A tenor de algunas declaraciones, todavía a estas alturas entre la parroquia conservadora parece haber sorprendidos porque el Ayuntamiento de Madrid en manos del PP permitiera recientemente tal despiporre con motivo del Día del Orgullo Gay (el cual debe ya durar un mes entero), un evento abyecto cuyo objetivo final (al igual que otros de su especie) no es otro que socavar los cimientos de la familia tradicional española.
Porque, en el fondo, este vomitivo acontecimiento es coherente con la doctrina liberal (de la que beben, no olvidemos, izquierdas y derechas), máxime si tenemos en cuenta que los fundamentos ideológicos del liberalismo hoy hegemónico han sido desde siempre contrarios a una institución tan ancestral como es la familia, la cual es consustancial al ser humano y por ende anterior a los estados-nación surgidos en la Modernidad.
De hecho, si algo supuso la Revolución Francesa fue el inicio de la progresiva defenestración de los cuerpos intermedios de la sociedad (municipios, gremios, fueros…y familias) que protegían al individuo del poder establecido, lo que ha ido convirtiendo al Estado en una suerte de Leviatán negador de todo aquello que no regulaba.
He ahí la razón fundamental por la que la institución familiar haya sido uno de los enemigos a batir por los liberales.
Y como resulta evidente que no han podido acabar con ella por las bravas, lo están intentando ahora de otra forma, “deconstruyéndola” con adoctrinamiento y/o propaganda de inspiración gramsciana que pretende sembrar la semilla de la discordia (ésta disfrazada de “libertad de elección” o “protección de menores”) para, tras ser minado el principio de autoridad familiar, enfrentar a padres contra madres, progenitores contra hijos y viceversa, de manera que tan sagrada institución se convierta en un mero simulacro.
Cuando la única política estatal saludable al respecto sería no inmiscuirse en el ámbito familiar excepto en aquellos aspectos donde éste no llegue por sus propios medios, a fin de -por ejemplo- completar la labor educativa o garantizar la asistencia sanitaria.
Así pues, permanezcamos atentos y no bajemos la guardia frente al nihilismo destructor que intrínsecamente conlleva la praxis política de las formaciones políticas no sólo izquierdistas, sino también derechistas, ambas las dos caras del mismo y maligno error liberal.
Ricardo Herreras
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