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Historia

Manuel García Morente (II).- Depurado y perseguido

Manuel García Morente

 

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos(Mt 5,3-12) 


Algunos se preguntan cómo un hombre, pendiente de sus hijas, padre y madre al tiempo, puesto que al enviudar en 1923 quedó con dos menores, (la mayor de nueve años), y dedicado en cuerpo y alma a desarrollar bien su trabajo como catedrático y decano, fue, de la noche a la mañana, destituido sin explicación alguna y, enseguida, perseguido a muerte.

La explicación a la persecución sufrida por Morente fue debida, como en otros muchos casos, a ser considerado políticamente incorrecto. Su Teoría de los valores, su concepción de la Filosofía de la Historia y su idea de Nación considerada una reacción contra la modernidad europea, tanto en su vertiente liberal, la Ilustración, el racionalismo, el parlamentarismo, y aún el progreso, etc., fueron la causa. Además para Morente, la Constitución republicana era heredera de la tradición liberal inglesa y de la revolución francesa, de la modernidad y de la Ilustración, lastrada, en última instancia, por el socialismo. Consideraba, por tanto, que las fuentes del derecho republicano eran extranjeras y respondían al modelo unificador y universal de la Ilustración, al parlamentarismo liberal, y a la intervención del Estado en la sociedad. Por eso estimaba necesario devolver a España, entre otras cosas, a la tradición jurídica nacional, basada en la costumbre que proviene de la Escuela Histórica del Derecho. En definitiva, Morente estimaba que la República había impuesto en España un ordenamiento contrario al arquetipo antropológico español, a su tradición jurídica y a la historia nacional. No iba descaminado, pero esta postura después de sus Ensayos sobre el progreso, pareció excesiva a los poderes públicos. Es sabido que esa Constitución de 1931 estaba impulsada, redactada y aprobada por los masones que, en aquel momento dominaban el Parlamento y, naturalmente, éstos no se lo perdonaron, a pesar de que Morente no cejó en el esfuerzo por europeizar España a través de la Institución Libre de Enseñanza y las cátedras universitarias.

Así lo reconoce Florentino Pérez Embid quien achaca la culpa de la falta de Modernidad de España al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el comunista (y al parecer, masón[1]), Jesús Hernández[2] quien como declaró inmediatamente a su nombramiento, su prioridad en el programa de gobierno era la depuración del profesorado e incluso del alumnado: “Es preciso depurar el personal docente, desde los organismos superiores de cultura hasta la escuela primaria. Es necesaria la eliminación de todos los profesores y maestros que convierten su función de cultura en instrumento de hostilidad contra la República (….) para lo cual no dudó en aplicar la doctrina, soez, basta y desagradable, pero desafortunadamente muy

real, que algunos atribuyen al conde de Romanones[3], y  que por desgracia aún hoy día siguen aplicando.

Julián Marías recuerda la actuación de Hernández en sus memorias: “En Madrid empezaron las “depuraciones” (…) Besteiro fue nombrado Decano de Filosofía y LetrasMorente había sido sustituido por el comité depurador, lo que me pareció simplemente vergonzoso−; aceptó con una condición: que no hubiese ninguna depuración; el ministro (Hernández) aceptó pero no cumplió y Besteiro se retiró del Decanato. Gaos fue nombrado Rector de la Universidad: se que le dolió la destitución de su querido maestro Morente, pero no pudo o no quiso defenderlo, acaso por disciplina de partido”. O por miedo a las consecuencias, añado yo, pues ya se sabe los asesinatos de gente inocente enterrados en tantas fosas comunes a lo largo de la España republicana por el simple hecho de no ser sus afines. Raimundo Fernández-Cuesta en su libro Testimonio, recuerdos y reflexiones, menciona las 800 víctimas solo en el cementerio de Aravaca. Muñoz Seca, Ramiro de Maeztu, Ramiro Ledesma Ramos, Víctor Pradera y su hijo Javier (éste sin significación política, asesinado, como en tantos otros casos, por apellido, por parentesco familiar) y tantas más víctimas… y hubo también muchos que fueron perseguidos hasta el punto de tener que salir huyendo, incluso intelectuales, bastante afines a la ideología republicana, firmantes del “Manifiesto Al Servicio de la República”, como Ramón Pérez de Ayala (uno de los fundadores de la agrupación) quien tuvo que escapar, junto a su familia, protegido por la embajada británica); Baroja, Azorín, Teófilo Hernando, Sebastián Miranda, Ortega y Gasset, Zuazo….

Terrible, dramática y decepcionante situación para algunos personajes, que ya entonces tenían gran reconocimiento intelectual, como Marañón por ejemplo, quien lo expresaba en carta remitida a José Pijoan, el 20 de marzo de 1937 desde Santiago de Chile, en la que decía:

Estoy donde siempre. Pero esta posición no justifica que esté al lado de aquella caterva de asesinos. Yo he estado cinco meses en Madrid en contacto con ellos y le aseguro que toda intransigencia y la pequeñez de espíritu de todos los obispos y de todos los izquierdistas del mundo es poca cosa comparada con la suya. Cuando durante cinco meses he tenido que firmar, pistola al pecho, lo que querían cuatro acólitos de don Fernanditísimo (de los Rios); cuando he tenido que decir por la radio lo que querían a las doce de la noche entre fusiles, comprenderá usted que todo lo de los otros me parece una broma. Me acuerdo de aquel Primo de Rivera, dictador, que me encarceló, como de santa Teresita (….)[4]

En este clima político se produjo la destitución de Morente del decanato y de la cátedra. Una figura valiosísima de la filosofía española, se quedó en la calle, pero con ser grave no fue lo peor. En el momento de la toma de posesión de Besteiro, su sustituto, recibe una llamada de su casa comunicándole el fallecimiento de su yerno, don Ernesto Bonelli Rubio, ingeniero geógrafo, que prestaba sus servicios en la Estación sismológica de Buenavista, a 4 kilómetros de Toledo. “En seguida comprendí que había sido asesinado. Mi yerno, el señor Bonelli, fue arrebatado a sus trabajos y a su familia, conducido violentamente a Toledo, y antes de llegar a esa ciudad, asesinado en el campo, junto a las tapias del Cristo de la Vega, dejando viuda a mi hija de veintidós años (María Josefa García Morente y García del Cid), con dos niños huérfanos de dieciséis y dos meses respectivamente (el 13 de junio de 1936 había nacido Emilio José Bonelli García Morente)” ¿Qué había hecho este joven de veintinueve años para merecer el asesinato el 28 de agosto de 1936? Ser miembro de una familia de militares e hijo de un destacado africanista[5] y autor del mayor delito, como a los ojos republicanos suponía pertenecer a la Adoración Nocturna. El dolor que sintió García Morente le provocó un desvanecimiento. La máxima impresión se agudiza ahora por la insegura suerte de su hija, que sólo cuenta veintidós años de edad, y de sus dos hijitos. Que en la absurda vindicación de imaginarias ofensas, las turbas integran en la «sanción» a los familiares de los «fascistas», cualesquiera que sea su sexo y edad.

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Repuesto de la lacerante impresión, acude a Besteiro, y éste, aunque no bienquisto de los de la acción directa, logra que un auto oficial, escoltado por dos guardias, vaya a la ciudad imperial a recoger a la viuda y a los hijos de Bonelli. «Dos días después, a las once de la noche –relata Morente–, llegaban éstos a Madrid. Nosotros, en casa, esperábamos desde las ocho su llegada. Fueron tres horas de angustias mortales. Por mi imaginación desfilaban ya toda suerte de cuadros trágicos: veía a mi hija también asesinada, a mis nietos arrebatados por manos hostiles o indiferentes, conducidos a Dios sabe qué campamentos o asilos infantiles, perdidos en vida para siempre. La angustia de la espera me oprimía y nos agarrotaba a todos en casa.»

Sentado, segundo por la izquierda, García Morente –entre Menéndez Pidal y Sánchez-Albornoz– el día de su elección como decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central en enero de 1932. Detrás, de pie, José Ortega y Gasset.

Desposeído de su actividad profesional (cátedra de Ética obtenida por oposición cuando tenía 25 años de edad) y del decanato de Filosofía y Letras (elegido en 1931 por unanimidad del claustro), tenía que atender a las necesidades suyas y de otras siete personas (dos hijas, una cuñada, una tía, los dos nietecillos y “la antigua criada que tenemos desde hace 26 años”).  “Mi sensibilidad, que de suyo es sutil y excitable, se exacerbaba por momentos (…), En mi casa reinaba el silencio trágico de la angustia y el terror. Yo no salía en absoluto a la calle. (…). Nadie de casa salía… Un día los milicianos vinieron a llevarse al hijo mayor de nuestro vecino de piso. El pobre muchacho fue a la cárcel, y más tarde lo asesinaron en Paracuellos…” Otro día quemamos en la caldera de la calefacción la documentación y correspondencia que guardaba del año en que desempeñé la Subsecretaría de Instrucción Pública en el gobierno del general Berenguer. Al día siguiente –fue providencial- registraron la casa”.”Mi casa fue registrada varias veces. Yo vi cómo mis pobres hijas y cuñada escondían o destruían todos sus libros y objetos de devoción”.

Una vuelta de tuerca más al desasosiego en que vivía. Decretan su muerte. ¿Por qué? Le han quitado violenta e injustamente la vida a su yerno, a él, agnóstico confeso, la cátedra y el decanato. Un mes más tarde recibe la gran lanzada. Pretenden arrebatarle la vida. “El 26 de septiembre, recibí por la mañana temprano el aviso confidencialísimo (de Julián Besteiro) de que urgía me ausentara de mi casa y si posible de España, pues se había acordado (…) darme muerte”. “Dos o tres días después recibí aviso confidencial de que los de la F.E.T.E. (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza, en la cual predominaban los maestros marxistas) se proponían detenerme en mi casa y asesinarme”

Una Comisión del Ministerio de Instrucción Pública (ministro: el comunista Jesús Hernández Tomás) había elaborado una lista de profesores a “depurar (tal era la palabra usada)”. La encabezaba Manuel García Morente. ¿Motivos de su “purga”? Morente los desconoce. Años después escribirá: “He cometido en mi vida muchos errores y muchísimos pecados, pero por más que busco e inquiero mi pasado, no encuentro en él ni sombra de intención dañina o malévola para con nadie. No recuerdo haber jamás hecho daño a sabiendas a nadie. Por eso en mi ingenuidad he creído (…) no tener enemigos. ¿Resulta ahora que los tengo? Pues quisiera conocerlos y saber de qué me acusan para averiguar si tienen razón y dársela si en efecto la tienen; o si no la tienen, y, en este caso, perdonarles y buscarles yo mismo las disculpas y explicaciones más favorables de su conducta para conmigo. Pero en ningún caso para indignarme ni afectarme[6]

Aparte de la ideología comunista del entonces ministro de Instrucción Pública, así como del ambiente de anarquismo y muerte, que predominaba en aquellas circunstancias, se ha atribuido el acuerdo sobre el asesinato de Morente, como si esto pudiera justificar un asesinato, a su pasada pertenencia a un gobierno monárquico y a no haber promocionado a maestros marxistas, “insuficientemente preparados”. El mismo Morente manifiesta: “me acusaban de haber, como decano, hostilizado a los maestros y favorecido a los fascistas[7]Por dos veces me negué a proceder contra determinados catedráticos (entre ellos D. Pedro Sainz[8]) y determinados alumnos” [9] Le acusaban incluso de haber mantenido durante su decanato una actitud legal, negándose a conceder privilegio alguno a la asociación estudiantil denominada F.U.E. (Federación Universitaria Española), no aceptando por profesores universitarios a unas personas insuficientemente preparadas”[10]. Y aclara: “también mi crimen era haber sido subsecretario de Instrucción pública en el gobierno del general Berenguer[11]

Puede leer:  ARGENTINA: La revolución de 1943

Algunos que escriben sobre este filósofo dicen que, como consecuencia de estos hechos,  “se exilió a París”, o vivió en París”  como si fuera un turista de vacaciones. No es cierto. Tuvo que huir a uña de caballo como suele decirse, porque temía le pasara lo que a tantos conocidos ilustres. Con un salvoconducto facilitado por un amigo, y sirviéndose de un pasaporte que poseía de su reciente viaje a Poitiers, salió para Barcelona y Francia con setenta y cinco francos por todo capital. Sufrió muchísimo, no solo por las penalidades de la huida y el miedo a ser detenido, como él mismo escribió posteriormente, en su carta al obispo García Lahiguera:

“Llegué a París sin dinero y con el alma transida de angustia y dolor y, además, corroída por preocupaciones de índole moral. ¿Había hecho bien en abandonar mi casa y a mis hijas y ponerme egoístamente a salvo? todavía, a veces, retrospectivamente, sorprendo en algún repliegue de mi alma cierto reproche de cobarde egoísmo cuando pienso en mi conducta de entonces, al salir precipitadamente de Madrid”.

Tiempo después reconocerá que en París:” Dios me protegió lo suficientemente para no dejarme caer en las abyecciones de la total miseria, y, sin embargo, no tanto que borrase de mi alma la humillación, la angustia, la congoja…Su amigo Ezequiel de Selgas le prestó una habitación en su piso “con cama y armario” y “una buenísima señora francesa, (Madame Malovoy), viuda de un antiguo compañero mío de estudios de la Sorbona (muerto gloriosamente por su patria en 1914), me brindó caritativamente la mesa de su hogar. Dormía, pues y comía. No sin humillación, vergüenza y duelo, pero con honrado sentimiento de gratitud a mis bienhechores.”

No cejarán sus padecimientos. Su conciencia le atormenta acusándole a veces de “fugitivo, egoísta, cobarde”  y otras “me absolvía y aun me aplaudía de prudente y precavido (…). Si me hubiera quedado, me habrían asesinado o por lo menos encerrado en prisión y no podría haber auxiliado a mi gente”. Varios católicos más, (recordemos que él en este momento se decía agnóstico) –laicos y clérigos-, salidos de España en aquellas mismas circunstancias y tiempo, tuvieron esa misma experiencia. Fracasan todos sus intentos para que sus hijas y nietecillos se reúnan con él (petición para que mediaran la Cruz Roja internacional, la embajada inglesa, etc) y para encontrar un medio estable de subsistencia que le permitiera salir de la absoluta precariedad en que se encontraba.

Aun en esta situación de penuria realiza gestiones para sacar a sus hijas del vendaval español al tiempo que, aterrado, se plantea la perspectiva de tener que subvenir sin un céntimo a las necesidades de ocho personas en París. A fines de enero de 1937, por medio de un amigo catalán que, como tantos otros también estaba huido, la Editorial Garnier Frères le propuso la confección de un diccionario francés-español y español-francés en sustitución del Salvá, que la casa había editado muchos años antes. Aceptó encantado y pidió que se le pagara  por entregas mensuales, de modo que, a finales de febrero, al cobrar su primer sueldo, corrió a compensar a la buena señora que durante tanto tiempo le había proporcionado comida y cena. Él mismo aclara: “No era gran cosa, pero lo bastante para remediar en algo el cruel sentimiento de humillación en que vivía desde hacía cinco meses”.

Desde Argentina recibe un cablegrama de su antiguo amigo el profesor Albertini, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires ofreciéndole la cátedra de Filosofía en la Universidad de Tucumán. Respuesta pagada. Acepta condicionando la ida a la salida de su familia de España, tarea que estaba resultando de gran  dificultad. Se desespera. Ahora que se le ofrecía un buen trabajo con el que subvenir a las necesidades de los suyos, era imposible conseguir reunirlos con él. La idea de Dios llegó por primera vez a su cabeza. Llegó a pensar (aun reconociéndose ateo) que esta imposibilidad era un castigo de Dios por su egoísmo y cobardía. Con razones filosóficas rechaza la idea. A poco, en casa de don José Ortega y Gasset, se encuentra con otro catedrático, también exiliado, y con su corazón dividido porque de sus dos hijos, uno militaba en el ejército de Franco y el otro lo hacía en bando contrario; éste que era secretario particular de Negrín, casualmente llegaba en avión a París desde Valencia; tal vez él podría hacer algo para solucionar el problema de la familia del filósofo de modo que pudieran reunirse en París.

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 “Yo me quedé pasmado”, dice Morente ante el conjunto de hechos que se sucedían “sin la más mínima intervención de mi parte. Yo permanecía pasivo por completo e ignorante de todo lo que me sucedía. Dijérase que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí, todo lo mío. Todo lo que yo hacía o intentaba por propia iniciativa salía mal (…) en cambio, caíanme como llovidos del cielo precisamente los acontecimientos en que mi personal iniciativa no tenía la menor parte, activa y ordenadora, pero tuve profunda y punzante la sensación de ser una miserable briznilla de paja empujada por un huracán omnipotente.

Y así, la idea de la Providencia apareció, pero de nuevo la rechazó como “necia puerilidad”. Sin embargo, lo cierto  es que se entrevistó con el secretario de Negrín y a raíz de las gestiones realizadas, sus hijas pudieron llegar hasta Valencia. Era el 2 de abril de 1937. A partir de ese momento, comenzó la lenta espera de su familia en París, de modo que a Morente le invadió una especie de depresión total, absoluta de todo su ser, “una dejadez infinita”. Y más aún, el 20 de abril, recibe una carta desde Valencia la cual, veladamente, le daba a entender que existían dificultades para el viaje; el 27 de abril, un telegrama le confirma que éste iba a ser imposible, ya que el gobierno negaba la salida a sus hijas. Las sospechas se hacían ciertas, y así afirma el filósofo: “conservaban a mis familiares como rehenes para mantenerme a mí mudo e inactivo” Una gran desesperación le invade.

He creído necesario contar cuanto antecede, narrar sus vivencias y testimonios, localizándolos en su contexto histórico y descubriendo los muchos rasgos que ese contexto tiene en común con el nuestro, a pesar de la distancia cronológica, histórica y cultural que los separa, para tratar de acercar los pasos, las acciones de que se sirvió la Providencia antes de que García Morente tuviera la maravillosa experiencia que él mismo nos transmitió a través de carta al obispo García Lahiguera y que denominó EL HECHO EXTRAORDINARIO, del cual hablaremos en un próximo artículo.

“El intelectual auténtico no puede servir más que a la verdad. La libertad es su servidumbre (…). Tiene que pensar y decir la Verdad, gústele o no, convéngale o no, satisfágale o no a los suyos”.

Manuel García Morente


[1] Álvarez Rey, Leandro: “Los Diputados por Andalucía de la Segunda República, 1931-1939. Diccionario biográfico II Sevilla. Centro de Estudios Andaluces.  p. 266.  

[2] Jesús Hernández Tomás (Murcia, 1907-Ciudad de Méjico 1971) fue un político español de ideología comunista que llegó a ser Ministro de Educación durante la Guerra Civil Española. Fue uno de los fundadores del Partido comunista de España, del cual acabaría convirtiéndose en uno de sus principales dirigentes. Durante la contienda tuvo una gran influencia y poder tanto en el seno del partido comunista como en el seno del gobierno republicano. Tras el final de la guerra hubo de exiliarse, marchando a la Unión Soviética y posteriormente a México. Fue expulsado del PCE en 1944 tras haber mantenido enfrentamientos con la dirección del partido, y purgado de la historia oficial del PCE después de que Hernández publicara en 1953 un libro crítico con el papel de Stalin y la URSS en la Guerra Civil.

[3] Atribuida, por unos, al Conde de Romanones, por otros a algún falangista. Yo la he visto aplicar en los gobiernos socialistas, pero, en general, es un arma que utiliza el poder .En cualquier caso,  afirma lo siguiente: Al amigo ponle el culo, al enemigo dale por el culo y al indiferente  se le aplique la legislación vigente.   

[4] Eugenio Vegas Latapié: “Los caminos del desengaño. Memorias Políticas (II) 1936-1938 pag 177-178 referido en “Historia de la Iglesia en España, 1931-1939: La Guerra Civil, 1936-1939” de Gonzalo Redondo

[5] Emilio Bonelli Hernando (Zaragoza1854-Madrid 1926) fue un militar africanista español. En 1884 Bonelli, que había efectuado una expedición por el interior de Marruecos, comandó una expedición española para tomar la península de Río de Oro, ocupando la costa entre el cabo Bojador y el cabo Blanco, fundando Villa Cisneros. En julio de 1885 fue nombrado para el cargo de nueva creación de Comisario Regio en la costa occidental de África —que después se redenominaría como Subgobernador político-militar de Río de Oro— consiguiendo establecer la paz con las cabilas de la zona. Fue uno de los miembros fundadores de la Liga Africanista Española, de la que fue vicepresidente. Varios de sus hijos también eligieron la vida castrense. Uno de ellos, Juan María Bonelli Rubio, fue gobernador de Guinea Ecuatorial en la década de 1940.

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[6] A don Javier Lasso de la Vega, Poyo, 27.9.1938; Obras, II/2,520)

[7] Carta a Eijo, Obras, II/2,508

[8] Pedro Sainz Rodríguez, catedrático de la Universidad Central, tenido por masón, fue ministro de Instrucción Pública en el primer gobierno de Franco en Burgos (1938-1939), monárquico acérrimo luego se exilió a Portugal, donde fue Gran Maestro de la Confederación (masónica) Provincial Ibérica (hispano-lusa) (M. Guerra, Masonería, religión y…, 229-230).

[9] A Don Javier Lasso de la Vega en Obras, II/2, 520

[10] Al general Dávila, en Obras, II/2, 502)

[11]Carta Eijo, Obras, 508

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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