Como titular, como comentario, como slogan, aparece con frecuencia la frase: “ha triunfado la democracia”. ¿Qué significa?
Para algunos, significa que la democracia funciona, que permite conocer lo que la gente piensa y desea, que da la posibilidad al “pueblo” de escoger a los candidatos destinados a gobernar un país.
Para otros, que la gente sigue interesada en votar y ello explicaría que haya altas tasas de participación: la democracia no funcionaría si hubiera menos votantes.
Para otros, que los electores escogieron opciones “buenas”, y dejaron de lado propuestas y candidatos que dañarían al país.
Sea cual sea el significado que se dé a esa expresión, hablar de victorias y triunfos de la democracia implica reconocer que también habría derrotas y fracasos de las mismas.
Hablar de derrotas, sin embargo, puede llevar a no pocas paradojas. Si hay poca participación, ¿no es un riesgo que la democracia asume y, por lo tanto, no “fracasa” si los votantes son pocos?
En cuanto a conocer lo que piensa la gente, ¿de verdad es algo que se consigue con la democracia, al menos como está organizada en lugares donde varios partidos políticos monopolizan la propaganda y dejan poco espacio a ideas y programas nuevos?
Por lo que se refiere al triunfo de listas y de propuestas “buenas”, ¿hay derrotas si se votan programas “malos”? ¿Quién determina lo bueno y lo malo? ¿No se basa la democracia en el presupuesto de que lo único que importa es que la gente vote, sin preocuparnos por aquello que vote?
Estas y otras preguntas que pueden formularse muestran lo complicado que resulta hablar de triunfos o de derrotas de las democracias. Porque la vida de un pueblo no se mide sólo por las papeletas, sino por la calidad ética de las personas que votan y por la competencia y honestidad de los gobernantes y de los parlamentarios.
En realidad, un sistema político (democrático o de otro tipo) triunfa verdaderamente solo si promueve la justicia social, la paz entre la gente, la solidaridad, la honradez. Y fracasa, con o sin urnas, si promueve lo contrario.
La expresión “ha triunfado la democracia” está herida por ambigüedades que no permiten valorarla adecuadamente. Solo a la luz de principios superiores, que nunca quedan garantizadas automáticamente por las democracias (ni por otros sistemas de gobierno) es posible hablar de auténticas victorias o de terribles derrotas después de conocer los resultados de unas elecciones.