Con la venia de Vuestra Alteza.
Alteza Real, Excelentísimo señor Jefe Delegado, Excelentísimos señores, Reverendo Padre, señoras y señores:
Me dirijo de manera particular a los jóvenes y miembros de las Juventudes Tradicionalistas y Agrupaciones Escolares Tradicionalistas.
En una celebración como la de hoy es obligado haceros a vosotros un llamamiento a recoger la antorcha de la Tradición, por la cual tantos héroes insignes y anónimos han vertido sangre, sudor y lágrimas al grito de ¡Viva la Religión! ¡Viva España! ¡Viva el Rey! No en vano, al instituir esta fiesta, Don Carlos VII nos exhorta entre otras cosas a honrar la memoria de estos mártires, cruentos e incruentos, para que sirva de estímulo a los jóvenes para mantener vivo el fuego sagrado de la Causa. Conocida es la sentencia de Tertuliano, la sangre de los mártires es semilla de los cristianos, y así debe ser fecunda la sangre de aquellos que dieron su vida por España por amor de Dios, fieles a su Rey por amor al Rey eterno, si nosotros tenemos el alma dispuesta para la gracia. Porque nuestra lucha no es una lucha cualquiera entre los hombres, sino un combate de dimensiones sobrenaturales, el buen combate de la Fe llevada hasta sus últimas consecuencias prácticas. Por este motivo no debe inquietarnos nuestra aparente debilidad social ni nuestro reducido número, pues estamos en el buen camino y en las manos de Dios. Pero tampoco debe llevarnos nuestra confianza en la Providencia al quietismo, antes al contrario, pues como expresa Gracián inspirado por la sabiduría ignaciana, hemos de procurar los medios humanos como si no hubiese divinos, y los divinos como si no hubiese humanos; este es el espíritu que al calor de la Reconquista ha animado siempre al pueblo español, que hizo honor a la máxima “a Dios rogando y con el mazo dando”. Hemos de seguir luchando como si todo dependiese de nuestras solas fuerzas, y confiando por igual en que todo depende de Dios, porque Dios otorga de manera especial sus favores a quienes ponen en la lucha todo su empeño; que en medio de la batalla de Clavijo, hasta el mismo Santiago bajó del cielo a bregar mano a mano con aquellos españoles para derrotar a las hordas mahometanas.
El carlismo, representante de la continuidad de las Españas tradicionales, supo como nadie luchar en los campos de batalla, pero hoy nos toca luchar en otros campos que más fácilmente llevan al desánimo, la desesperanza y la inacción. Es fácil que en los lodos de la política actual surja la tentación de no mancharse teniendo un ideal tan puro como tenemos, por eso pudo decir el fundador de la Legión Española que en la Cruzada eran los carlistas lo más puro, que mantuvieron su honor por encima de toda política. Pero esto sólo es cierto si entendemos aquí por política lo que Balmes llamó pequeña política de intereses bastardos, de intrigas y corrupción, y que hoy impera por doquier; pero frente a ésta hay otra política que es la de la razón, el derecho y el bien común, y en este sentido, la política es la actividad humana más noble, además de un deber, tanto de ciudadanía como de caridad. Porque no hay duda de que el apostolado personal y la oración pueden dar grandes frutos, pero basta ver los efectos a nuestro alrededor de la disociedad y las leyes inicuas para darse cuenta de cuánto daño nos causan y cuántas almas son arrastradas a la perdición. De nada sirven las actitudes pseudomísticas de querer mantenerse al margen de la política, porque estamos dentro de ella inevitablemente y rehusando entrar en política no nos libramos de ella, solamente nos ponemos en manos de la mala política de nuestros enemigos.
Seguramente, la mayoría no estamos llamados a una alta política, pero la política tiene muchos niveles, tantos como tipos de comunidades o grupos sociales inferiores forman la comunidad política perfecta, y desde ahí nos corresponde también tratar de reconstruir la civilización, que como dijera San Pío X, no está por inventar ni levantar sobre las nubes, sino que es la civilización cristiana que ha existido y que hay que restaurar frente a la utopía revolucionaria.
Bien es verdad, que en una época de desarraigo como la nuestra, donde la vivencia de esa civilización se ha perdido casi por completo, es necesario hacer un esfuerzo teórico para recoger y transmitir la doctrina que la animaba. Al igual que nuestros mártires nos han legado su ejemplo de sacrificio, nuestros maestros nos han legado su sabiduría, fruto maduro de nuestra tradición milenaria, de la que tan necesitada están nuestros pueblos hispanos. Especialmente las Agrupaciones de Estudiantes Tradicionalistas deben recoger este bien precioso, no para reservarlo a un grupo de iniciados, sino para entregarlo a la sociedad, pues el bien es por su propia naturaleza difusivo y es más bien cuanto más universal.
Precisamente cuando vemos el fracaso actual de las ideologías y de la tecnocracia, y con ello el malestar general de las gentes, es necesario más que nunca difundir los principios eternos por los que clama España para salvarse. Porque el liberalismo ha enfermado a España, casi podríamos decir que la ha matado, y ya no es sólo irreconocible espiritualmente, sino también corporalmente, porque corrompido su principio vivificante, la gangrena ha llegado a todos sus miembros, por eso la corrupción en todos los órdenes es el tema de nuestro tiempo. Pero los principios naturales y divinos que son fundamento de la civilización cristiana que San Pío X nos llama a restaurar, no viven descarnados ni en el aire. La Tradición nos ha legado el ejemplo y la sangre fecunda de los mártires, el tesoro de la sabiduría católica e hispánica y también instituciones en las que encarna el hombre concreto. De entre todas esas instituciones, una brilla de manera particular situada en la cumbre, como institución suprema de las Españas, tal cual es la Corona. Sin ella, con el Rey a la cabeza, enferman, se disgregan y mueren sus miembros, por eso España clama por un verdadero Rey que le devuelva la salud. No se trata tampoco de una construcción sobre las nubes ni de ninguna ideología, sino de la institución concreta que hoy encarna Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición, en torno al cual hemos de cerrar filas, pues él representa la continuidad de las Españas, por la cual dieron sus vidas y hasta la última gota de su sangre aquéllos mártires, al grito de ¡Viva la Religión! ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!
(Nota del editor: el discurso fue pronunciado ante Don Sixto Enrique de Borbón, miembro de la familia real carlista)