Bien conocidos son los pocos obispos españoles que alzan la voz abiertamente para denunciar las leyes anticristianas del actual sistema. La deconstrucción del confesionalismo católico del régimen franquista por parte de las fuerzas del sistema (convenientemente dirigidas desde potencias extranjeras, hoy en día nuestras grandes amigas) comenzó bien pronto- tan pronto como con el asesinato del almirante Carrero Blanco-, y en 1981 se legalizó el divorcio. Desde entonces ya sabemos todos lo que ha venido: legalización del infanticidio intrauterino y luego su elevación a “derecho”, legalización de la drogadicción, la pornografía, la explotación laboral, la desnaturalización del matrimonio, el uso de seres humanos como material genético para experimentar y emplear comercialmente, la eutanasia de los ancianos y enfermos.
Y consiguientemente, la implantación progresiva de los contravalores liberales: la exaltación de la autonomía radical de la conciencia (que naturalmente, conduce al ateísmo público en el que estamos instalados), la idolatría de la democracia y el sufragismo, la anomía moral, el ataque continuo a la unidad familiar, el estado hipertrofiado, elevado a mesías bajo el subterfugio de “estado del bienestar”, la anulación de municipios y otros cuerpos sociales, la irreverencia tolerada. Ante todo esto nuestros obispos callaron, o emitieron tibias condenas, cuya irrelevancia se alegraron de comprobar, para evitar problemas. De hecho, con frecuencia son los mismos obispos quienes exaltan la constitución y la democracia liberal, raíz de todos los males políticos de España, justificando la frase de nuestro admirable paisano Antonio Aparisi y Guijarro, acerca de poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
En los últimos lustros, la llamada “ideología de género”, que no es sino la presentación en sociedad del liberacionismo sexual del nihilismo, ha sido el ariete principal para golpear los valores de la sociedad ex-católica española, tras la caducidad sucesiva del sindicalismo, el ciencismo y el seudoespiritualismo zen. Todo ello apoyado e impulsado desde el poder. La profusión de mensajes feministas radicales (auténticos propagadores de la guerra de sexos y el odio a la familia natural) y aberrosexualistas, con la propagación de la pornografía y la perversión sexual en los medios de comunicación y hasta los colegios, ha hecho despertar y reaccionar al fin a padres e instituciones católicas, aletargados por el narcótico de la propaganda y la ignominiosa desidia de quienes debían mantenerlos alerta, y los entregaban a la democracia cristiana, que tiene tanto de liberal como poco de cristiana. Por cierto que, en mi opinión, logrados sus objetivos, los grupos sexual-liberacionistas irán perdiendo importancia, para ser sustituidos por la siguiente etapa del Nuevo Orden Mundial: la degradación de la mera condición humana, que el animalismo político ya está subiendo como la espuma, convenientemente potenciado. Millones de personas en occidente son contaminadas en diversos grados por estas doctrinas y sus antecesoras desde hace muchas décadas.
Algunos prelados han comenzado, al fin, a despertar del letargo. Al menos la parte sana, la no contaminada de progresismo suicida o nacionalismo en busca de su lugar bajo el sol de los gobiernos autonómicos. Y algunas voces se han alzado. Las primeras, las de los ejemplares, las de los auténticos pastores. Los de siempre: Reig Plá, obispo de Alcalá y Munilla, obispo de Guipúzcoa. Otros, como el de Córdoba, o el de Getafe, han mostrado también tímidamente su rechazo a lo que está ocurriendo, en defensa de la enseñanza de la Iglesia sobre estos temas. No obstante, las últimas semanas el protagonista está siendo el arzobispo de Valencia don Antonio cardenal Cañizares, que ha levantado la voz valientemente en defensa de la ley natural y la familia, advirtiendo con palabras duras y claras del peligro de los grupos de presión del liberacionismo sexual.
Naturalmente, ha sido objeto de todo tipo de ataques, no solo de los habituales voceros del sistema, sino incluso de mandatarios oficiales del mismo, llegando al esperpento de proponer una recusación pública del parlamento de opereta de la calle Navellos, que representa a los valencianos tanto como Mortadelo a los agentes secretos. La Conferencia episcopal publicó una nota apoyando al arzobispo, pero ninguno de sus rectores quiso salir públicamente a hablar sobre el tema. En la ofensiva para desprestigiarle y destruirle, un cartel irreverente y sacrílego ha sido motivo para que los valencianos (entre ellos muy destacadamente los carlistas), obtuvieran de su arzobispo la convocatoria de un acto de desagravio a la Virgen de los Desamparados, celebrado el día 16 de junio con gran éxito. Fue un doble desagravio, a la Mare de Déu ofendida por idiotas confundidos, y al arzobispo, atacado con saña por malvados bien conscientes. Miles de personas aclamaron en la calle a su pastor y rezaron el Santo Rosario multitudinariamente en pleno centro de la ciudad, llamando mucho la atención.
En la homilía de la misa, don Antonio habló claro y muy bien, denunciando nuevamente los ataques inicuos y destructores a la familia de la llamada “ideología de género”, animando a la objeción de conciencia a las leyes que dicte, sin odio pero con firmeza. Y dijo palabras proféticas: “tengo que deciros la verdad, aunque a algunos le moleste, aunque me crucifiquen”. Hacía mucho que los fieles no oíamos a un obispo hablar como obispo. Ya se sabe que el problema de la Iglesia en Inglaterra fue que los obispos ya no querían ser mártires. Don Antonio trajo un soplo de aire fresco: alguien dispuesto a morir por lo que cree, a morir por Cristo y sus enseñanzas. Y fue aclamado con una docena de aplausos. Tal vez los católicos sí sepan a quién seguir, pero no tienen a quién seguir.
Don Antonio estuvo acompañado en la celebración de la eucaristía por ocho obispos. En España hay otros 67 obispos en activo, sin contar los 38 eméritos. ¿Dónde estaban ayer sus cuerpos? ¿Dónde sus palabras? ¿Dónde, en fin, sus almas?
Recemos por todos ellos. Recemos por don Antonio, al que nos van a machacar como puedan. Los pastores que defienden su rebaño de los lobos, bien merecen nuestro sacrificio. Los que andan buscando entendimientos y pactos con los depredadores, ya han elegido su camino.
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