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Opinión

Misericordia, terrorismo islamista, refugiados … y optar por los pobres.

Acerca de las terribles consecuencias de la bondad extrema.


            “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya y Lucientes.

En mis tiempos de catecúmeno (cuando asistía a la catequesis y me preparaba para recibir la primera comunión) los catequistas de entonces nos hacían aprender entre otras cosas, la lista de “las obras de misericordia”:

1ª Visitar y cuidar a los enfermos.

2ª Dar de comer al hambriento.

3ª Dar de beber al sediento.

4ª Dar posada al peregrino.

5ª Vestir al desnudo.

6ª Redimir al cautivo.

7ª Enterrar a los muertos.

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8ª  Enseñar al que no sabe.

9ª Dar buen consejo al que lo necesita.

10ª Corregir al que yerra.

11ª Perdonar las injurias.

12ª Consolar al triste.

13ª Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

14ª Rogar a Dios por los vivos y difuntos.

 

De estas obras de misericordia que podemos denominar “individuales” permítaseme que haga derivar otras, llamémoslas “colectivas”, que son las que suelen inspirar las acciones de las llamadas “ongs”, a saber:

 

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1ª Promocionar a los pueblos subdesarrollados.

2ª Defender los derechos de los marginados.

3ª Combatir las injusticias y la opresión.

4ª Defender el desarme y la no-violencia.

5ª Liberar de la tiranía del consumo.

6ª Trabajar por la unión de los pueblos.

7ª Construir una civilización del amor.

 

El Papa Francisco ha proclamado que el presente año, 2016 sea el  Año Santo de la Misericordia: Todo un año, para demostrar al mundo y a los propios católicos que la esencia del Evangelio es la misericordia. Y que, si la Iglesia no cumple con ese mandato de su fundador, está traicionando la esencia de su mensaje.

Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades, y –como consecuencia de ese compasión (sentir con) – ayudarlo, auxiliarlo.

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La preocupación –y ocupación- por los pobres es una de las ideas-fuerza que está en el corazón del cristianismo.

El Papa Juan Pablo II decía que la pobreza es uno de los mayores desafíos morales de nuestro tiempo, e incluso llegó a afirmar que no tener en cuenta las difíciles circunstancias que padecen los pobres tiene consecuencias para “nuestras almas eternas”…

La caridad –que modernamente se denomina solidaridad- deriva de la palabra caritas en latín, o ágape en griego. Caridad es sinónimo amor desde el punto de vista cristiano. Amar es procurar el bien del otro.

La doctrina social de la Iglesia Católica sobre la inmigración contiene muchas exhortaciones a ser misericordiosos. En efecto, el mandamiento de amar a nuestro prójimo debe entenderse como que estamos obligados a ir más allá de las estrictas exigencias de la justicia, aunque no de manera que se viole la justicia. Al mismo tiempo, la Iglesia articula un marco para el pensamiento —en lugar de la simple exageración emocional— sobre el tema de la inmigración de una manera consistente con las preocupaciones católicas acerca de la libertad, la justicia, la prosperidad humana y el bien común. Y parte de esto implica afirmar que es un derecho —aunque no un derecho ilimitado— el emigrar.

Es por todo ello que el Papa Juan Pablo también nos dejó varias reflexiones-motivos respecto del derecho a la emigración. Primero para salvar nuestras vidas y las de nuestras familias de amenazas como la persecución, el hambre y la guerra. Otro la responsabilidad, la obligación de las personas de mantenerse a sí mismos y sus familias.

En su encíclica Laborem exercens (1982), Juan Pablo nos indicaba que son muchas, lamentablemente, las ocasiones en las que las personas se ven obligadas a salir de sus países de origen en busca de mejores oportunidades.

 

También Juan Pablo llamó la atención en otra encíclica, Sollicitudo Rei Socialis, sobre las restricciones indebidas que impiden a las personas ejercer su derecho de iniciativa económica, e hizo hincapié en que éstas son razones de peso, legítimas, para buscar lugares donde haya mayor libertad para actualizar ese derecho.

 

Hay, sin embargo, una segunda dimensión a la enseñanza católica sobre la emigración, sobre el derecho a emigrar. Me refiero a los retos que la inmigración impone al país anfitrión. Continuando con el Papa Juan Pablo, éste señalo por ejemplo, que “la práctica de la inmigración indiscriminada puede hacer daño y ser perjudicial para el bien común de la comunidad que recibe a los emigrantes”.

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Todas estas cuestiones han sido reiteradas en múltiples ocasiones por parte del sucesor de Juan Pablo. En 2006, el Papa Benedicto XVI señaló que los católicos deben acoger los emigrantes pero, también deben permitir que “las autoridades responsables de la vida pública establezcan al respecto las leyes que consideren oportunas para una sana convivencia.

Puede leer:  COLOMBIA: Contra el pesimismo y la abulia, fe y voluntad

Seis años más tarde, el Papa Benedicto fue más explícito: “Cada Estado tiene el derecho a regular la migración y promulgar políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, si bien siempre en la salvaguarda de respeto a la dignidad de cada persona humana”.

Todo lo que aquí vengo indicando, todas estas reflexiones nos dicen varias cosas:  

En primer lugar, que si existe el derecho a emigrar, este derecho no es absoluto. El derecho a la vida y el derecho a emigrar no están en el mismo nivel. El primero es el fundamento del segundo, y no a la inversa. En segundo lugar, el gobierno de cada nación tiene la obligación, la responsabilidad de decidir qué política de inmigración se ha de seguir, sin perder de vista que ha de servir al bien común de la nación.

Aunque algunos puedan pensar que con lo que sigue cambio de asunto, muy al contrario, es necesario recordar que no está nada mal, que los cristianos se conmuevan, se sientan concernidos, se ocupen y preocupen por los oprimidos. Todo ello no sólo no es incompatible, sino que debería estar implícito en la conciencia y en el actuar de cualquier persona que dice de sí misma que es “cristiana”. Pero, de forma inevitable surge una pregunta: ¿cuál es el sistema que oprime, que crea miseria, que sojuzga a sus ciudadanos, etc?

No podemos olvidar que hoy predomina especialmente una clase de “sistema”, un sistema que condena inevitablemente a la miseria, y explota también, no en un sentido marxista del término, pero sí en otros sentidos que están considerados generalmente tolerables, aceptables, o quizá considerados “males menores”, daños casi inevitables: los privilegios, prebendas y subsidios del sistema intervencionista producen una casta de dirigentes sindicales, empresarios, funcionarios estatales y políticos que viven del presupuesto del Estado que se alimenta permanentemente de impuestos y cuasi-confiscaciones al sector privado, a la libre iniciativa, y para más inri, por la noble causa de los pobres que dicen defender y pretender “liberar”…

Y… ¿Por qué digo esto? Pues muy sencillo estamos en plena vorágine, en un círculo no precisamente virtuoso, debido a la desbandada –lógica- que se ha producido por las diversas guerras de Oriente Medio,  y que no tiene visos de parar, hasta convertirse en una riada, una especie de “marabunta”… No hay día que no nos toquen el corazoncito en los diversos informativos, sean de radio, de periódicos diarios, de televisión, respecto del terrible drama de los denominados “refugiados”, que “casualmente” avanzan hacia el occidente cristiano, y no como cabría considerar “natural” hacia países vecinos y no tan vecinos cultural y religiosamente afines…

No hay día que no nos salga alguien diciendo que Europa es insolidaria, xenófoba y lindezas por el estilo, por no permitir los diversos gobiernos, y tampoco la Unión Europea, que quienes provienen de oriente entren sin ninguna clase de control… Parece que quienes dicen tales cosas no han pensado que todo cuesta dinero, y que el dinero no cae del cielo a la manera del maná bíblico.

Tampoco parece que hayan caído en la cuenta de que acoger a cientos de miles de personas, millones, implica disponer de equipamientos e instalaciones de manera que se les dé alojamiento, comida, vestido, atención sanitaria, escolarización, empleo…

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Mucho de todo ello ya lo están realizando asociaciones e instituciones de la Iglesia, tales como “Cáritas”, pero ¿Y cómo se hace con el resto? ¿Acaso, quienes proponen que se les deje entrar en Europa sin control de ninguna clase, están dispuestos a sufragar todos los gastos que esto ocasione? Y ¿Qué me dicen de la gente que viene a Europa con malas intenciones…? ¿Qué hacer con quienes ya están en Europa, odian todo lo que suene/huela a civilización judeocristiana, nos perciben como gente degradada, corrupta, y enemigos merecedores de ser destruidos…y llevados por su fanatismo ponen bombas y ametrallan a la gente tal como ha sucedido recientemente en Bruselas y no hace tanto tiempo en París?

Tampoco podemos olvidar que para colmo de los colmos en Europa tenemos a quienes los disculpan y los aplauden casi de forma entusiasta (por aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”) y nos dicen que lo tenemos merecido por haber sembrado odio y haber ocasionado guerras, hambrunas, y etc. desde siglos en sus lugares de origen. Hablo de gente que propaga, divulga la idea estúpida de que quienes pertenecemos a la civilización, a la cultura judeocristiana debemos sentir vergüenza, mala conciencia, por disfrutar de las libertades que disfrutamos, por el bienestar del que gozamos y que los occidentales (a los que los musulmanes llaman en general “cristianos”) somos los únicos responsables de todos los males de este mundo, pretéritos, presentes y futuros…

Y ya para terminar: ¿No será que ya ha llegado la hora de plantearse que la única forma de acabar con la llamada “crisis de los refugiados” es intervenir allí donde existe el cáncer que ha puesto en marcha la desbandada de la que vengo hablando, tomar medidas drásticas y dar posibilidad a que los que huyen puedan regresar a sus hogares…?

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