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Historia

Acerca de la masonería y su implicación en la historia de España (V)

Muestra del fanatismo laico en Santa María de Ripoll, año 1835

La crisis finisecular del XIX y la masonería

Continuando con el capítulo IV, expondremos la transformación de la sociedad española en relación con la influencia masónica desarrollada en este período de grandes convulsiones y revoluciones también en Europa[1].

La revolución de 1848 fue la tercera oleada del más amplio ciclo revolucionario en la primera mitad del siglo XIX, que se había iniciado con las denominadas “revolución de 1829” y “revolución de 1830”. Además de su condición de revoluciones liberales las de 1848 se caracterizaron por la importancia de las manifestaciones de carácter nacionalista y por el inicio de las primeras muestras organizadas del movimiento obrero. Iniciadas en Francia, se difundieron en rápida expansión por prácticamente toda Europa central y por Italia en el primer semestre del año 1840. Fue determinante para ello el nivel de desarrollo que habían adquirido las comunicaciones (telégrafo, ferrocarril) en el contexto de la revolución industrial. A ello se sumó el descontento por las malas cosechas de 1846 y 1847 que provocaron la subida del pan y desencadenaron la crisis agrícola, que se sumó a la textil y financiera. Esto, naturalmente, trajo consigo el paro y la inseguridad para los obreros, generando malestar económico y estallido de motines de subsistencias en el campo.

Quedó clara la imposibilidad de mantener sin cambios el Antiguo Régimen, como hasta entonces habían intentado las fuerzas contrarrevolucionarias de la Restauración que defendían la supremacía de la Razón y de la Naturaleza. Su mayor ideólogo fue el  francés Benjamin Constant. Opuestos al Absolutismo, los liberales defendían los derechos del individuo a la libertad y la igualdad jurídica, un estado de derecho garantizado por una Constitución o norma fundamental, que limitara la autoridad del rey, con separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y sufragio. Durante la primera mitad del siglo XIX el Liberalismo fue una ideología revolucionaria impulsada por la burguesía y las clases populares urbanas. A partir de  1830 los intereses de ambos fueron separándose respecto al alcance de los derechos individuales, de ahí que surgieran dos tendencias liberales: el liberalismo doctrinario o moderado, que impuso el sufragio censitario del que se beneficiaba la burguesía, y el democrático que era partidario del sufragio universal masculino y de más amplias libertades.

En el Congreso de Viena se trato de poner freno a los avances revolucionarios.

En el Congreso de Viena se trato de poner freno a los avances revolucionarios.

Generalmente unido al Liberalismo surgirá el Nacionalismo, que también se dividirá en dos tendencias: el nacionalismo conservador, que defiende la nación como una unidad basada en sus raíces históricas diferenciadoras, en la lengua, las costumbres tradicionales y el orden social vigente, y el democrático, inspirado en las ideas del italiano Mazzini, según el cual la idea de nación lleva implícita la libertad de los pueblos y la soberanía nacional.

Su éxito inicial fue poco duradero. A pesar de que todas las sublevaciones fueron reprimidas o reconducidas a situaciones políticas de tipo conservador facilitado por la espontaneidad de los movimientos y su mala organización, su trascendencia histórica fue decisiva. La libertad política es asimilada al liberalismo ideológico, pues es en este modelo político en el que las ideas masónicas pueden adquirir una mayor plasmación social.

De Ségur escribe que la mayor parte de los revolucionarios de 1830 (…) eran francmasones. Otro tanto sucedió en 1848. Los derechos humanos generales que contenían los principios fundamentales del liberalismo político, y a la vez, las tesis francmasónicas,” fueron el pilar de la posterior Constitución norteamericana y de  los movimientos liberales de diversa índole que recorrían la primera mitad del siglo XIX en Europa y estaban dirigidos por “francmasones que adquirieron sus ideas en París”[2] y De Guadalupe apunta la característica de asociación universal, internacional, “cuya jefatura y sede internacional no se conocen[3].

Es en este sentido, de búsqueda de un ideal común conformador de la sociedad, en el que se encuadra la pretensión de dominio interno de los organismos administrativos de los Estados[4]. En igual apreciación De Guadalupe constata que “la masonería ordena a sus afiliados (…) se inscriban para participar en las elecciones, para que puedan votar los candidatos que ordene la institución, y por ende, es una entidad que actúa directamente en política”[5]. Fara apunta que la conclusión de este proceso es una revolución que instaure los ideales masónicos a nivel mundial. En consecuencia las sucesivas rebeliones nacionales desde el siglo XVIII formarían parte de un levantamiento  a mayor nivel pues “esta revolución internacional es la obra futura de la francmasonería.”[6]

El surgimiento de las democracias lleva implícito una cierta ligazón a los mentores de la misma. Schwarz escribe que la francmasonería francesa “trata de encadenar las democracias francmasónicas a París”,[7] mientras que la inglesa se traduce en una coincidencia con los objetivos imperialistas. El papel aglutinador de Estados, primero, y de cosmovisiones posteriormente, es iniciado primero con la tarea de arbitraje del Gran Oriente francés. De aquí parten las alianzas y mandatos de extensión revolucionaria cultural, política e ideológica. Aporta Schwarz a este respecto, un interesante estudio del papel de las logias en la P.G.M. y también en la misma Alemania, de descomposición y desintegración de las fuerzas de resistencia del pueblo alemán.[8] De manera similar están actuando en España, trabajando a favor de su disgregación.

La Liga de las Naciones constituye un paso adelante en el proceso querido de unificación, (como ocurrirá en Italia, aunque aquí el objetivo prioritario era arrebatar los Estados pontificios al Papa) que englobaría todas las parcelas de la vida social, ya que “las logias son partidarias de la Sociedad de Naciones, para llegar a la Internacional de los pueblos y a la Federación del mundo (Gran Oriente de Francia en 1923, p. 97)” [9] Otro paso constituiría, según declaraciones de Luis Salat i Gusils, Gran Maestro de la Gran Logia de España, la Unión Europea. Afirma que ha surgido porque “un 90 por ciento de las personas que la han propiciado son masones”. (El Correo Gallego, 27-II-1994, p. 91). Coincide en ello Josep Munté, secretario de la Gran Logia de España, que recuerda que entre los fundadores hay “un gran número de diputados del Parlamento Europeo”. (El País, 31-III-1996).

Dieter Schwarz no duda en afirmar que las manifestaciones y las ideas del liberalismo burgués se hallan contenidas en el francmasonismo. El régimen político correspondiente a la Francmasonería es la república democrática”. El individualismo, en los planos personal, político y económico, coadyuvante e intrínseco al liberalismo, va conformando paulatinamente la sociedad, y debe considerarse “una de las consecuencias surgidas de la ideología francmasónica”. En esa línea coinciden León Meurin y Pierre Virión en la apreciación de la búsqueda por parte de la masonería de una República Universal ya que “el fin de toda la humanidad es el configurar una única asociación, como (…) la asociación masónica”[10] El liberalismo ideológico propugnado es postulado también para todos los campos de la convivencia social. Escribe De Guadalupe, por los documentos que ha examinado, que “la masonería influye y orienta diversas actividades, tanto políticas como sociales, religiosas, o mejor dicho, antirreligiosas, económicas, etc, y que difunde sus ideales u orientaciones por intermedio de publicaciones”[11] Llega a afirmar que algunos periódicos son creados y sostenidos por la misma masonería sin que el pueblo lo conozca realmente, y que “estos órganos difunden el liberalismo”. Los que suscriben la propaganda son masones reconocidos. Se pide el voto para el partido socialista[12] al que, según fray E. de Guadalupe, el partido liberal “abrió el camino”. “La masonería actúa en política, ordena propaganda y voto para determinados partidos y hombres, e impone la política liberal. (Nada ha cambiado en la actualidad).

En España la actuación masónica ha sido continua desde finales del s. XVIII hasta la actualidad. Una de sus primeros trabajos fue el propiciar la revolución liberal de 1820, que dio lugar al Trienio Constitucional. En la primera mitad del siglo XIX fue utilizada por elementos subversivos como protopartido político revolucionario, pues éste aún no existía como tal.

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La «época dorada» de la masonería española iniciada en el Sexenio, aprovechando la libertad proclamada por la Revolución Gloriosa de 1868, permitió que las logias proliferaran a pesar de los conflictos surgidos entre las dos obediencias, el Gran Oriente Nacional de España y el Gran Oriente de España. Esta última contaba como Gran Maestre a Manuel Ruiz Zorrilla uno de los políticos más destacados del Sexenio y que fue presidente del gobierno en 1872-1873 durante el reinado de Amadeo I. En 1876 le sustituyó Práxedes Mateo Sagasta, otro político prominente de la época y uno de los pilares, junto con Cánovas del Castillo de la Restauración borbónica en España. Ese mismo año, el senador marqués de Seoane pasaba a dirigir la más conservadora Gran Oriente Nacional de España. La situación de bonanza para los masones se prolongó durante la Restauración. En este período pudieron dar a conocer y expresar públicamente sus opiniones. El 1 de mayo de 1871 comenzó a publicarse el Boletín Oficial del Gran Oriente de España y al año siguiente veía la luz el Diccionario Masónico de bolsillo, de Félix de Antonio (Pertusa), en la que afirmaba que la francmasonería era una asociación de hombres libres y de buenas costumbres, que tiene por único y exclusivo objetivo el mejoramiento social de la humanidad. Naturalmente, los no masones mostraron su  desconcierto ante el hecho de que «una asociación de carácter civilizador, benéfico y moral» tuviera que «estar velada tras el misterio«, y que «para hacer el bien necesitara envolverse en las tinieblas, por lo que concluían que la masonería se oculta sistemáticamente a los ojos de todos, y la asociación que así obra no puede representar el bien y la verdad. A pesar de lo cual, en 1890 había en Barcelona más de cuarenta logias en activo. Su poder y expansión le permitieron publicar diversas revistas masónicas y crear un monte de piedad que prestaba asistencia médica a los hermanos enfermos los socorría en caso de enfermedad, les prestaba asistencia médica y auxiliaba a los familiares de masones difuntos. Entiéndase bien que esta especie de orden caritativa se circunscribía, a pesar de sus declaraciones de fraternidad universal, exclusivamente a los suyos, a los miembros de su secta.

En 1889 nace el  Gran Oriente Español, bajo la presidencia de Miguel Morayta Sagrario[13], aunque en Cataluña tuvo que compartir la hegemonía con la Gran Logia Simbólica Regional Catalano- Balear de tendencia nacionalista catalana creada tres años antes y que fue la primera obediencia peninsular que no obligó a sus miembros a reconocer la existencia del Gran Arquitecto del Universo (su dios).

Según Pere Sánchez Ferré, esta fue una masonería con una muy poco disimulada vocación política en la que no pocos personajes utilizaban su estructura e influencia para escalar al poder y al prestigio, a lo que —justo es decirlo— no hacía ningún asco la institución siempre que el político en cuestión favoreciese sus intereses. No es exagerado afirmar que a algunos de ellos se le concedieron los 33 grados en tres días y que muchos otros, que ostentaban cargos importantes, difícilmente sabían algo de la masonería y no asistían a los trabajos masónicos. De ideología progresista y composición burguesa, era entonces el prototipo de masonería latina, (de características bastante diferentes de la  anglosajona), mucho más radical, defendía el anticlericalismo militante o el apoyo a determinadas revoluciones políticas. Esta masonería, propia de la Europa latina, se convirtió al positivismo científico y al sufragio universal en la segunda mitad del siglo XIX.

La Voz de Galicia, Sección Aula Magna, (14 de abril de 1992) expresaba: “Pienso que el movimiento liberal inventó el partido político a partir de la propia francmasonería. Y en el mismo periódico el 1 de junio de 1996, añade:A comienzos del siglo XIX nació en La Coruña la masonería gallega, y lo hizo al amparo del talante liberal de los habitantes de la ciudad. Dos logias coruñesas fueron claves en la historia de España, la Constitucional de la Reunión Española, fundada en 1814, y la de Los Amigos del Orden, que vio la luz en 1817. La Constitucional de la Reunión fue la primera en nacer en este país tras los años del denominado bonapartismo, mientras que la segunda era una colectividad militar, en cuyo seno se fraguó la conspiración liberal que se tradujo en el pronunciamiento del general Riego en Cabezas de San Juan (…) Valín (discípulo de Ferrer Binimeli) considera que Los Amigos del Orden fueron el desencadenante del levantamiento popular liberal, una revolución burguesa que se extendió a toda España y que se tradujo en el advenimiento del Trienio Constitucional. Fueron momentos de una enorme actividad político-laicista.

Los principios políticos de la masonería tienen el común denominador de asunción de los principios revolucionarios franceses, aunque pueda adoptar varias formas políticas. El senador H. Desmons, presidente del Gran Oriente de Francia sostiene que “República (…) quiere decir antimilitarismo, anticlericalismo, socialismo” Es la República la forma política preferida “para realizar sus designios (…) pero la república democrática y social” el establecimiento de “una República universal y democrática de la que la razón será la reina, y una asamblea de sabios, el Consejo Supremo”[14]. En España los designios de la masonería quieren conducirla a una República Federal, es decir a un desmembramiento de la unidad de la patria.

Se pregunta el cardenal Caro en qué partidos se encuentran los masones y se responde que en un

tiempo fue el partido liberal el centro de sus operaciones, pero que desde allí sembró sus ideas y preparó adeptos más avanzados que, no pudiendo arrastrar a los extremos que se oponían al partido liberal, pasaron a formar un partido más avanzado, el radical (…). Otro tanto ha sucedido en el nuevo campo de las operaciones: las ideas han germinado; los principios de orden que profesaban los fundadores del partido radical, a muchos parecen ahora añejos, conservadores y tiran hacia el Socialismo, Comunismo, Bolchevismo, etc. Aquí están los HH.·. más avanzados, el resto en el partido radical, las reservas pesadas, en el liberal. Demás está decir que los hermanos se han infiltrado en gran número en otros matices políticos del liberalismo al bolchevismo y, sin duda, no han faltado algunos que aun se han afiliado al partido conservador. [15]

Monseñor Dupanloup, por su parte, no duda en afirmar que el lado desconocido y que más hay que temer de la masonería es su profunda e incesante acción política, social y revolucionaria (…): de hecho y por la fuerza de las cosas, la masonería es una institución política y revolucionaria: ella ejerce una influencia directa sobre las revoluciones; ella las prepara, ella las hace, y cuantos en la masonería marchan a la cabeza del movimiento, arrastrando consigo toda la masa de adeptos (…)[16]

En cuanto a la cuestión del derecho de los masones a ocuparse de política, cuestión discutida y resuelta afirmativamente en las logias, la analiza en profundidad monseñor Dupanloup. También aporta valiosos documentos y testimonios. En realidad, los altos grados masónicos, no conciben que la acción de la masonería quede circunscrita a las logias, “antes bien su objeto es apoderarse políticamente de la sociedad entera: sus logias sirven tan solo para formar hombres con que luchar en la arena política”.

Masonismo antirreligioso

*La cuestión ideológica

La masonería se presenta como una organización de orientación filosófica, pero en realidad tiene las características de una religión: da culto al «Gran Arquitecto del Universo» y formula sus propias doctrinas, por ejemplo sobre el camino de salvación y la retribución después de la muerte. Tiene su propio código de moral, templos, altares, jerarquía, ritos de iniciación y ritos fúnebres, vestimentas rituales, días festivos, y oraciones propias. La filosofía masona exalta la capacidad de la mente y la lógica sin tomar en cuenta la necesidad de la gracia y la misericordia divina, nuestra plena realización y salvación. Ignora la realidad del pecado. Por lo tanto no considera la eficacia de la Cruz ni la vida en el Espíritu Santo que los cristianos recibimos en la Iglesia.

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Las doctrinas de la masonería rebaten la fe católica y por eso la Iglesia ha declarado repetidas veces, que no se puede ser católico y masón, porque ambas se contradicen en lo esencial. En defensa del cristianismo, ya el Papa Clemente XII en su encíclica «In eminenti» (1738), explicaba que «la masonería es la actualización del paganismo antiguo y el gnosticismo«[17]. Se puede afirmar que la masonería es una organización que tiene como fin fundamental acabar con el cristianismo, implantar la secularización en la sociedad, y esto se puede observar en la lectura de los rituales masónicos. Tomaron como patrones a Adán y los patriarcas y se atribuyeron arbitrariamente las mayores construcciones de la antigüedad, entre ellas el Arca de Noé, la Torre de Babel, las Pirámides y el Templo de Salomón. Mezclaron las enseñanzas de las antiguas religiones que tomaron libremente de los grupos cultistas, como los rosacruces, los sacerdotes egipcios y las supersticiones paganas de Europa y del Oriente. El objetivo era crear una nueva «gnosis» propia de personas ascendidas a un nivel superior.

Los masones alegan para captar clientes que buscan una sociedad laica, entendiendo la laicidad, no como una práctica anticlerical, sino como una normativa de alcance universal[18] que abarque a toda la humanidad, pero lo cierto es que otros ilustres masones corroboran justamente lo contrario a aquella, aparentemente, pacífica actitud:

La base granítica de la futura política (en la masonería) debe ser la guerra contra el Catolicismo sobre toda la superficie del globo» (H. Petrucelli de la Gatina).

«Tenemos un cadáver en el mundo, de cuerpo presente. Este cadáver es el Catolicismo. Tal es el cadáver que hay que echar a la fosa, uniendo al efecto en un sólo esfuerzo todas nuestras energías, para que se haga cuanto antes» (P. Van Humbech, Soberano Gran Comendador masónico del rito escocés en Bélgica).

«La Masonería, por la plenitud de su organización, ritos, símbolos y ceremonias, se halla en capacidad de rivalizar con su grande enemigo, la Iglesia Romana. Sí, queremos la guerra y guerra a muerte contra la Iglesia«. (Globet D’Aviella, Gran Maestro Nacional masónico de Bélgica).

«La batalla empeñada entre el Catolicismo y la Masonería es batalla a muerte, sin tregua ni cuartel. Es menester que allí donde se presente el hombre negro (por el hábito religioso), acuda el Francmasón. Es menester que allí donde el primero levante la Cruz en señal de dominio, despliegue el otro el estandarte masónico. Los dos campos están perfectamente deslindados: El campo de dios (sic, en minúscula) y el campo de Satanás (en mayúscula, mostrando la preeminencia que le asignan). Ya no hay vacilación posible; contra la Iglesia o contra nosotros«. (H. G. Desmons, Miembro del Supremo Consejo Masón de Francia).

«Es preciso hacer trizas a la Iglesia. ¿A qué fin tolerarla por más tiempo? ¿Qué servicios ha prestado a la humanidad? No reconozca ya el hombre el poder de la Religión, y deje de inclinarse ante la soberanía de la Iglesia». (H. Feuri, del Consejo Supremo Masón de Francia).

La masonería “hace propaganda ideológica: liberal”[19], pero nada obsta para que incube, promueva y sostenga otras corriente ideológicas que hagan frente a la tradición y a la religión cristiana. En este sentido De Guadalupe aporta pruebas documentales de la ligazón del comunismo con la masonería en España[20], pues “el comunismo [es una] avanzada progresista, contra la Religión y ciertas formas morales que [a la masonería] también molestaban”.

En esta doctrina masónica se defiende una religión sin dogmas, pues, como afirma el cardenal José María Caro en  El misterio de la masonería, (p. 135-144) la secta tiene su propia religión de la conciencia personal cimentada en el “sentimentalismo” y con pretensión de universalidad,[21] una especie de panteísmo, una religión cósmica que integre el catolicismo, pues el Dios cristiano “ni está demostrado, ni es demostrable”. El cimiento sería el humanismo antropocéntrico, un inmanentismo radical en el que el hombre pasaría a ser el centro del universo. Estamos ante una antropología filosófica desligada de todo iusnaturalismo trascendente y en el que primaría la absoluta independencia de la conciencia, pues “el hombre es el fin en sí mismo y aquella formación puramente humana es una manera de ser del hombre exigida incondicionalmente”. La fijación de la norma “será la ley”, ya que la moral cristiana, que se apoya en el temor y en el amor de Dios, es pueril, inútil e inmoral”; en “la Humanidad situada entre la Potencia Suprema y el hombre de la base es el Cristo-Humanidad del canónigo cabalista Roca”. En el fondo de todas estas doctrinas está una cosmovisión materialista del mundo, de la persona y de la propia existencia, acorde con el liberalismo radical. Coinciden el cardenal Caro, Pierre Virion. De Ségur, Johann Gottlieb Fichte, Dieter Schwarz,  y León Meurin, en sus estudios sobre la Masonería.

La apuesta por el liberalismo, y la realización de diversos actos como conferencias, para extender esta ideología es mostrada documentalmente por De Guadalupe. Concluye taxativamente que “su ideología es liberal, por lo cual está en contra del catolicismo y de toda otra ideología”. Ahonda en ello tras el estudio de una plancha que propugna el divorcio y “ordena auspiciar y [por ende] votar candidatos liberales[22]. Claro que como sigue aclarando fray de Guadalupe,  “la masonería hace propaganda ideológica liberal, pero nada obsta para que promueva y sostenga otras corrientes ideológicas que hagan frente a la tradición y a la religión cristiana”. En este sentido De Guadalupe aporta pruebas documentales de la ligazón del comunismo con la masonería en España, pues “el comunismo [es una] avanzada progresista, contra la Religión y ciertas formas morales que [a la masonería] también molestaban”.[23]

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El profesor Álvarez Lázaro matiza las convergencias entre librepensamiento y masonería: “Sin duda, no pueden confundirse las organizaciones masónicas con las librepensadoras, pero el movimiento masónico supuso un gran soporte para el librepensador, y viceversa”. Sin embargo, los muchos puntos en común hacen que el mundo que ellos dicen “profano” los identifique como un mismo grupo. “Sus propósitos como claramente se deduce de las confesiones de sus jerifes, es “la destrucción del Catolicismo”, y aún de la idea cristiana, que anhelaban destruir en su mismo centro que es Roma; “es la negación práctica de toda conformidad de los actos humanos con el fin para el cual fue el hombre”. “En suma la sustitución con los derechos del hombre de Dios, no solamente como Creador, sino como Redentor; no solamente como Autor de la Razón y de la Naturaleza, sino como Dador de la Gracia, Revelador de la Fe”. Supuesto este término constitutivo de una verdadera anti iglesia, La Masonería ha tomado de la Iglesia de Cristo cuanto ha podido tomar; las logias donde se celebran fiestas de carácter religioso; “el credo”, colección de artículos que se imponen a los adeptos y que éstos deben aceptar ciegamente, la moral, cúmulo de absurdos e hipocresías que convierten en bárbaro al hombre social y al individuo en siervo de pasiones innobles; los misterios envueltos en sombras mitológicas que se manifiestan por frases, signos y cifras cabalísticas y nieblas que se van disipando según el adepto va adorando lo que ignora: la jerarquía, que, no obstante su ponderado dogma de igualdad, divide a sus individuos en diferentes grados, en títulos, insignias y autoridad diversa. La iniciación o bautismo, que se repite cada vez que el adepto pasa de un grado a otro, y se confiere con fórmulas y ritos particulares y con tradición de instrumentos simbólicos los altares y sacrificios, a veces horribles y nefandos; los ornamentos, las flores, el incienso, los cánticos, las genuflexiones, las ceremonias, y para decirlo de una vez todo cuanto se requiere para su culto, sin excluir las solemnidades ni el calendario, compuesto conforme al Zodiaco”[24].

 

*Movimientos anticlericales

Los campos clerical y anticlerical, aún mezclados durante la Ilustración, se delimitan claramente a partir de las revoluciones liberales, cuando la Iglesia se convierte en uno de los defensores del “antiguo régimen”. En España ese momento se produce durante el Trienio Liberal y sobre todo en los años 30 con motivo de la primera guerra  carlista y las desamortizaciones. No es por tanto casual que sea entonces cuando tienen lugar la primeras manifestaciones de violencia anticlerical en 1822-1823, 1834 y 1835.

Muestra del fanatismo laico en Santa María de Ripoll, año 1835

Muestra del fanatismo laico en Santa María de Ripoll, año 1835

La violencia anticlerical del bando liberal alcanzó mayor virulencia en Cataluña. En la proclama de la regencia de Urgel (15 de agosto de 1822), se quemó en Barcelona, se detuvieron a los desafectos al régimen, en su mayoría frailes, y en esa dialéctica de guerra civil, la ciudad fue escenario de asaltos a los conventos de capuchinos, dominicos, franciscanos y agustinos con un balance de más de cincuenta muertos, y también de deportaciones de frailes, medida que se repitió en Valencia y en Orihuela. Según el Diario de Urgel  “El grito de los revolucionarios [de los liberales] cuando atacan a los realistas es: Muera Dios, la Virgen y el Rey, y viva el demonio”[25]. También hubo la respuesta institucional a través del ejército, dirigido por Mina, con decisiones de violencia inusitada, como la de Castellfullit de Riubregós. En ese transcurrir de la violencia, la espiral se hizo cada vez más feroz y ocurrían casos como el asalto y muerte del obispo de Vich (que murió en la ciudadela de Barcelona, donde había sido trasladado como prisionero tras ser detenido en su residencia episcopal),[26] o el fusilamiento de veinticinco frailes en Manresa o la devastación del monasterio de Poblet, no a manos de los soldados liberales, sino de los campesinos de los pueblos vecinos que talaron bosques y profanaron tumbas por el “clamoreo de las lisonjeras voces de libertad e igualdad”, según el propio abad, aunque sus tierras ya estaban vendidas a particulares, o quizás por esto precisamente[27].

Puede leer:  Los actuales ayacuchos

En 1834 la regente María Cristina de Borbón decreta una amnistía para los francmasones pero manteniendo la prohibición de la misma. Poco después se funda en Lisboa el Gran Oriente Nacional de España y en 1839 el Soberano Capítulo Departamental de Barcelona dependiente del Gran Oriente. Como en todas las ocasiones liberalizadoras, fueron aprovechados por la secta para crear tensión.

La situación social de España en dicho año 1834 es grave por la confluencia de varios factores agitados convenientemente siempre por la misma mano. Se produce casi al tiempo las malas noticias del resultado de la primera guerra carlista y el agravamiento de la epidemia de cólera que causó centenares de víctimas. Propagaron el rumor falaz e interesado, de que el origen de la epidemia era el envenenamiento de las fuentes públicas, y que éste había sido obra de los frailes. También corrió la noticia de que se había disparado desde los conventos contra las masas que se dirigían hacia ellos, relacionándolo con el apoyo que los religiosos daban a los carlistas.  En Madrid asaltan con gran virulencia el Colegio Imperial de San Isidro regentado por los jesuitas.  Las muertes de seis religiosos en el interior del edificio y otros cuatro en sus aledaños reflejan una enconada animadversión anticlerical. Golpes, sablazos y disparos se acompañaron de continuas increpaciones y humillaciones vejatorias. Por el relato legado por el Padre Lerdo se puede saber que la mayor parte de las víctimas que cayeron extramuros fueron conducidas con violencia hacia los alrededores de la calle de Toledo todavía vivos. Allí, antes de recibir la muerte, soportaron vejaciones denigrantes. Tampoco se respetaron sus cadáveres y sus coronillas tonsuradas fueron los lugares donde se concentraba el mayor número de golpes propinados por unos sujetos que, según aseguran las fuentes clericales consultadas, gritaban “¡Viva la República!”. Entre los asistentes hubo quien llegó a exclamar: “Hoy sí que voy a comer sesos de fraile”.[28]

El odio homicida poco tardó en extenderse por la capital. Al tiempo que se sucedían las escenas ya descritas, en el convento de Santo Tomás de la calle de Atocha se estaban produciendo actos similares. Según los diarios de sesgo liberal, también allí la pólvora habría ardido en el interior del convento con anterioridad a la reacción popular y un General de salvaguardias habría recibido un disparo. La tardía intervención del Capitán General de Madrid, José Martínez de San Martín, permitió que en el asalto perdieran la vida seis frailes. Los dominicos corrieron la misma suerte que los jesuitas. Ahora bien, si en San Isidro fueron los jóvenes los más perjudicados, en Santo Tomás las víctimas en su mayor parte eran septuagenarias. El descuartizamiento en vida de uno de los pocos jóvenes dominicos asesinados debió ser uno de los espectáculos más conmovedores de aquella sangrienta jornada. Al igual que ocurriría horas más tarde en San Francisco el Grande, los mandos de la Milicia Urbana impidieron que la tropa defendiera a los regulares. Sin embargo, la resistencia dirigida por el brigadier José Paulín y once voluntarios de la guardia real fue suficiente para desmovilizar a los amotinados ante el convento del Carmen.[29]

Las siguientes víctimas serían los franciscanos y mercedarios de los conventos de San Francisco de la calle Bailén y de la Merced, respectivamente. El ataque al convento de San Francisco también tuvo un narrador de excepción en uno de sus testigos, Francisco García. Las peticiones de protección a las fuerzas de orden público databan de días anteriores y, de hecho, existía un compromiso pactado con el Jefe de Cuartel para que, en caso de ataque, se salvaguardara la integridad de los frailes. El colindante Cuartel de la Princesa era uno de los centros militares mejor dotados de la ciudad ya que contaba con un millar de hombres. Para sorpresa del responsable del convento, el mismo día 17 se produjo un relevo en la jefatura que implicó la anulación del compromiso de protección acordado. Por la tarde las puertas del edificio fueron franqueadas por una multitud que daría muerte a más de cincuenta religiosos, la mayor concentración de bajas en un solo punto de aquel trágico día. Uno de los frailes ordenó a las ocho de la tarde la inmediata salida hacia el Cuartel contiguo pero el refugio les fue denegado: “Señores, no pueden ustedes permanecer en este local; no tengo orden de hacer resistencia, ni cuento con fuerzas suficientes para contener a las masas amotinadas, y, en su virtud, márchense ustedes”. Los frailes se dispersaron aterrorizados por el interior del convento ocupado y por la vecina calle del Rosario, donde no se abrió ninguna de las puertas a las que llamaron. Seis religiosos fueron abatidos a balazos en aquella estrecha vía, lo que forzó a los supervivientes a reemprender la huida por el Portillo de Gilimón. La matanza continuó y hasta las cuatro de la mañana resonaron tiros y sablazos en el interior del edificio. En la mayor parte de los casos, los ejecutados dentro del convento se les quitó la vida sin usar armas de fuego: “No hay necesidad de malgastar pólvora con esta canalla; a éstos ya los tenemos seguros; cuchillada, bayonetazo, sablazo, y ¡firme con ellos! hasta que no quede ni uno.[30]

A lo largo de la mañana del 18 de julio se repitieron las concentraciones en las cercanías de los conventos de los dominicos y de los agustinos recoletos de Atocha, el convento dominicano del Rosario, el monasterio de San Bernardo y el colegio de San Bernardino de franciscanos descalzos. Ahora bien, aquel día 18 sin que aún fuera pública la reacción oficial del Gobierno, la actitud de los mandos superiores de la Milicia y del Ejército había cambiado[31].

Poco después, abril de 1835, surge un motín en Zaragoza. Una multitud se dirige al palacio arzobispal para protestar contra su titular Bernardo Francés Caballero, con la acusación de apoyar a los carlistas, dando gritos de “¡Muera el arzobispo y mueran los traidores!”, o “Muera el arzobispo, muera el cabildo!”. A continuación fueron al convento de la Victoria, asesinando allí cuatro frailes, y después al de san Diego, donde lo fueron otros dos. Pocas horas más tarde mataron a un lego franciscano y dejaron malherido a un sacerdote, todo ello ante la pasividad de la guarnición militar, sobre todo en el ataque al convento franciscano de san Diego, situado justo enfrente de la capitanía general. El arzobispo abandonó Zaragoza con escolta militar por orden del capitán general, y después de pasar por Lérida se refugió en Burdeos, donde residiría hasta su muerte en 1843. En los días siguientes abandonaron precipitadamente la ciudad 114 clérigos, según algunos, por estar vinculados al absolutismo; nunca lo achacan al pánico que estos derroches de barbarie producían, precedente de las que un siglo más tarde volverán a realizar. El  Gobierno aprovechó la situación para plantear de inmediato la supresión, cuando menos, de los conventos destruidos.

En Cataluña aparecieron las “bullangas”, así llamados los movimientos revolucionarios instigados por los masones que, empezando en Reus, poco después de las revueltas de Zaragoza se fueron extendiendo por Cataluña. El día 22 de julio, en el momento de máxima expansión del carlismo, (cuya vinculación a la Iglesia era grande) fueron incendiados en Reus varios conventos y el seminario, y asesinados veintiún frailes, doce franciscanos y nueve carmelitas.  En la noche del 25 de julio la violencia se desató en Barcelona, donde también había crecido la hostilidad popular contra los clérigos regulares. Fueron atacados trece conventos; cinco de ellos completamente arrasados por las llamas, y asesinados dieciséis frailes. Otros religiosos pudieron refugiarse en el castillo de Montjuïc. La chispa surgida en Reus y Barcelona encendió un reguero de violencia por gran parte de Cataluña hasta los primeros días de agosto. Como ocurrirá un siglo después, muchos clérigos abandonaron los conventos y se refugiaron en casas particulares o en el monte. Así consiguieron salvarse los frailes de Tiudoms, los carmelitas y agustinos de La Selva, los franciscanos de Alcover y Escornalbou, los cartujos de Scala Dei y los cistercienses de Poblet, pero varios conventos fueron incendiados, entre ellos, el de Riudoms, el de Scala Dei y días después el de Poblet. Tampoco se libró de ser saqueado el monasterio de Montserrat  tras haberlo abandonado los monjes el 30 de julio. En Tarragona, el 27 de julio fue atacado el arzobispo Echanove que consiguió escapar en un barco, refugiándose en Mahón, al no ser bien recibido en Mallorca. ¿Quién movía los hilos para promover tanto odio y tantos desastres?

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El 25 de julio, en plena bullanga barcelonesa, el gobierno decretó la supresión de los conventos de menos de 25 religiosos. Ana María García Rovira, siempre dispuesta a afirmar que estos movimientos revolucionarios fueron espontáneos, señala en esta ocasión que destacados liberales, como el impresor y editor Manuel Rivadeneyra, participaron en la bullanga, intentando canalizar el malestar popular. Juan Sisinio Pérez Garzón afirma que no es incompatible la existencia de una trama organizativa para destruir el poder eclesiástico y derribar el gobierno, con que esta trama se solape y aproveche una coyuntura de exasperación popular —por el cólera— para sembrar el terror entre los frailes y servirse de una táctica de pánico para justificar el asalto a las posesiones clericales y así conseguir sus objetivos. Es de advertir que, en cuanto los liberales (masones en su mayoría) consiguieron los objetivos programados, que en materia religiosa eran:

*exclaustración de los regulares y desamortización de sus bienes y la

*expulsión de los jesuitas, ̶ aunque provocó la enérgica protesta de Roma y la ruptura de relaciones diplomáticas, ̶   se cerró  el «ciclo anticlerical» iniciado con la matanza de frailes de 1834.

La rápida disminución del número de frailes como resultado de la desamortización de Mendizábal apaciguó el anticlericalismo que no resurgirá hasta la Restauración borbónica (1875-1931) como consecuencia de la reaparición de las órdenes religiosas, especialmente en el campo de la enseñanza, gracias al apoyo que les proporcionó el gobierno de Cánovas del Castillo, precisamente en un momento en que al otro lado de los Pirineos, la Tercera República Francesa procede a la completa separación de la Iglesia y el Estado y a la instauración del Estado laico. Así, “los liberales españoles ven el país en situación de ignominioso “retraso” respecto de Francia y tienden a obsesionarse con el factor clerical como causa de nuestros males”, una visión que se acentúa tras el desastre del 98. Es entonces cuando renace el anticlericalismo que tiene su estallido violento en la Semana Trágica de Barcelona. Se llega, así, a la Segunda República, con conciencia de que la reducción del peso político de la Iglesia y la creciente influencia de esa sociedad secreta, es uno de los más graves problemas que el país, en su esfuerzo modernizador, tiene que plantearse prioritariamente.

*El anticlericalismo en el movimiento obrero

 

La críticas al clero que aparecen en la prensa obrera puede agruparse en tres grandes grupos de argumentos: la función ideológica de la Iglesia al servicio de los grupos sociales dominantes al propugnar una moral conformista; el “oscurantismo” del clero contrario al progreso; y la “traición al Evangelio” de sus conductas.[32]

El primer grupo de argumentos referidos a la función ideológica de la Iglesia al servicio de las clases dominantes al defender una moral conformista de obediencia y de inacción, a cambio de la promesa de la felicidad en la otra vida, con lo que se favorece el mantenimiento de su situación de explotación, responde a la idea de Karl Marx de la religión como  “opio del pueblo”.

El segundo grupo de argumentos, referidos al “oscurantismo del clero”, presentan a la religión como producto de la ignorancia y del miedo (“la fe es insostenible, decae cada día ante las demostraciones de la ciencia”, afirma Anselmo de Lorenzo)[33] y al clero como contrario al progreso por lo que aparece en chistes, grabados o sueltos satíricos como “intolerante, fanático, brutal, ignorante, falto de higiene, embaucador, “cavernícola’”. Y para demostrar que la religión es sólo producto de la superchería es muy frecuente la alusión a la “ineficacia de la protección divina”. Así se relatan una y otra vez todo tipo de accidentes o desgracias padecidas en lugares sagrados o en peregrinaciones, rogatorias o procesiones.

El tercer grupo de argumentos, la “traición al Evangelio”, es el más abundante en la literatura anticlerical. En los grabados o en los textos se denuncian los “vicios” del clero contrarios a las “virtudes” que enseña el Evangelio y que fue la práctica de los primeros cristianos. La riqueza frente a la pobreza, la lujuria frente a la castidad, la hipocresía frente a la sinceridad, la soberbia frente a la humildad, etc., es decir, la enumeración de los vicios del clero coincide prácticamente con los pecados capitales enumerados por la moral cristiana, como una y otra vez lo denunciaba “El Motín” en 1891[34].

Primer Congreso Obrero en Barcelona - 1870

Primer Congreso Obrero en Barcelona – 1870

A veces, el  anticlericalismo es presentado como una herramienta del nacionalismo español, desplegado por periodistas y políticos en un momento en el que la identidad española estaba en duda, cuando, literalmente, contemplamos la ausencia de un proyecto nacionalista respaldado por el Estado, a diferencia de la III República en Francia o la Inglaterra de la reina Victoria. Aquí, desde entonces, la masonería, en todas sus vertientes está empeñada en defender un “nacionalismo por secciones” con el objetivo, dicen, de conseguir su ansiada República federal, aunque el fin último sea desintegrar España. Nada nuevo bajo el sol, lo llevan en su ADN.

Los historiadores están divididos en cuanto a la explicación de los acontecimientos, pues mientras unos defienden que los asaltos a los conventos y los asesinatos de frailes fueron el resultado de un complot organizado por las sociedades secretas o por la masonería que alentaron a obreros y anarquistas en general, otros defienden la espontaneidad del movimiento[35]. Es curioso como en movimientos revolucionarios posteriores, siempre hay un grupo de gente dispuesto a disculparlos basándose en la misma tesis “movimientos incontrolados”, así será en la Segunda República cuando se pondrá de manifiesto el anticlericalismo en sus formas más violentas.

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[1] Seguimos a este respecto el artículo de José Martín Brocos Fernández: Ilustración, Liberalismo y Masonería en  Arbil nº 92

[2] DIETER SCHWARZ, La Francmasonería, 37

[3] Fray E. DE GUADALUPE, La masonería según sus propios documentos, p. 11.

[4] F. FERRARI BILLOCH, Entre masones y marxistas, p. 108.

[5] Fray E. DE GUADALUPE, La masonería según sus propios documentos, p. 15.

[6] MAURICE FARA, La masonería en descubierto, p. 72-73

[7] DIETER SCHWARZ, La Francmasonería, p. 37

[8]DIETER SCHWARZ, La Francmasonería. p. 60-62 y 97

[9] LEÓN DE PONCINS, Las fuerzas secretas de la Revolución, p. 60. Cfr. etiam F, FERRARI BILLOCH. La masonería al desnudo, p. 291-300; J. BOOR, Masonería, p. 65-66.84.163-169.

[10] JOHANN GOTTLIEB FICHTE, Filosofía de la masonería. Cartas a Constant, p. 73.

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[11] Fray E. DE GUADALUPE, La masonería según sus propios documentos, p. 40.

[12] En 1973 se publicó el libro La política de los francmasones de un hermano del ex-presidente François Mitterrand, grado 33 del Gran Oriente. En el libro, que pronto retiraron de de las librerías, se subraya que la identificación masónica específica en el siglo XX es la Internacional Socialista. Nota 55 en JOSÉ MARÍA BROCOS FERNÁNDEZ en artículo Ilustración, Liberalismo y Masonería en Arbil 92

[13] Miguel Morayta Sagrario (1834-1917):Ideólogo espiritualista español, republicano federal Iberista, anticlerical infatigable y adalid de masones, (fue iniciado en la Logia Mantuana de Madrid con el nombre  simbólico «Pizarro»). cómplice del secesionismo filipino, periodista y catedrático de Historia en la Universidad Central. Al licenciarse y doctorarse en la Facultad de Filosofía (sección de Literatura) de la Universidad Central, en 1856, fue inmediatamente nombrado profesor auxiliar de Metafísica (al año siguiente, en 1857, se licenció también en Jurisprudencia). En mayo de 1870, representando al periódico La República ibérica, fue uno de los firmantes de una Declaración por la que la prensa republicana establecía cuatro bases doctrinales federales aplicadas a España, declaración que suscribían Bernardo García, por La Discusión; Pablo Nogués, por El Pueblo; Luis Rivera, por Gil Blas; Andrés Mellado, por La Igualdad; Miguel Morayta, por La República Ibérica, y Miguel Jorro, por El Sufragio universal.

Activo masón, como Gran Maestre del Gran Oriente de España logró absorber algunos grupúsculos de las fragmentadas y despistadas organizaciones masónicas y, sobre todo, la fusión de esta «obediencia» con el Gran Oriente Nacional de España (del Vizconde de Ros) dando lugar, el 21 de mayo de 1889, al Grande Oriente Español, donde el M.·. Il.·. H.·. Miguel Morayta y Sagrario fue el primero en ocupar cargo de nombre tan sonoro como el de «Gran Maestro y Soberano Gran Comendador» (de 1889 a 1901, y más adelante desde 1906 hasta su fallecimiento en 1917.

Morayta tomó  muy pronto partido por los anticlericales secesionistas filipinos: ya en agosto de 1890 se entrevistó en Madrid con José Rizal y con Marcelo Hilario del Pilar, para impulsar la fundación de logias masónicas exclusivamente para filipinos, aceptando presidir la Asociación Hispano-Filipina y asumir la propiedad del periódico La Solidaridad. Ese mismo año se funda en Madrid la logia La Solidaridad, para españoles procedentes de las islas Filipinas, y a finales de 1890 encarga Morayta al estudiante filipino Antonio Luna Novicio que redacte el proyecto de una organización masónica para Filipinas que siguiera el modelo peninsular: ya en 1891 se funda en Manila la logia Nilad.

[14] LEÓN DE PONCINS, Las fuerzas secretas de la revolución, p. 21

[15] Cardenal JOSÉ MARÍA CARO. El misterio de la masonería, p. 175. La diversidad de tendencias sociales y políticas entre los masones es afianzada por Roger Lebeder, Gran Maestre de la Logia Simbólica Española, al afirmar que pertenecen a ella “centristas, populares y socialistas (…) comunistas (…) [y] hombres con clara ideología de izquierda”. La Voz de Galicia, 28-I-1990. A  pesar del tiempo transcurrido la situación no ha variado. Siguen infiltrándose en todos los ambientes.

[16] Mons. DUPANLOUP, Estudio sobre la francmasonería, p. 74-75

[17] El gnosticismo es un complejo sistema sincretista de creencias provenientes de Grecia, Persia, Egipto, Siria, Asia Menor, etc. Es de notar la influencia platónica. Por su complejidad, la cantidad de sectas gnósticas y la diversidad de sus creencias, es muy difícil de entender o de sintetizar .Se les llama «gnósticos» por la «gnosis» (conocimiento), ya que afirmaban tener conocimientos secretos obtenidos de los apóstoles y no revelados sino a su grupo elite, los iluminados capaces de entender esas cosas. Enseñaban conocimientos secretos de lo divino mientras que la doctrina del cristianismo ortodoxo era asequible a todos. Su antigüedad y la pretensión de representar una corriente alternativa al cristianismo ortodoxo ha servido de base a los intereses de novelas como “El Código da Vinci» que buscan eliminar las doctrinas cristianas. Esta novela, aunque cita fuentes gnósticas, suplanta la fe cristiana con creencias paganas que son muy diferentes a las gnósticas. De la misma manera, algunas feministas pretenden justificarse usando fuentes gnósticas, cuando en realidad el gnosticismo concibe a la mujer como un ser inferior al hombre.

[18] A.TEJERINA: Serenísima Gran Maestre de la Gran Logia Simbólica Española:”Palabras de salutación en la IIIª  Conferencia de Nápoles, Oriente de Nápoles, 10 de noviembre de 2001.

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[19] Fray E. DE GUADALUPE, op.cit., p. 77. En España “la masonería anidó con preferencia en las filas del partido liberal. Esto explica la simpatía con que favorecieron la República y el entusiasmo con que le sirvieron”.

[20] Ibid. p. 91-98; J. BOOR, Masonería, p. 1-6.

[21] Hay una oposición entre la fe y la doctrina católica con las enseñanzas de la Masonería. Ambas llevan implícito una cosmovisión del hombre y de la sociedad antagónica, no conciliables, así como el afán expansivo y totalizador de la vida social. La confrontación es inevitable. Es por ello que para minar la influencia social de la Iglesia, y asentar las ideas liberales revolucionarias, algunos gobiernos le hayan favorecido todo tipo de prebendas y facilitado condiciones especiales para su asentamiento. Así en Rusia Pedro el Grande “que ingresó en una logia de francmasones durante su estancia en Londres (…) introdujo la francmasonería en Rusia, [y] ello estaría en consonancia con su política de desafiar y debilitar a la Iglesia ortodoxa rusa”. JASPER RIDLEY, Los masones. La sociedad secreta más poderosa de la tierra, p. 200.

[22] Fray E. DE GUADALUPE, La masonería según sus propios documentos, p. 28-29.30.  Estudio de la plancha 13.183, de fecha 18 de marzo de 1912

[23] Fray E. DE GUADALUPE, La masonería según sus propios documentos, p. 15.

[24] VÍCTOR GUERRA GARCÍA: La Iglesia Masónica 27 enero 2008. Recoge lo expuesto en el tradicionalista diario La Cruz de la Victoria publicado el 11 de diciembre de 1886 titulado igualmente La Iglesia Masónica.

[25] La Parra López, Emilio (1998). «Los inicios del anticlericalismo español contemporáneo (1750-1833)». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina. El anticlericalismo español contemporáneo. Madrid: Biblioteca Nueva p 58

[26] Ibidem p 61

[27] Pérez Garzón, Juan Sisinio (1997). «Curas y liberales en la revolución burguesa». pp. 77-78 y en Rafael Cruz. El anticlericalismo. Madrid: Marcial Pons (Rev. Ayer, nº 27).

[28] La Revista Española (19-VII-1834) sitúa la acción cerca de Puerta Cerrada.

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[29] REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel: La exclaustración (1833-1840), Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1976 p. 214ss.

[30] El relato de estos hechos proviene de un documento firmado por Fray Francisco García, sacerdote franciscano, titulado: 17 de julio  de 1834. En el convento de San Francisco el Grande. Por un testigo ocular. Sin comentarios. Citado en M. REVUELTA GONZÁLEZ, El anticlericalismo español en sus documentos P.34-35 Citado por ALONSO GARCÍA, Gregorio en LA CIUDADANÍA CATÓLICA Y SUS ENEMIGOS. Cuestión religiosa, cambio político y modernidad en España (1793-1874) p 165-186

[31] Cf. Manuel REVUELTA La Exclaustración, p. 234

[32] ÁLVAREZ JUNCO, JOSÉ: “El anticlericalismo en el movimiento obrero”. 1985,  pp. 287-291.

[33] ANSELMO DE LORENZO ASPERILLA,(Toledo, 1841- Barcelona 1914). grado 18 de la masonería, fue uno de los fundadores de la sección española de la Primera Internacional. Nombrado albacea testamentario de Ferrer Guardia, fundó en España una entidad sindical susceptible de ser controlada por el anarquismo, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo).

[34] El Motín fue una publicación de finales del siglo XIX y principios del XX, bien periódico o revista semanal que también imprimía en color, dirigida por el masón Nakens. Desde su fundación el 10 de abril de 1881 hasta el 6 de noviembre de 1926. Destacaron en él los dibujos y caricaturas de Demócrito (el pseudónimo de Eduardo Sojo). Semanario satírico, republicano y anticlerical, El Motín se creó a las pocas semanas de la llegada al gobierno de los liberales. Entre sus objetivos se encontraban: la crítica a los conservadores, funcionarios, las ridiculeces de la clase media, la defensa de la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

[35] Moliner Prada, Antonio (1998). «Anticlericalismo y revolución liberal». En La Parra López, Emilio y Suárez Cortina, Manuel. El anticlericalismo español contemporáneo. Madrid: Biblioteca Nueva p 77

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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