Las mentiras han existido siempre. Circulan de boca en boca, de texto en texto. Por eso también en el mundo de Internet giran y giran miles de mentiras y noticias falsas.
Hablar de falsedades y de mentiras implica reconocer que existe lo verdadero. Lo cual, en ambientes donde domina el relativismo y el “pensamiento débil”, supone un interesante estímulo a reflexionar, nuevamente, en el tema de la verdad.
Porque solo podemos declarar que una noticia concreta es falsa si suponemos que existen noticias verdaderas. Y solo podemos plantearnos controles para evitar la falsedad si hay quienes son capaces de distinguir entre lo verdadero y lo falso.
Entre las muchas definiciones de verdad y de falsedad, vale la pena recordar la que proponía Aristóteles: decimos verdad cuando unimos lo que está unido y separamos lo que está separado; y decimos falsedad cuando separamos lo que está unido o unimos lo que está separado.
La definición resulta abstracta, pero se comprende en seguida al analizar lo que es una frase. En ella están juntos un sujeto y un predicado. Veamos un ejemplo: “El cantante X acaba de morir” tiene como sujeto a un cantante, y como predicado el hecho de su muerte.
Si la muerte está unida al cantante, decimos verdad (unimos lo que está unido). Si el cantante está vivo, decimos falsedad al afirmar su muerte (unimos lo que está separado).
Surgen, sin embargo, miles de dificultades a la hora de distinguir entre lo verdadero y lo falso. En hechos puntuales, parecería relativamente algo fácil: bastaría con encontrar un testimonio que declare que el cantante está vivo.
Pero en realidad hay una enorme cantidad de hechos concretos cuya verdad es confusa: ¿quién arrojó realmente la bomba en aquella zona de guerra? ¿Cómo estamos seguros de que este político aceptó o no aceptó un soborno?
Las dificultades aumentan en temas “abstractos” o más complejos, como por ejemplo cuando nos preguntamos si existe vida después de la muerte, si el liberalismo sea mejor que el socialismo, o si sea preferible recurrir a la energía nuclear o a la térmica.
Las discusiones sobre lo que sea adecuado hacer ante las muchas mentiras que se difunden en Internet (sin dejar de lado las que aparecen continuamente en la “prensa tradicional”) no pueden dejar de lado una reflexión seria y profunda sobre lo que sea la verdad y sobre las posibilidades de alcanzarla.
Solo en un segundo momento se puede dar un paso sucesivo: ¿cuál es el comportamiento correcto ante una mentira que alguien lanza en el mundo de Internet?
La respuesta no es nada fácil, porque pretender el control de las mentiras puede llevar a serios conflictos, y porque será fuerte la tentación de los grupos de poder de declarar como mentira censurable lo que sea una verdad incómoda.
El debate sobre las mentiras en Internet está abierto. Hay que afrontarlo con serenidad, para encontrar criterios que ayuden a proteger a las personas ante mentiras dañinas, sin incurrir en censuras que, al final, generen más daños que beneficios.