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Historia

Los Sindicatos Libres, un obrerismo nacido en la tradición [1]

Requeté del Patronato Obrero Tradicionalista de Barcelona (Fotografía: Vademecun del jaimista enero 1913, Fondo: Familia Pérez- Roldán)

El movimiento obrero ha sido investigado con amplitud, sin embargo, el sindicalismo originario de grupos políticos no procedentes de la izquierda, no siempre ha sido estudiado con la objetividad necesaria. La acusación de amarillismo (colaboración con la patronal) siempre ha sido achacada a todas las asociaciones obreras católicas o independientes. Sin embargo, el fenómeno del sindicalismo libre fue muy distinto y la combatividad que se dio contra él lo fue precisamente por su radical defensa de los derechos del obrero, porque con ello rompía el monopolio del sindicalismo único de la CNT en la Barcelona de principios de siglo.

Los Sindicatos Libres nacieron en el tejido social del tradicionalismo barcelonés, resultando uno de los movimientos políticos más interclasista del mismo, al estar compuesto en un tercio por trabajadores de distintas profesiones, la mayoría, residentes en los barrios periféricos. Por aquél entonces, el tradicionalismo catalán vivía su renacimiento. Hasta 1876 había sumado a sus reivindicaciones la protesta social de la población rural pirenaica empobrecida contra el incipiente capitalismo de las urbes del litoral. Esas personas, procedentes de las laderas pobres del Pirineo, formaron parte de los nuevos inmigrantes que llegaban a Barcelona y que en ella mantuvieron su fe católica y su fidelidad a los ideales del tradicionalismo.

Requeté del Patronato Obrero Tradicionalista de Barcelona (Fotografía: Vademecun del jaimista enero 1913, Fondo: Familia Pérez- Roldán)

Requeté del Patronato Obrero Tradicionalista de Barcelona (Fotografía: Vademecun del jaimista enero 1913, Fondo: Familia Pérez- Roldán)

Después del fracaso militar de la Tercera Guerra Carlista, la fuerte industrialización produjo una fuerte mutación social que obligó al tradicionalismo a adaptarse a los tiempos modernos. Su participación política se incrementó y la apertura de Círculos se amplió especialmente en los núcleos urbanos como Barcelona. Pero en estos espacios el anticlericalismo, reclutado entre el naciente proletariado barcelonés, propiciado y alentado ampliamente por el Partido Radical de Lerroux, tenía una importancia cada vez mayor, de modo que el tradicionalismo se fue convirtiendo en la respuesta y refugio más firme para los obreros católicos.

Es necesario aclarar que el tradicionalismo barcelonés del siglo XX estaba compuesto por dos sectores:

– la simbolizada por el periódico El Correo Catalán, una línea moderada y gremialista. Era el órgano oficial del delegado regional duque de Solferino, y de Miguel Junyent, redactor jefe del mismo, y



– la del semanario La Trinchera que representaba a un sector obrero, más radical en sus proclamas, tenía su especial acogida en los Círculos El Porvenir, Crit de Patria y el Ateneo Obrero Legitimista.

Los tradicionalistas catalanes estaban obligados por su sistema electoral a evitar su marginación política y social, pero al plantear la necesidad de establecer alianzas electorales, surgen enfrentamientos entre los dos grupos, porque los objetivos de cada una de esas corrientes no eran tan afines como pudiera parecer a simple vista. La alianza con la Lliga Regionalista con la que tenían unas bases comunes en la defensa del catolicismo y un cierto catalanismo, la rechazan los más radicales procedentes de las clases populares para los cuales  constituían el verdadero enemigo por su separatismo latente y su procedencia exclusiva de la burguesía. Temían, además, que esa colaboración con la Lliga, ̶ mucho más fuerte, ̶  convirtiera al tradicionalismo local en un grupo marioneta de los intereses de Francesc Cambó.

Eran también partidarios de crear un clímax revolucionario con la conjunción práctica con fuerzas que consideraban, en algún aspecto, semejantes, como los republicanos, ya que había un antecedente de lucha contra el enemigo común en la Segunda Guerra Carlista.

El nacimiento del Sindicato Libre

 

La posición neutral que España mantuvo durante la Primera Guerra Mundial, permitió a muchos empresarios enriquecerse y, por ello, mantener la pretensión de seguir en una posición de fuerza para rechazar cualquier propuesta de mejora social que pudiera entorpecer sus beneficios. La situación era susceptible de empeorar, y empeoró. El fin de la guerra, el 11 de noviembre de 1918, fue una tragedia para la fragilísima paz social barcelonesa, por llamarla de alguna manera. Hasta ese momento los empresarios, y sobre todo los catalanistas englobados en la Lliga Regionalista de Françesc Cambó, habían contemporizado con los obreros, dado que nadaban en pedidos y querían cualquier cosa menos huelgas. Con el fin de la prosperidad, sin embargo, ese interés, simplemente, desapareció. Estos factores, junto al estímulo que supuso el eco de la revolución bolchevique, fomentó la radicalización revolucionaria de los dirigentes cenetistas, que a su vez obligó a muchos obreros y empleados católicos a pensar en la creación de un sindicato para sentirse protegidos. Su demanda de un sindicalismo profesional se hacía necesaria para contrarrestar la fuerza de los sindicatos de izquierdas. La CNT que en 1915 tenía 15.000 miembros había pasado en 1919 a 714.028 afiliados y la más reformista UGT, contaba con 211.342 altas, es decir, entre los dos, tenían (en 1919, no lo olvidemos) 925.370 asociados, mientras que los católicos de los sindicatos del marqués de Comillas llegaban con dificultad a los 60.000 afiliados.

Con esa intención se produjo una primera reunión en el Ateneo Obrero Legitimista de Barcelona presidida por Pedro Roma, Miguel Junyent, el escritor Rico Ariza y el concejal Salvador Anglada. En ella se decidió la necesidad de organizar un sindicato obrero, con un fin de defensa de sus miembros en todos los aspectos, independiente, separado de la CNT, y basado en la doctrina social del Carlismo que seguía las directrices de León XIII, como no podía ser de otro modo.  Ya se habían creado en otros lugares de España, como Pamplona, Zaragoza o Bilbao, gracias al empeño de otro destacado obrero carlista, Pedro Ullaortua.

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La junta constitucional tuvo lugar el 10 de octubre de 1919 en dicho local del Ateneo en la calle de Tapinería, 32, principal. Surge así el Sindicato Libre, cuya denominación dejaba clara su independencia respecto de cualquier formación política así como respecto de la patronal, con el fin de asegurar una verdadera defensa de los intereses de los trabajadores. Como el carlista vizcaíno Pedro Ullaortua los definió buscaban la “unidad de los trabajadores contra el sistema capitalista en total autonomía”. Sin embargo el carácter carlista de la doctrina que promovían era evidente, así como el legitimismo de sus miembros (y recíprocamente era enorme la cercanía de los Reyes Legítimos por dichos sindicatos). Y en su propaganda, aunque no lo manifestaban explícitamente, ambos aspectos quedaban claros, con la denuncia y la lucha contra separatistas, marxistas, liberales y anarquistas. Los Sindicatos Libres organizaron huelgas, pero también, bolsas de trabajo, seguros sociales y asistencia obrera. Su labor fue enorme para dignificar las condiciones de vida de las masas obreras, condenadas a la explotación por el liberalismo capitalista.

Ramón Sales Amenós promotor de los Sindicatos Libres

Ramón Sales Amenós promotor de los Sindicatos Libres

Ramón Sales Amenós, que ya había creado la Liga Patriótica Española, fue elegido presidente y diferentes cuadros tradicionalistas entraron en la labor sindical convirtiéndose en la élite culta del sindicato que se ocupó de la ideología, redactar estatutos, relaciones públicas y dirigir la organización. Estos hombres fueron José Baró, (secretario), Salvador Framis (tesorero), Antonio Cavestany, Ruperto Lladó y José Gaya (vocales),  Jordi Bru, Estanislao Rico Ariza, Santiago Brandoly, Domingo Farrel, Juan Laguía Lliteras, Feliciano Baratech Alfaro, Ceferino Tarragó, Ignacio Jubert y Mariano Puyuelo. Los intelectuales se encargaron de la divulgación en prensa; los resortes de la organización fueron controlados por obreros, algo que no había sucedido en los sindicatos católicos, y fueron los más jóvenes de dicho núcleo político, (que en aquella fecha contaba con una veintena de centros sólo en Barcelona), “los que levantaron bandera de rebelión contra el monstruoso terrorismo anarquista”[2].

En su propaganda afirmaban expresamente los fines de la asociación: su encarnación persigue al anarquismo, el separatismo, la masonería, el comunismo y el judaísmo.[3] Tarea nada fácil y, ciertamente, como se verá más adelante, muy peligrosa, no tanto por la defensa de sus trabajadores en los temas laborales, como por los grupos contra los que entablaba combate, especialmente la masonería que siempre actúa con ocultación.

Ramón Sales Amenós, su presidente con 19 años, fue líder indiscutible hasta 1936. Nació en 1900 en La Fulleda (Lérida), emigró a Barcelona con sus hermanos al enviudar su madre y trabajó en unos almacenes que pertenecían al sindicato de la CNT, a pesar de lo cual, mantuvo los contactos tradicionalistas que había tenido en el pueblo y siguió siendo miembro del requeté. Sales, que no fue un gran orador pero que cuando tuvo que hacerlo fue claro y contundente, ̶  casi siempre en catalán porque se expresaba mejor, ̶ y que ya tenía la experiencia de haber creado La Liga Patriótica, consiguió atraer a un buen número de jóvenes y formas así el Sindicato Libre que pronto cobró personalidad propia al enfrentarse al rival cenetista y hacer frente también a la Patronal en sus veleidades de subordinarlo a sus intereses. De 1919 a 1921, el naciente sindicato fue promocionado por los empresarios en su labor de dividir al radical proletariado barcelonés. Sin embargo, los Libres siempre dejaron claro que su política iba en defensa estricta de los derechos profesionales del obrero y no se iban a plegar a los intereses de los empresarios, como había pasado con algunos sindicatos profesionales católicos, que habían nacido por el patrocinio de algunos notables conservadores y, por ello, se sentían obligados a defender el orden constituido.

Este punto de vista divergente impidió unas relaciones amistosas con los sindicatos confesionales que estaban controlados por magnates conservadores, excepto los llamados “católicos-libres” fundados por los dominicos (el Beato José Gafo[4] y Pedro Gerard[5]), que habían mantenido una postura más combativa en los intereses obreros y sostenían un buen diálogo con los carlistas. Gafo parte de un apremiante de injusticia social registrado por León XIII en su encíclica Rerum Novarum cuyo número primero termina así: “un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”. El dominico tomó esto muy en serio: “Si en toda España no se enseña y predica el cristianismo a través de su contenido social, el cristianismo desaparecerá del solar español”, afirmaba. Su programa social fundamental lo ofreció él mismo en el Manifiesto a los trabajadores navarros que le incluirían en la lista de Candidatos a Cortes por Navarra el 7 de noviembre de 1933. Su candidatura era enteramente apolítica; única y exclusivamente social y obrerista.

La simbiosis carlista y sindicalista tenía casi su única fuerza en la región vasco-navarra y era mayoritario en muchas zonas como Azpeitia. Esta amistad se prolongaría de tal modo que en 1924 en el congreso de Pamplona decidieron fusionarse y crear la Confederación Nacional de Sindicatos Libres, cuya fuerza estaba en Cataluña y País Vasco-Navarro, curiosamente parte de la misma geografía política del tradicionalismo.

Hasta 1923, los Libres sufrieron la constante amenaza del terrorismo anarquista que no podía permitir que hubiesen escindido a la clase obrera. El precio fue el asesinato de 53 dirigentes sindicales. Los Libres también crearon sus grupos de autodefensa para contrarrestar a los anarquistas con sus mismas armas, pero los Libres estaban naciendo y la pérdida de dirigentes les hacía más daño. Para colmo, las autoridades del Gobierno tratando de proteger el orden liberal establecido, detenía tanto a sindicalistas cenetistas como Libres. La lucha entre ambos sindicatos fue sangrienta. La patronal intentó manejarla a su favor utilizando esquiroles Libres en las huelgas de los anarquistas y al revés en las promovidas por los Libres. Esta situación de enfrentamiento entre los tres grupos: patronal, anarquistas y tradicionalistas, más la ayuda que solapadamente prestaba la Lliga a los dos primeros grupos, dio lugar a la etapa que se conoce como la del pistolerismo en Barcelona.

La madurez del Sindicalismo Libre

 

El período de 1920-1922 en el que el gobierno civil fue dirigido por el general Martínez Anido, la situación mejoró para los Libres. Aunque el sindicato nunca se definió como tradicionalista, para posibilitar su crecimiento en el proletariado profesional, la alianza con el general fue posible para luchar con éxito contra una CNT liderada por el elemento más radical del anarquismo revolucionario.

Propaganda de la revista “Unión Obrera” de los Sindicatos Libres carlistas en los años “20″

Propaganda de la revista “Unión Obrera” de los Sindicatos Libres carlistas en los años “20″

En 1923 se produjo la instauración de la dictadura de Primo de Rivera. El general Martínez Anido fue nombrado ministro del Interior, pero el general en su nuevo cargo, no sólo no apoyó, como esperaban, al sindicalismo Libre, sino que, tratando de nivelar fuerzas, eligieron a los socialistas de la UGT como entidad colaboradora, prohibiendo la CNT. Los sindicalistas Libres únicamente pudieron ocupar los puestos que los ugetistas no quisieron. A pesar de ello, o quizás en cierta medida, como consecuencia, el Sindicato Libre contaba casi con 200.000 miembros, tres cuartas partes en Barcelona  y alrededores, destacando Igualada y Tortosa, ambos núcleos de un fuerte tradicionalismo; el segundo núcleo País Vasco y Navarra, contando con varios grupos en Asturias y Madrid. En 1927 se fundó la Confederación del Centro, en 1928 la del Levante y en 1930 la de Andalucía. Las secciones en que se dividían eran el sector servicios, artesanal y empleados y sus afiliados, camareros, cocineros, panaderos, barberos y empleados de Banca. Sin embargo, este acercamiento a Martínez Anido le pasaría factura al  manipularlo, convirtiéndolo a base de infiltraciones y compra de voluntades, en una fuerza de choque españolista al servicio de los intereses de la burguesía empresarial.



Durante la dictadura del General Miguel Primo de Rivera (1923-1930) se extendió por toda España como Confederación Nacional de Sindicatos Libres e igualó en afiliados a la Unión General de Trabajadores socialista, pese a que dicha sindicato era promocionado por el Directorio Militar con el cual colaboraba. Muchos dirigentes de los Libres fueron encarcelados, algunos acusados de “catalanismo” solo por redactar propaganda en catalán, mientras que los dirigentes socialistas ocuparon puestos en el Consejo de Estado, Consejo de Trabajo, Consejo Interventor de Cuentas del Estado, Comisión Interina de Corporaciones, Consejo Técnico de la Industria Hullera, Tribunal de Cuentas y otros organismos; al tiempo que luchaban contra los sindicatos Libres. Caso singular se dio en la minería asturiana, donde la mayoría de los mineros eran carlistas y por presión de los dirigentes socialistas se prohibió cualquier tipo de sindicación que no fuese en la UGT. Para poder contextualizar la violencia a que dieron lugar los enfrentamientos, hay que tener en cuenta que en el anarquismo el pistolerismo y la extorsión llegó a convertirse en un modus vivendi creando auténticas organizaciones gansteriles, mientras que el uso de la violencia en los Sindicatos Libres solo era ocasional y respondía a exigencias de autodefensa. El pistolero cenetista José Serra reconoce en su libro de memorias “Diario de un pistolero anarquista” que en aquellos años “los límites entre la acción revolucionaria y la rapiña eran cada vez más difusos”. (Posteriormente durante la guerra civil esa “acción revolucionaria y la rapiña” se acrecentarían notablemente).

El declive de una organización

 

En 1930, con la caída de la dictadura de Primo de Rivera y el inicio de la dictablanda de Berenguer, el sindicalismo Libre, ya organización madura, tuvo que afrontar con la libertad sindical y la vuelta de la CNT a la legalidad la defección de un 20 % de sus efectivos catalanes. Sin embargo, el fin del sindicalismo Libre no vino únicamente de la presión de una renacida CNT con 1.600.000 afiliados, sino que con la llegada de la II República, las nuevas autoridades decidieron emprender una represión sin medida sobre la organización Libre. Ramón Sales tuvo que exiliarse a Francia, donde vivió de albañil y distintos oficios más; otros dirigentes como Estanislao Rico, Josep Baró y Jordi Bru pasaron a la renacida Comunión Tradicionalista que había acogido a los escindidos integristas y mellistas[6]; 16 sindicalistas, (entre ellos, Salvador Anglada, de Sants, químico industrial de profesión, que había fundado el Círculo Tradicionalista Obrero y había sido concejal del Ayuntamiento por el partido Dreta Catalana), fueron asesinados en un mes por la CNT para intimidar a los Libres. Las secciones sindicales se fueron desgajando de la Confederación y poniendo distancia, permaneciendo independientes o integrándose por fuerza en la CNT o UGT.

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Especialmente duro y vengativo con el sindicato fue Lluis Companys, antiguo abogado de la CNT, y prohombre de la ERC al posibilitar el llamado “Pacto del Hambre”, un acuerdo en que la Patronal se avenía con la CNT y la UGT a no contratar a ningún trabajador afiliado a los Libres. Unos 4.000 obreros fueron afectados por tales medidas y por razón de edad, unos 200 no pudieron trabajar nunca más, quedando en el mundo marginal con la complicidad de las autoridades republicanas de la Generalitat.

Entretanto, los sindicatos católicos, profesionales e independientes se confederaron en la CESO consiguiendo reunir a más de 200.000 trabajadores. En esta amplia organización se integraron la mayor parte de las antiguas agrupaciones de los Libres, como la regional del País Vasco-Navarro y la Federación de Obreros de Cataluña, nacida en 1932. Sin embargo, esta organización defendía la vía moderada de los antiguos sindicatos confesionales y repudió la posterior petición de integración de un renacido sindicato Libre. Ramón Sales estuvo moviéndose en clandestinidad de Francia a Barcelona para revitalizarlo. En 1935 la organización reapareció con unos cuantos dirigentes de los antiguos carlistas de Sales de la primera hora. Sin embargo, esta vez España estaba tan radicalizada que el mundo laboral impedía la vigencia de una fuerza sindical profesional. Los Libres se vieron reducidos a su núcleo barcelonés y al reducto del obrerismo carlista.

No obstante, las relaciones con las autoridades locales de la Comunión Tradicionalista no eran cordiales. Los Libres se habían convertido a un nacionalismo españolista de raíz obrera que chocaba con el catalanismo de algunos dirigentes locales de la CT. Aunque fuesen el sindicato con mayor número de catalanoparlantes, (Sales, Baró, Roig, Fort, Clavé son los apellidos de los principales dirigentes), la mayor parte del proletariado catalán les fue fiel frente a los emigrantes, que por su falta de especialización eran clientela fácil del extremismo anarquista.

Necesitaban apoyos, estaban bastante politizados y eran patrocinados por el entramado derechista de Barcelona. El recién formado Bloque Nacional de Calvo Sotelo se dedicó a promocionar a los Libres, pero este grupo era una formación personalista de Calvo Sotelo, en realidad, una coalición de alfonsinos y carlistas, muy objetada por sus teóricos integrantes: Goicoechea, líder de Renovación Española, por mantener el liderazgo de los alfonsinos y los carlistas del líder carlista Fal Conde por el posible intento de enajenar las masas populares. Así que realmente únicamente gozaron con la estimable ayuda de un viejo amigo, Joaquín Bau, el carismático líder del carlismo tortosino.

El padre dominico José Gafo Muñiz, (uno de los católicos más comprometidos con el movimiento obrero) muerto por el terror rojo en 1936

El padre dominico José Gafo Muñiz, (uno de los católicos más comprometidos con el movimiento obrero) muerto por el terror rojo en 1936

Con el estallido del Alzamiento el 18 de julio, algunos miembros sindicales que intentaban sobrevivir a la persecución anarquista, consiguieron unirse a los sublevados, entre ellos, Augusto Lagunas, Ramón Colom y Pedro Navarro que murieron en combate. Otros como José Baró, Jaume Fort, Anselm Roig y Juan Laguía Lliteras fueron asesinados por la FAI-CNT. En cuanto a Ramón Sales  fue capturado por milicianos de la CNT en la primavera de 1936. Consiguió escaparse el 19 de julio y volvió a huir a Francia. Retornó de nuevo para organizar la quinta columna barcelonesa, pero fue capturado el 30 de octubre y descuartizado vivo en las Ramblas, ante las oficinas de Solidaridad Obrera: “Encadenaron los pies y las manos de Sales a cuatro camiones. Acto seguido los camiones emprendieron la marcha, en direcciones distintas.”

El sindicalismo Libre fue una experiencia nacida en la base obrera carlista que consiguió expansionarse al defender los intereses profesionales de los trabajadores, pero que no contó con la ayuda de sus afines conservadores, que siempre le vieron peligrosamente revolucionario por su origen, poco cómodo. En su final, el sindicato no pudo luchar contra sus rivales, las autoridades republicanas y, especialmente, Companys, el más empecinado en aniquilarlos. Finalmente la guerra, hasta la hora de la Liberación, terminó con sus últimos miembros en las luchas por Barcelona.


[1] Recesión de la publicación ARBIL, en http://www.arbil.org/(30)sind.htm

[2] J., Oller Piñol: Martínez Anido. Su vida y su obra,

[3] El Matinercarlí.blogspot.com/Ramón Salas Amenós: obrerismo y tradición

[4]BEATO JOSÉ GAFO MUÑIZ, dominico. Nació en Tiós, Campomanes, Asturias, en 1881, y fue ordenado sacerdote en 1905. Su vida fue una continua campaña apostólica a favor de los obreros, para los que impulsó el sindicalismo católico. Colaboró con artículos de carácter social en la revista “La Ciencia Tomista“. En 1932 estuvo encarcelado en el penal de Ocaña, donde realizó una gran labor apostólica a favor de los presos. En 1934, apoyado por la Comunión Tradicionalista, fue elegido diputado a Cortes por la provincia de Navarra, en representación de los sindicatos católicos. Cuando estalló la persecución religiosa en julio de 1936, estaba en el convento de Santo Domingo el Real de Madrid. Tuvo que buscar refugio en una pensión. Confiaba en las clases populares y en los obreros. El 11-VIII-1936 lo detuvieron por ser sacerdote y religioso, y lo encerraron en la cárcel Modelo. Lo sacaron como para dejarlo en libertad, pero, al amanecer del 4-X-1936, lo acribillaron a balazos a pocos pasos de la puerta de la cárcel. Fue el gran apóstol de la difusión y puesta en práctica de la doctrina social de la Iglesia en el primer tercio del siglo XX, con buen conocimiento del proletariado de entonces y de sus problemas y luchas.

[5] Gerard propuso la formación de casas de resistencia estrictamente obreras y un Sindicalismo católico libre, en el sentido de emancipado de las jerarquías eclesiásticas.

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[6] El cisma mellista es la ruptura política que protagonizó Vázquez de Mella en 1919 con el pretendiente carlista Jaime III,   separándose  del partido jaimista, y la casi inmediata fundación de uno nuevo bajo su inspiración y criterios.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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1 Comment

  1. Ramón archs

    20/06/2019 at 16:43

    Podéis hablar de Franchesc llairet o de Salvador seguí algún día o de Martínez Anido ?

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