispos y servimos a nuestros feligreses»

Decía un amigo sacerdote que los católicos somos hijos y no arrimados de la Santa Madre Iglesia. Pero debemos decir como en el párrafo anterior que a los que están luchando por conservar la Tradición bimilenaria, se les trata como a galgos indeseables. ¿Por qué?

Ciertamente; duele sentirse como un marginado en donde uno debería sentirse bien recibido. Y es aún más doloroso que tu obispo use su vara de pastor para golpear y no para apacentar. Así lo denunciaba en su homilía: «Siento el peso del báculo sobre mí, siento el desprecio sobre mí; siento la persecución sobre mí: y yo lo acepto. Porque no merezco la cruz de Cristo. Pero si quiere compartírmela; yo la acepto».

Al igual que este sacerdote, muchos otros fieles consagrados en el mundo entero, padecen bajo la mano de hierro de aquellos obispos que se comportan con ellos como tiranos. Pero sabemos que la Santísima Virgen María no deja en el desamparo a sus hijos predilectos y mucho menos a los que seguirán siendo fieles hasta el final. Christus Vincit, Christus regnat, Christus Imperat!

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