En el reino de las flores la belleza de Dios no podría expresarse igualmente en una enorme rosa y en una pequeña miosotis porque la miosotis tiene un cierto encanto por el que la gente la mira y sonríe. Una rosa majestuosa no provoca la misma sonrisa. Algo de la belleza de Dios, por lo cual es infinitamente gracioso, no se puede expresar en la rosa y se puede expresar en la miosotis.
Cuando examinamos atentamente una pequeña miosotis percibimos la excelencia de sus pétalos, que tienen el encanto de las cosas pequeñitas. Imita en un poco la buena loza o la porcelana de categoría. Esa florecilla tan pequeña, tan bien diseñada, tan excelente, despierta una forma de ternura y de encanto que es una manera de alabar a Dios.
No sería alabado por el reconocimiento tantas veces repetido de su grandeza. Debemos reconocer la belleza de lo que es pequeño conteniendo tanto esplendor, con tal intensidad, en algo tan pequeño. El orden del ser es tan rico, tan variado, que comporta inclusive esa flor minúscula.
En el orden del ser, lo excelente armoniza su esplendor posando en esa florecilla. Ante ella una persona puede sentir compasión y ser movida a la protección, como quien advierte que no se pise, no se estropee, no se coja, pues representa algo muy grande en el orden del ser, a pesar de su pequeñez. En esa consideración entra la ternura, porque la persona casi se siente intermediaria entre Dios y la miosotis, se siente procuradora de Dios junto a esa flor.
Era necesario que existiera la rosa y la miosotis en el mundo vegetal para tener una idea de conjunto de los predicados de Dios.
Lo mismo podemos decir de todas las flores que existen. Y esto se aplica también a los hombres. Los hombres deben ser desiguales porque es así como reflejan mejor a Dios. Si comparamos la mentalidad del hombre más inteligente del siglo XX, un Winston Churchill, con el hombre menos inteligente del siglo, uno que sin culpa propia sea casi un débil mental en el cual la razón está en un estado de crepúsculo, vemos que cada uno refleja a Dios a su modo, incluso el menos listo refleja a Dios de alguna manera que Churchill no reflejaba. Él es una miosotis del reino humano. La belleza del menor es que junto con otros refleja la belleza de Dios.
Si lo aplicamos al universo que Dios creó, Santo Tomás de Aquino enseña exactamente eso. Dice que Dios no podía haber creado todas las criaturas iguales, porque ninguna tiene la posibilidad de reflejar adecuadamente la perfección de Dios, ya que la criatura es limitada y Dios es infinito. Y para dar una idea de la belleza de Dios era necesario que hubiera criaturas desiguales, cada una reflejando un aspecto de Dios. Pero siendo desiguales, para reflejarlo tenían que formar una jerarquía, porque toda diferencia da en desigualdad. De ahí que el pulchrum de la jerarquía consiste en la desigualdad armónica, sin saltos, sin desproporciones, sino una desigualdad proporcionada, y por esa desigualdad armónica se manifiesta la belleza de Dios en la Tierra.
Este artículo se publicó originalmente en https://plineando.blogspot.com/
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