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La España del «baby boom»

Estamos ante un cambio generacional de los que marcan hitos en la Historia. Sin pretenderlo, esos dos millones escasos de independentistas han removido las conciencias de españoles resignados a la aceptación de lo inevitable han cambiado el curso de la Historia.

Más allá de los clichés estereotipados con los que la izquierda acostumbra a saludar cualquier visión del mundo que no sea la suya, la presentación en sociedad con caracteres parlamentarios de una formación política con ideas claras y asentadas en el pensamiento conservador liberal y patriótico debe movernos a una reflexión muy seria acerca de lo sucedido en España desde la muerte del general Franco y lo que esté por llegar en los tiempos que se acercan.

Creo, sinceramente, que estamos ante un cambio generacional de los que marcan hitos en la Historia. Sin pretenderlo, esos dos millones escasos de independentistas —ya separatistas hiperactivos— que han removido las conciencias de españoles resignados a la aceptación de lo inevitable han cambiado el curso de la Historia. En realidad, se trata de un proceso en marcha en toda Europa y por las mismas razones que aquí: la generación del “baby boom” (la mía) ha despertado. Somos tantos, que habíamos desarrollado —a impulsos de oscuros intereses generalmente económicos— un espíritu pastueño confortable y muelle, confiados en que el desarrollo alcanzado durante los días de nuestra infancia, adolescencia y juventud era eterno. Pero la crisis de 2008 lo ha cambiado todo y, probablemente, para mucho tiempo, si no para siempre, al menos en Occidente.

Una sociedad que expulsa del mercado de trabajo a sus mejores, más cualificados y más expertos profesionales a los 50 años para absorber jóvenes seducidos por el señuelo de un enriquecimiento fácil y rápido a los que en realidad va a tratar como a siervos sin futuro es una sociedad terminal. Si a ello unimos el invierno demográfico, es decir, la caída libre de la natalidad frente al envejecimiento de las generaciones del “baby boom”, el cuadro es tan apocalíptico que hasta mis acomodados coetáneos estamos respondiendo a los estímulos. Por ejemplo, al del director general de la Seguridad Social, que se acaba de permitir el lujo de recordar a la generación del “baby boom” que sólo habrá pensiones hasta que ella empiece a cobrar, dentro de diez años. La extrema izquierda que cogobierna en las sombras ya ha presionado, además, para que el Estado se vaya incautando de los planes de pensiones, última tabla de salvación de la generación del “baby boom”.

Coincide este complejo plantel de ataques a mi generación con la llegada masiva de inmigrantes sin documentar y por la fuerza de los hechos consumados. ¿Quién está pagando todo esto? ¿Contra qué supervivencia va la solidaridad incontrolada? Obviamente, contra la del “baby boom”, que se ha llevado toda la vida cotizando, casi siempre por decreto, para ver cómo su vejez pende de un hilo por culpa de una pésima gestión por parte de los dos partidos hegemónicos de la democracia, de la ideología dominante, dictada por la izquierda naturalmente, y del desorden confiscatorio que ofrece al mundo entero nuestras carteras generosamente. Ésas que han ido quedando esquilmadas a partir de nuestros despidos, porque el mercado quería gente joven a la que explotar mejor.

“La España viva”, rezaba el lema de Vox, coreado en Vistalegre y aledaños por 13.000 personas que acudían desde los más apartados rincones de la geografía nacional atraídos por lo mismo que llenó de indignación la Puerta del Sol o mejor aún la Piel de Toro de gritos como “¡Basta ya!” un no tan lejano día de luto y horror. Es como si la generación del “baby boom”, y otras, mayores y menores con ella, pusieran pie en pared de una vez y por todas, para hacerle un torniquete a esta España que se desangra por dos heridas: la agresión sistemática a los valores tradicionales y el derroche compulsivo de unas autonomías cuyos frutos han sido la secesión y el uso prostituido del dinero destinado a paliar el paro.

Hay una particularidad en todo esto. Algo que socialistas, peperos y separatistas han intentado disimular con éxito hasta que ya la manta no da para más: las generaciones del “baby boom”, las nacidas entre 1960 y 1975, ¡somos mayoría y lo vamos a ser hasta que nos muramos! Así que el invierno demográfico se va a convertir para sus instigadores de la socialdemocracia en su mayor enemigo. La pirámide de edad es panzuda y cada vez va a ir acumulando grasa más arriba. Pero el derecho al voto es vitalicio, a no ser que apliquen la eutanasia masivamente. Pero si continúa habiendo democracia en España hasta nuestro final, intentaremos que ningún Gobierno generalice el uso de la eutanasia. Es ley de vida, nada que ver con ideologías ni menos aún con partidos, estrategias electorales y otras zarandajas que tanto preocupan a los políticos actuales.

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En la misma comparecencia mediática, el jefe de la S. Social hablaba del “baby boom” como si se tratara de un enemigo que ataca por sorpresa. Ellos, los que abren de par en par las puertas de la catastrófica sanidad pública española al universo mundo, no contaban con el “baby boom”. Pero resulta que llevamos cincuenta años aquí, hemos visto ya muchas cosas, somos la generación del desempleo (que irrumpió cuando llegamos nosotros al mercado laboral) y del terrorismo (sustituido, cuando ya teníamos muchos años, por el separatismo que es su consecuencia lógica). No nos chupamos el dedo, queridos socialistas. Sabemos que muchos de ustedes también son del “baby boom”, pero ustedes se han asegurado ingresos que nosotros no hemos podido alcanzar, entre otras cosas porque no hemos querido dedicarnos a la política. Nuestros padres nos educaron para que trabajásemos, si era preciso, tan duro como lo habían hecho ellos, para que fundásemos una familia (ya saben, un hombre y una mujer, abiertos a unos hijos y a unos nietos). Ustedes prefieren gentes y modelos de otros países —por ejemplo Venezuela o Irán—, otras culturas, otras religiones y completamente ajenos a la educación que nosotros recibimos. La generación del “baby boom” estaba hasta el gorro de oír hablar de la guerra como si hubiera sucedido el día de la víspera, como si nunca fuéramos a salir de allí. Ustedes, socialistas y peperos, nos han devuelto a esa música triste que nuestros padres —ellos no podían hacer otra cosa, ustedes sí— nunca lograron sacudirse de encima. Nosotros sí lo hicimos, ¿saben? Nosotros miramos al futuro, y cada día que pasa, tanto si nuestros padres viven como si no —mucho más si no viven— miramos a nuestros mayores con una gratitud que, al parecer, ustedes no son capaces de entender. Porque somos hijos de un tiempo, de unos principios, de muchas horas de clases, entonces aburridas, después muy útiles, que ustedes desprecian, como si toda España hubiera vivido una pesadilla huera que se despejó cuando ustedes llegaron para multiplicar por diecisiete los parlamentos, los gobiernos, los tribunales superiores, las embajadas, las lenguas, las culturas, y sobre todo los cargos públicos, el ejército de asesores y puestos de libre designación, los programas de las oposiciones, los sistemas sanitarios cerrados, los libros de texto escolares, el presupuesto de las universidades y academias, las subvenciones a asociaciones y oenegés, los eres, las tarjetas negras y las campañas electorales. Sin olvidar los consorcios y mancomunidades de ayuntamientos, las empresas y organismos públicos absolutamente superfluos pero copiosamente regados de fondos “que no son de nadie”.

En todo ello, queridos enemigos de Vox, se han ido las energías nacionales que este partido intenta recuperar antes de que los de la “estrellada” y los del concierto económico rematen la faena. Y todo eso lo hemos visto, en el patio de butacas, la generación del “baby boom”. Entre otras cosas, queridos socialistas de todos los partidos, como decía Hayek, porque nosotros hemos pagado el espectáculo y vamos a salir del teatro con una mano delante y otra detrás.

ÁNGEL PÉREZ GUERRA. Escritor, periodista y cineasta | SEVILLA

Este artículo se publicó por primera vez en https://angelpguerra.blogspot.com/

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