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Historia

La  exposición del “no pasarán”

Podemitas que ignorando el pasado defienden el genocidio comunista.

Podemitas que ignorando el pasado defienden el genocidio comunista.

El día 4 del pasado mes de abril del presente año 2018, la alcaldesa de Madrid inauguró, en compañía de su homóloga de Barcelona, la exposición “No pasarán, Madrid 16 días de 1936”. Ni que decir tiene que, como suelen hacer, no son  objetivos, solo cuentan aquella parte que no les perjudica, omitiendo la verdad. Por ello, nosotros, haciendo honor a la divisa del blog, vamos a recordar lo que pasó.

Empezaremos por reseñar brevemente los antecedentes a aquellos días. Todas las izquierdas achacan a Franco la responsabilidad de una guerra como si la sublevación del 18 de julio se hubiera producido ante una situación de bucólica paz. Una gran mentira. Se sucedían los enfrentamientos: entre derechas e izquierdas y estas últimas entre ellas mismas, aunque esto suelen silenciarlo. Los pistoleros prietistas revientan los mítines de Carrillo, los muchachos de las Juventudes tratarán de hacer lo mismo con los mítines de Prieto, en contra de la unificación de las Juventudes socialistas con las comunistas. Así ocurrió en Écija el 31 de mayo. Prieto y Negrín son abucheados en un mítin mientras se gritan vivas a Largo Caballero y Carrillo. Como en una película del Oeste americano, ambos grupos desenfundan las pistolas. La escolta de Prieto, “La Motorizada”, esgrime pistolas ametralladoras para lograr sacar de allí a Indalecio y a Prieto. Al día siguiente, el diario “El Socialista” responsabiliza personalmente a Carrillo de los incidentes, quien, como en tantas ocasiones, lo negará. En Málaga una huelga general degeneró en lucha entre socialistas y sindicalistas.[1]

El 12 de junio la CNT celebró una asamblea revolucionaria en el monte de El Pardo y pocas horas después su Comité Nacional y las MAOC comunistas pedían que se armase al pueblo y declaraban la huelga general revolucionaria. Por otro lado, esa misma tarde, el teniente coronel Rodrigo Gil, jefe del Parque de Artillería había entregado a los milicianos los 5.000 fusiles que tenía disponibles. Los cerrojos de otros 50.000 se hallaban en el Cuartel de la Montaña. Casares Quiroga[2] ordena entregarlos a su ayudante, pero el coronel Serra se niega.  En Madrid la tensión y el clima de violencia eran tan grandes que se refleja en el comportamiento de los diputados en el Congreso quienes se enfrentan verbalmente con gran violencia. En la sesión del 16 de junio Gil-Robles presenta su balance de la violencia política desde las elecciones de febrero: 269 muertos, 1.287 heridos (la gran mayoría de las víctimas eran de derechas), 33 periódicos de la derecha asaltados o dañados, 10 completamente destruidos, asalto de 312 centros políticos y sedes de sociedades privadas, más destrucción de otros 69; 160 iglesias totalmente destruidas, 251 templos asaltados o incendiados, 113 huelgas generales, 228 parciales, 146 bombas y petardos explotados, 78 recogidos sin explotar…El Gobierno no solo no lo admite, sino que lo atribuye a las derechas.

José Calvo Sotelo, diputado por Renovación Española, interviene en esa borrascosa sesión corroborando y añadiendo datos, lo que enfurece más a la bancada izquierdista. La Pasionaria, exasperada, amenaza: “Éste ha sido tu último discurso”. [3]

Y así fue. El 13 de julio le asesinó un comando policial socialista. Tras el magnicidio, el comunista José Díaz anuncia una proposición de ley “para declarar ilegales todas las organizaciones que no acaten el régimen en que vivimos, entre ellas Acción Popular (….) y los periódicos que las representan”. Las izquierdas pretenden que sólo ellas tienen derecho a vivir y es lo que pusieron en práctica a partir del día 18 de julio.  La situación se preveía tan peligrosa que Casares Quiroga, presidente de Gobierno, aconseja a su amigo y paisano, el obispo de Madrid Eijo Garay, que por su seguridad abandonara rápidamente la ciudad. Marchará a Galicia. Carrillo puso más tierra por medio: irá a París. Volverá cuando vea que el temor a un triunfo rápido de los sublevados se desvanece.

El cadáver de Calvo Sotelo tras su asesinato por la izquierda republicana.

Ante esta situación no es de extrañar que la mayoría de la población de Madrid estuviera harta y viera la sublevación militar como una ayuda no solo para restablecer el orden, sino para salvarles de la muerte como veremos más adelante. Fue un problema para Madrid que mientras los revolucionarios ya tomaban posiciones, los afines a la sublevación estaban expectantes o reunidos sin adoptar posiciones defensivas. Mientras el Círculo Socialista del Puente de Segovia en San Justo número 2, se armaba y formaba enseguida el primer batallón de milicias. La noche del 18 configuran los batallones de Mangada, Lacalle, Marina, Sánchez Aparicio y Fernández Navarro y el Ministerio de Guerra ordenó que las fuerzas más leales salieran a cortar los accesos hacia la capital. Casares es sustituido por Martínez Barrio quien, ante el ambiente revolucionario de los sectores obreros, dimite antes de que aquellos nombramientos sean publicados. José Giral, de Izquierda Republicana, iniciado el 5 de diciembre de 1926 en la logia Danton nº 7 de Madrid, con el nombre simbólico de Nobel, decidió confraternizar con el pueblo entregándole las armas que exigían. De esta forma, las calles de Madrid quedaron bajo el control de las masas revolucionarias a las que se unieron numerosos militantes de la CNT, (entre ellos Cipriano Mera, recién salido de la cárcel Modelo),  oprimidos por la orgía de destrucción que aquellos llevaban a cabo.

Fanjul, que pensaba salir para Burgos, fue reclamado por el comandante Castillo desde el Cuartel de la Montaña para que encabezara la sublevación. A mediodía del 19, con el cuartel rodeado de vociferantes revolucionarios, entró, vestido de paisano, junto a su hijo y una vez dentro y ya vestido de uniforme, se dirigió a jefes y oficiales del Regimiento Covadonga nº 4, recriminó al Gobierno por la situación que se vivía en Madrid y terminó con Vivas a España, a la República, y al Ejército. A continuación redactó un bando en el que se limitaba a declarar el estado de guerra “en nombre del ejército español, para salvar de la ignominia a España”, lo que empujó a otros militares no en activo, jóvenes falangistas y algunos monárquicos a entrar en el cuartel superando los tres cercos constituidos por la Guardia Civil y de Asalto, el batallón de socialistas y los grupos armados del pueblo de Madrid. Fanjul y otros mandos seguían a día 20, esperando la ayuda de las tropas de Campamento. Esto era lo que les motivaba para no destruir los cerrojos que custodiaba el cuartel, pensando que podían ser muy valiosos para las tropas del general Mola, a las que creían próximo a Madrid.

La matanza del Cuartel de la Montaña (la realidad que algunos quieren ocultar)

No podemos detenernos a detallar las macabras actuaciones que Burillo Sthole (que se definía como fiel al Ejército, al Partido Comunista y a la Logia Masónica) y Orad de la Torre, también masón, causaron al cañonear el cuartel que además fue bombardeado por aparatos de Cuatro Vientos y Getafe. Las masas tuvieron fácil la entrada en el centro y dejaron el patio sembrado de cadáveres.

Los demás acuartelamientos de Madrid se mantuvieron en una tensa espera, preparando columnas, pero ante la falta de órdenes superiores, permanecieron inactivas; los más importantes conatos se produjeron en el cuartel de María Cristina con la sublevación del Regimiento Wad-Ras nº 1 que terminó siendo bombardeado por aire hasta que se rindieron a mediodía. También hubo algunos conatos de resistencia en los cuarteles de Pacífico y del Conde Duque, sobre todo como respuesta a ataques de las turbas.

Los combates que se produjeron durante las primeras 72 horas de la Guerra Civil en Madrid fueron terribles, especialmente en el Cuartel de la Montaña. Vencida su resistencia las armas que en él había, unidas a las del Parque de Artillería, se repartieron generosamente entre el pueblo, con lo que las masas revolucionarias reafirmaban su poder en las calles, de modo que los no partidarios del Frente Popular no tardaron en sufrir el fracaso de la sublevación. Los primeros los militares. De los cerca de 150 oficiales que dirigieron la defensa, 98 murieron en el combate o fueron asesinados a sangre fría en el mismo patio de armas. El resto de los muertos en la lucha fueron unos 300 pertenecientes a diferentes graduaciones militares y afiliados a la Falange Española. Muchos murieron a bayonetazos y cuchilladas por parte de individuos exaltados sedientos de sangre. Algún oficial consiguió huir in extremis del cuartel quitándose la guerrera en el momento en el que entraron los milicianos en el cuartel y haciéndose pasar por un simple soldado de reemplazo.

Tras los enfrentamientos del Cuartel de la Montaña, el campamento de Carabanchel y el cuartel de María Cristina, los depósitos de cadáveres de los principales hospitales de Madrid se llenaron completamente. Las autoridades de la República tuvieron que anunciar por radio que no se llevaran más cuerpos a determinados hospitales porque se encontraban saturados de personas. Además, durante esa primera semana de guerra también hubo otro problema: la falta de ataúdes en la capital. Las funerarias no disponían de tantas cajas de madera por lo cual, todo valía para enterrar a los difuntos.

La violencia fue considerada como ‘necesaria’ porque se creía que los militares rebeldes solamente eran la parte más visible de una rebelión fascista extensa, una conspiración monolítica en la que estaban implicados capitalistas, curas, militantes de base de los partidos de derechas, etcétera”, explica Ruiz[4], (en línea con las teorías tradicionales de la izquierda). “Es decir, la lucha contra el enemigo interno era considerada tan importante como la lucha en el frente. ‘Política’, el periódico de Izquierda Republicana, lo señaló el 5 de agosto de 1936, un día después de la creación por parte de Manuel Muñoz Martínez, director general de Seguridad del Comité Provincial de Investigación Publica, que luego fue el tribunal revolucionario más mortífero en Madrid (checa de Fomento): ‘Estos días se está realizando una limpieza a fondo en la retaguardia. Es indispensable. Estamos en guerra, y en la más implacable de las guerras, y sería pecado mortal dejar posibles traidores a nuestra espalda’”.

Los milicianos armados e incontrolados, tras la caída del cuartel de la Montaña, circulaban por la ciudad dueños de sus calles, pedían documentación en cualquier esquina o plaza y se iniciaba la persecución de aquellos que consideraban enemigos del régimen de modo que hasta la republicana Clara Campoamor lo relata así en 1937 en “La revolution espagnole vue par une republicainne”: “Solamente en la Casa de Campo se encontraban de 70 a 80 cadáveres cada mañana. Un día, el gobierno hubo de confesar que había 100 muertos”.

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Clara Campoamor en un mitin.

Las checas que se instalaron en la retaguardia republicana desde el mismo momento de iniciarse la Guerra Civil eran cárceles controladas por los partidos del Frente Popular en las que miles de “enemigos” fueron torturados y asesinados sin ningún tipo de garantías judiciales. Toma su nombre de la policía política creada en los primeros momentos de la revolución soviética. Desde que se produjo el reparto de armas a las milicias de los partidos políticos de izquierda, una decisión tomada el 19 de julio de 1936 por el jefe de Gobierno José Giral, los elementos radicales que conformaban estos grupos, en lugar de emplearlos en el frente para frenar el avance de las tropas de Franco los emplearon para dar rienda suelta a su afán de venganza y a sus más bajos instintos.

Una vez armados, en Madrid, Valencia, Barcelona,… hasta en pueblos de pequeño tamaño, se incautaron de locales e instalaron cárceles a las que pronto empezaron a denominar como checas. En ellas empezaron a instalar los más salvajes métodos de tortura –asesorados por los soviéticos que llevaban en España desde antes del comienzo de la guerra- y se lanzaron a detener a toda aquella persona que fuera considerada contrarrevolucionaria. En esas cárceles entraban religiosos, burgueses, falangistas, empresarios, periodistas,… pero también quienes eran denunciados por querellas personales y viejos litigios.

Las checas eran muy variadas en cuanto a sus instalaciones, pero las más activas y con mayor capacidad, sobre todo las que estaban en Madrid y también en Barcelona y Valencia, instalaron diversos sistemas de tortura. En ellas se realizaban tormentos que iban desde las palizas a las electrocuciones, pasando por las celdas de hielo, campanas de calor, los ruidos estridentes o las luces fijas. En algunas existía una habitación llamada la carnicería, donde se amputaban en vivo miembros para obtener confesiones. Eran frecuentes las celdas que para debilitar la voluntad del detenido le dificultaban  el descanso. Para ello se incluían elementos como catres inclinados que les impedían dormir o suelos con ladrillos en arista que imposibilitaba el apoyo de los pies o tumbarse en él.

Madrid era una checa: había cuatro por cada kilómetro cuadrado. Una investigación dirigida por Alfonso Bullón de Mendoza ha descubierto que en la capital existían 345 checas, 120 de ellas sin inventariar en la «Causa general» que se hizo durante la posguerra. Vinculados a ellas, aunque no exclusivamente, figuran grupos de actuación como las temibles Milicias de Vigilancia de Retaguardia, los Linces de la República o los Libertos de la FAI.  Aunque la que más excesos cometió fue La Brigada del Amanecer de García Atadell [5]. Nada de todo esto se menciona en la exposición.

Placa a los Mártires caídos en el Cementerio de Carabanchel.

Los españoles que pudieron se refugiaron en las embajadas, las cuales, ante el elevado número de solicitantes de amparo bajo su bandera, tuvieron que hacerse con más edificios que bajo la protección de su estatus, evitaban, en lo posible el asesinato de militares, sacerdotes, religiosos, civiles hombres y mujeres, que tanto daba el sexo, todos inocentes. Esta situación que algunos llamaron “el terror rojo” llevó a  Winston Churchil a declarar sobre los republicanos: «De haber sido español, me habrían asesinado a mí, a mi familia y a mis amigos».

Efectivamente, los partidarios del Frente Popular vencieron a los sublevados en julio y desató un clima de violencia terrible. A medida que las tropas africanas iban avanzando por Extremadura y se iban acercando de forma imparable a la capital, se incrementaba la violencia en forma de represalias como la matanza de los presos del tren de Jaén (12 de agosto), el asalto a la cárcel Modelo (22 de agosto), los paseos (julio a diciembre), las sacas de presos (noviembre y primeros días de diciembre). Se decía que toda esta violencia era causada por grupos incontrolados, pero se ha demostrado lo inconsistente de esta afirmación. La cuestión es que este clima de enorme violencia y desorden público había destruido y hecho desaparecer el Estado de derecho en la España republicana. Habían perdido el control en beneficio de las organizaciones más revolucionarias, cuyo éxito en la derrota de los alzados les había otorgado el poder real en la calle. Y así llegan a instaurar algo que en estos días también pretenden, de alguna manera, la justicia por consenso” o justicia del pueblo en el que éste se tomaba la justicia por su mano que, tan arbitraria y salvaje era, que hasta El Socialista en un editorial insistía en la necesidad del respeto a la ley y llegaba a calificar esa que llamaban justicia popular de “conducta vesánica”.

Puede leer:  La masonería contra el Valle de los Caidos

A pesar del fracaso de la sublevación en Madrid, Mola logró destacar tres columnas motorizadas procedentes de Valladolid, Burgos y Pamplona. La columna de Pamplona estaba compuesta por milicias requetés entrenadas desde meses antes, junto con tres batallones de infantería comandados por el coronel  Francisco García-Escámez. Las tres quedaron detenidas en las laderas del sistema central y serían las primeras en hostigar a Madrid por el norte. La punta de lanza de la ofensiva por el sur seguía estando compuesta por regulares marroquíes y legionarios como venía siendo desde que comenzara su avance desde Sevilla. Finalmente, la situación llegó a un punto muerto a principios de agosto de 1936.

A comienzos de noviembre la línea del frente se encontraba a las puertas de Madrid que quedaba rodeado por las tropas nacionales, excepto por la carretera de Valencia. El presidente Azaña abandonó la ciudad el 19 de octubre. La caída de la línea defensiva Alcorcón-Getafe-Leganés-Villaverde, el 4 de noviembre, dejó la importante base aérea de Getafe en manos sublevadas y llevó la guerra a las puertas de la capital. El Gobierno abandona Madrid y huye a Valencia, por cierto que la situación era tal que al pasar por Tarancón Largo Caballero y algunos ministros tuvieron suerte, quizás les conocieron y fueron respetados, pero a otros se les detuvo, vejó y escarneció llamándoles cobardes y amenazándoles con asesinarles. Algunos se salvaron aparentando acceder a su vuelta a Madrid, para después, por otro camino seguir a Valencia. Fue labor de la “tristemente famosa”, dice Vidarte, refiriéndose a la Columna de Hierro, formada por presos comunes liberados por la FAI del penal de San Miguel de los Reyes.[6]

De modo que el Gobierno en pleno, más algunos de menor categoría, huyen dejando encargados  de defender la capital a una Junta de Defensa de Madrid, presidida por el general Miaja que se encuentra con un remanente de municiones para tres horas.[7] Pero el Gobierno cuenta con algo muy importante: el oro del Banco de España.

Las desastrosas consecuencias que los hechos anteriormente descritos tuvieron, intentaremos exponerlas brevemente.

*A principios de noviembre, Negrín, como ministro de Hacienda, entrega tres cuartas partes (la otra la reserva el gobierno para usarla en Francia) del oro de la Nación que custodiaba el Banco de España, a la URSS: unas diez mil cajas con un peso total de seiscientas cincuenta toneladas. La operación, según Vidarte “fue hecha estrictamente de acuerdo con la Ley de Ordenación Bancaria”[8]; Jiménez Losantos afirma que Negrín lo hizo a espaldas de las Cortes, del gobierno y con el conocimiento de solo dos personas: Prieto y Largo Caballero. Al Jefe del Estado, Azaña, se lo dan como cosa hecha y a tapar, para evitar el escándalo de las democracias[9].

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*Lo que eufemísticamente llaman “salvamento” del tesoro artístico español: cuadros y otras obras de arte del Museo de El Prado, El Escorial, El Pardo, Aranjuez y Sigüenza. Vidarte afirma orgullosamente que se salvaron porque los sacaron de España, omite, naturalmente, los destrozos que sufrieron en un traslado innecesario, puesto que para entonces ya tenían vacíos los sótanos acorazados del Banco de España que habían custodiado el oro y hubieran garantizado que las obras no sufrieran daños. Su interés no radicaba en proteger las piezas sino en apropiarse de ellas. Robaron también las cajas de los Bancos y las Cajas de Ahorro y Monte de Piedad incluidas las pequeñas alhajas que los pobres habían empeñado si estos eran “desafectos”; y, por supuesto los objetos artísticos de iglesias y monasterios. Claro que esto no fue solo en Madrid. Robaron en toda la España republicana y hasta el patrimonio de España en el extranjero. Robaron tanto que, cuando Negrín y Prieto salieron huyendo, pudieron llenar con el botín todo un yate, el Vita.

*El robo del tesoro numismático del Museo Arqueológico Nacional. Al empezar la Guerra Civil, el MAN contenía más de 160.00 monedas y 15.000 medallas, lo que suponía una de las principales colecciones numismáticas del mundo. Al término de la Guerra se recuperó únicamente el llamado Tesoro de los Quimbayas[10], depositado en Suiza como los cuadros del Museo del Prado, gracias a las gestiones del gobierno de Franco. Martín Almagro Gorbea, Anticuario Perpetuo de la Real Academia de la Historia, calificó la operación de verdadero robo del Patrimonio Nacional, por hacerse bajo amenaza, sin control documental y al margen de la legalidad, para beneficio de algunos políticos de la élite republicana.

Jiménez Losantos llama a estos robos la hazaña cleptocrática más asombrosa de todos los tiempos”. Naturalmente en la flamante exposición a que nos referimos, no se hace mención a nada de esto, ni tampoco a otro punto que tratamos en el siguiente artículo. Si doloroso fue este expolio para la recuperación de España, mayor fue el que sufrió en vidas humanas. Un auténtico martirio el que sufrieron los “desafectos”, aunque no se metieran en política. Por el contrario, valoraban positivamente si se declaraban “desafectos” a la religión. Miles murieron por negarse a ello; por eso algunos llaman a este periodo “holocausto católico”. No es cierto; mataban a diestro y siniestro: a militares, literatos, filósofos o políticos, bien es verdad que con mayor inquina a los que vinculaban con la religión católica, pero su ansia de sangre era tal, que incluso mataron a alguno de su propio bando porque les parecía “muy burgués” y le consideraban infiltrado aunque, por supuesto, no era cierto.

De este holocausto, de este martirio que algunos, César Vidal entre otros, comparan con Katyn, hablaremos en el próximo artículo.


[1]  Juan-Simeón Vidarte:”Todos fuimos culpables”T-I  pag 203

[2] Fue iniciado el 24 de octubre de 1917 en la logia Hispanoamericana nº 379 de Madrid, dependiente del Gran Oriente Español con el nombre simbólico Saint Just. En mayo de 1918 ya ostenta el grado 3º. El 7 de enero de 1920 solicitó la plancha de quite para formar parte de la logia Gallaecia nº 408 de La Coruña, tras concluir sus estudios en Madrid. En la logia  Gallaecia figura con el cargo de Primer Vigilante, y su padre, Santiago Casares Paz, simbólico Cicerón, de setenta y cuatro años, con el de Segundo Vigilante. En 1925 Casares Quiroga se afilió a la logia Suevia nº 4 de la Gran Logia Regional del Noroeste de España. Ese mismo año figura como Venerable y grado 18. En 1929, Casares Quiroga, todavía Venerable de la logia Suevia nº 4, fundó la Organización Republicana Gallega Autonómica (ORGA)

[3]Fue borrado del acta de la sesión lo que las izquierdas aprovechan para negarlo, pero ha sido corroborado por declaraciones de personajes a quienes no se les puede acusar de fascistas, como Josep Tarradellas (entrevista por Pilar Urbano); Revista “Época“, nº 33; 1985; p. 26.) y Salvador de Madariaga, diputado republicano en Cortes; España: ensayo de historia contemporánea; 1979, pg. 384. Urbano Orad de la Torre militar socialista y masón declararía a El País el 26 de septiembre de 1978 “La decisión de asesinar a Calvo Sotelo la toma la masonería el 9 de mayo del 36”. Larrea agosto 2015 http://elcadenazo.com/index.php/que-parezca-un-accidente/

[4] Julius Ruiz (1973)1​ es un historiador e hispanista escocés  de origen español, ​ profesor de laUniversidad de Edimburgo Es autor de El terror rojo ​ (Espasa, 2012), un estudio sobre la represión republicana durante la Guerra Civil Española y otros.

[5]Agapito García Atadell (Vivero, Lugo, 28 de mayo de 1902-Sevilla, 15 de julio de 1937) fue un obrero tipógrafo y activista político español. Es conocido por su papel durante la Guerra Civil Española al  haber dirigido una «checa» en Madrid durante los primeros meses de la contienda y por su participación en la represión. Su nombre ha quedado estrechamente asociado con las checas y con la represión republicana en Madrid durante la contienda. Adquirió gran notoriedad en la zona republicana, también porque el 24 de septiembre de 1936 detuvo a Rosario Queipo de Llano.

Para octubre de 1936 la actividad del grupo García Atadell había decaído de forma significativa, y el propio Agapito empezó a ser cuestionado desde algunos sectores republicanos. A finales de octubre el encargado de negocios británico Georges Ogilvie-Forbes mantuvo un encuentro con Atadell y le hizo saber la mala imagen internacional que estaban provocando sus acciones, algo de lo que él responsabilizó a anarquistas y comunistas.​ Consciente de que las tropas franquistas se aproximaban a Madrid y de que la ciudad podía ser capturada, Atadell decidió emprender la huida junto a su esposa —Piedad Domínguez Díaz, una monja exclaustrada— y dos de sus colaboradores, Luis Ortuño y Pedro Penabad. Estos últimos reunieron varias maletas llenas de dinero y objetos de valor, producto de sus saqueos e incautaciones —algunas fuentes cifran en veinticinco millones de pesetas (de la época),  la cuantía del botín—.​ Llegaron hasta Alicante, donde adquirieron pasaportes falsos de Cuba y embarcaron en un buque hasta llegar al puerto francés de Marsella. Cuando se hizo evidente su huida, la prensa republicana reaccionó y empezó a arremeter duramente contra Atadell.

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El cineasta Luis Buñuel, avisado por un sindicalista francés de la presencia de García Atadell, informó de este hecho al embajador republicano en París, Luis Araquistain, quién a su vez notificó a las autoridades francesas para que lo detuvieran. Aunque se solicitó la extradición, la petición llegó demasiado tarde, dado que este ya había embarcado en un barco rumbo a América. ​ Por ello, el gobierno republicano autorizó a Araquistain para que avisara a las autoridades franquistas a través de una embajada neutral de la presencia de García Atadell en un barco que debía hacer escala en Vigo y en las islas Canarias. Cuando el barco hizo escala en Vigo el gobierno francés en un principio no autorizó la detención. Finalmente, Agapito García y Pedro Penabad fueron detenidos durante el 24 de noviembre de 1936 una escala en Las Palmas.​ Tras ser sometido a algunos interrogatorios, posteriormente fue trasladado a Sevilla, donde prosiguieron las investigaciones. Pasó varios meses internado en el ala de máxima seguridad de la prisión provincial de Sevilla. Según señaló el historiador. Tras ser juzgado por un tribunal, fue condenado a la pena de muerte y ejecutado en el garrote vil en julio de 1937. ​

[6] JUAN SIMEON VIDARTE: “Todos fuimos culpables”T II p 531

[7] Ibidem  T II p 532

[8] Ibidem T II p 537

[9] Federico Jiménez Losantos: “Memoria del Comunismo”p 485

[10] Se denomina Tesoro de los Quimbayas a un conjunto de objetos de oro y tumbaga encontrado formando parte del ajuar de dos tumbas de esta cultura precolombina, que fue regalado por el Gobierno colombiano a la Corona española a finales del siglo XIX. Hoy forma parte de las colecciones del Museo de América de Madrid, en el que se exhibe de forma permanente. Su importancia radica no solamente en el número de piezas que integran el conjunto, sino en su excepcional calidad artística y técnica, lo que las convierte en auténticas obras maestras del arte precolombino.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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