San Vicente de Lerins nos ofrece una definición muy buena y sencilla de Tradición: aquello que ha sido creído en todo momento, por todos los fieles y en todo lugar. Pues bien, en todo lugar, por todos los fieles y en todo momento, la Iglesia Católica ha creído y así ha enseñado; que la Santa Misa es la actualización sacramental del Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo consumado en la cruz del Calvario, hace dos mil años, para la salvación del género humano, pero de manera incruenta, de tal modo que, lo que sucede en la Santa Misa no es sino el mismo sacrificio de la cruz bajo los signos del pan y del vino y bajo la forma litúrgica que la Iglesia ha establecido con el paso del tiempo. Sin embargo; aquí es importante anotar, que «las liturgias no se hacen, sino que crecen en la devoción de los siglos». Esta característica del desarrollo orgánico se aplica perfectamente bien a la Misa Tradicional en Latín pues nunca ha sido confeccionada por un comité de expertos sino que ha florecido en la Tradición de la Iglesia.

San Agustín nos dice: «es muy razonable pensar que una práctica conservada por toda la Iglesia y no establecida por los concilios, pero siempre conservada, no puede haber sido transmitida sino por la autoridad de los Apóstoles». La Santa Misa Tradicional, ciertamente, ha crecido en esa «devoción de los siglos» por ser la Tradición católica algo que permanece viva. Así, «a excepción de un pequeño número de referencias en los Hechos de los Apóstoles y en sus epístolas, la liturgia apostólica se encuentra completamente fuera de las Escrituras, y es de dominio puro de la Tradición. Desde sus orígenes, por tanto, la liturgia ha existido más en la Tradición que en la Escritura» (Perillo, 2021, pág. 28); y dado que como católicos no tenemos una sola fuente de autoridad, la Tradición representa la segunda fuente de igual peso que las Escrituras en materia de Fe, moral, disciplina sacramental y gobierno de la Iglesia Católica. Así que aquello que ha sido conservado en la vida de la Iglesia aunque no aparezca explícito en las Sagradas Letras, probablemente tenga su origen en la autoridad de los Apóstoles, y en última instancia, en Nuestro Señor Jesucristo.

Los derechos de Dios

Ahora bien, por ser Dios el creador y soberano del universo, tiene unos derechos (de los que ya no se quiere hablar) que son intrínsecos a su Persona mientras que las criaturas, unos deberes para con la Divina Majestad. Dios tiene el derecho a ser adorado como Él quiere que lo adoremos. Por lo tanto, una pregunta fundamental que nos debemos hacer es la siguiente: una determinada forma litúrgica en la que se permiten cantos estridentes y protestantizados; bailes, aplausos, innovaciones bizarras o que la gente llegue vestida como si el templo fuera una playa vacacional ¿Complace la voluntad de Dios? ¿Queda satisfecha la Divina Majestad? 

Que al mundo pagano no le interese la adoración a Dios, es entendible. Pero que los hijos de Dios crean que no importa la forma del culto parece más propio de ateos o de herejes que de católicos bautizados en el nombre de la Santisima Trinidad. Porque un ateo cree que no existe Dios y por lo tanto, el culto no tiene razón de ser, y para los heréticos la liturgia es un artificio de la Iglesia y sencillamente lo minimizan. Por lo que, si para el culto cristiano da igual que el sacerdote innove la liturgia, que permita cantos que ofenden la sensibilidad estética (cantos realmente feos) o que el templo mismo parezca una sala de conferencias o de entretenimiento, prueba que en la Iglesia el relativismo es una auténtica realidad. Al no reconocerse el derecho que tiene Dios a ser adorado como Él lo desea y nuestra obligación como hijos a obedecer sus mandatos divinos, seguiremos viendo los muchos espectáculos litúrgicos que ya no parecen una excepción sino la norma general.

Conservar la Tradición

Siendo que lo que no se encuentra escrito en las Sagradas Escrituras pertenece a la Santa Tradición que se entronca con los Apóstoles hasta llegar a Jesucristo, el misal establecido por San Pío V recoge lo que todos han creído, por todos los fieles y en todo lugar. No es un misal que haya sido confeccionado por un comité de eruditos especializados. De hecho, «la documentación de las partes individuales de nuestro Canon se remonta por lo menos al siglo VI, y nos obliga a identificarlo en sus primeras líneas con aquel que los antiguos creían de tradición apostólica» (Perillo, 2021, pág. 44).

Esta larga historia de liturgia en la Iglesia Católica nos conduce a una sutil realidad: en la Santa Misa se aprende teología. El principio de lex credendi, lex orandi (la ley de la fe es la ley de la oración) se hace visible en las palabras que oímos y en las acciones que observamos. Podemos decir que en la liturgia contemplamos las cosas que creemos: el dogma se vuelve tangible por la manera en que la Iglesia le da culto público a Dios. Por ello, cuando se altera la forma en que la Iglesia siempre ha celebrado los misterios de fe, se está trastocando lo que la misma Iglesia ha creído y enseñado. Por ejemplo, si creemos que la misa es el sacrificio de Jesucristo, todo sacrificio se ofrece en un altar consagrado. Pero si creemos que la misa solamente es un banquete, entonces frente a nuestros ojos, en lugar de altares; aparecerán mesas para una cena. Un simple cambio de posición del sacerdote, por ejemplo, la celebración del Novus Ordo versus populum significa igualmente, un cambio de creencia.

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Por ello es que en la Misa Tradicional (al igual que en los ritos orientales) el sacerdote no le da la espalda al pueblo. El sacerdote y el pueblo, conjuntamente, están de cara a Dios. Lo ven a Él, se contempla a Cristo y no a los hombres pues la Misa es de y para Dios y no del hombre y para el hombre. Estas verdades son básicas y elementales y sin embargo, increíblemente, muchos obispos, cardenales y sacerdotes las pasan por alto.

Lamentablemente, estas décadas de reforma litúrgica no han traído todos los frutos que se esperaban. La Iglesia se ha dejado seducir por criterios mundanos y tales criterios profanos se han introducido en lo que por definición es sagrado. Así que, de lo anterior perfectamente podemos concluir que la preservación de la enseñanza bimilenaria de la Iglesia y en especial, de la liturgia católica, se vuelve un auténtico deber de conciencia no solo por el bien espiritual que la Santa Misa Tradicional hace a las almas que asisten con devoción, sino porque «se puede decir en todo caso que (…) el códice eucarístico, incluso tomando en cuenta el desarrollo alcanzado por el transcurrir de los siglos, es sustancialmente el mismo que usaban los grandes Doctores de la iglesia en la Edad Media, y que llevaba en su portada el nombre de Gregorio Magno» (I. Schuster I, pág. 8, citado por Perillo, 2021, pág. 55). Si la Misa Tradicional es, pues, un tesoro imperecedero por virtud de tantos siglos de piedad y devoción ¿Se cambia lo que vale más por lo que vale menos?

Referencia

Perillo Sor María Francesca (2021). Los orígenes Apostólicos-patrísticos de la Misa Tridentina. Ediciones María Auxiliadora. Querétaro. México.

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