Hoy en día los profesionales de la política dedican todo su tiempo, esfuerzo y dinero, no a legislar, sino a azuzar las pasiones y avivar el resentimiento entre los propios españoles, ¿Y por qué? Porque quieren tener más asientos que este o que aquel, no son más que niños pequeños y malcriados.
Todo ello está provocando a que cada vez más nuestro país se esté radicalizando, polarizando y aceptando la reacción como la postura base en cualquier conversación: ya no se dialogan ni se exponen ideas, sino que se insulta y se persigue el pensamiento disoluto, ya no se piensan y se rebaten argumentos, sino que se atacan y se ridiculizan sus opiniones. En pocas palabras, España se está convirtiendo en un país de intolerantes y analfabetos, pues no el tener muchos estudios y muchas titulaciones te hace más docto que un anciano de pueblo.
En nuestro país ya apenas queda tolerancia, palabra que hoy en día muchos abanderan y defienden, pero solo en favor de seguir removiendo esa mezcla de serrín y estiércol que únicamente saben producir. La tolerancia en su conjunto puede resumir lo que esperamos de la Humanidad, y que debería de ser entendido por algo como esto: tener ideas diferentes a otros, y amar tanto la defensa de las suyas como de las tuyas.
Pero los españoles no aprendemos a convivir entre nosotros, los españoles solo entendemos de mazos y cachiporras, cuán difícil es hoy que alguien diga adversario o discrepante en lugar de enemigo. El mayor defecto de los españoles no es otro que su intransigencia, pecamos de orgullo y de soberbia, y es por ello por lo que cada vez que intentamos levantar cabeza en nuestra larga historia, en nuestra larga memoria, más nos hundimos entre el fango.
Somos todos hijos de una misma estirpe, la estirpe de Caín, y no podemos remediar todo lo que está ya hecho, hollado y roto. Cuántas cosas podrían haber salido mejor de esta forma y no de aquella, cuántas cosas nos perdimos por no escuchar a este y sí a aquel. Nuevamente, el mal ya está hecho, pero tenemos todos la capacidad de enmendarlo.
Por eso aquí, en estas líneas y en esta columna pido hoy paz, piedad y perdón: pido la paz por, para y entre los españoles, que ciegos de soberbia y orgullo, así como a merced de los partidos políticos, no saben por qué mundos caminan a tientas y descalzos; pido piedad y clemencia por, para y entre los españoles, que con nuestras disputas nos hemos vuelto animales incivilizados que hemos llevado a la ruina el solar glorioso que un día fue España, y que un día quienes nos precedan nos juzgarán y se avergonzarán de estos tiempos de oscuro divertimento; y pido el perdón por, para, y entre los españoles, pues ninguno estamos libres de culpa al haber de alguna manera avivado las pasiones humanas, como consciente o inconscientemente seguiremos avivando, y con ello haciendo daño a hombres y mujeres inocentes.
Pido por, para y entre los españoles, pues el cambio comienza si todos ponemos de nuestra parte, reconocemos los errores, y decidimos salir todos unidos adelante. Yo no creo en que haya españoles malos, y otros buenos, o en su defecto mejores. Yo no creo en eso de las dos Españas, amar a media España, sería despreciar u odiar a la otra media, ¿Y no son ellos tan españoles como nosotros, con sus defectos y con sus aciertos?
Debemos de poner fin a esta situación que solo puede traer la sangre y la miseria a nuestras costas y a nuestros montes, debemos de evitar que existan las dos Españas que pretenden los profesionales del derecho y la política, de lo contrario las diferencias que nos separen serán irreconciliables e inimaginables. Solo con un sentido amplio de tolerancia, podemos todavía hoy salvar a España de lo fatal.
Juan José Fernández Doctor
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