No, no se trata de una nueva receta de bebida refrescante para estas fechas. Es la fórmula que han adoptado en la ordenanza municipal las autoridades de la ciudad de Almería para que los usuarios de la vía púbica responsables de perros paseantes se deshagan de sus residuos urinarios. Parece ser que esta líquida combinación deshace los efectos perniciosos de estos restos biológicos caninos en baldosas, paredes, árboles y otros destinos habituales, haciendo también desaparecer el olor. Aunque tampoco el olor a vinagre es una fiesta. Sin duda es una vieja fórmula que ha servido a nuestra civilización en general para limpiar y que, como se ve, no ha podido ser superada a día de hoy por ninguna otra.
No obstante, el alcance de la pócima es muy limitado. De hecho, convenientemente aplicada no limpiaría a Otegui de sus crímenes, por ejemplo. Tampoco esta especie de posca podría atenuar las ya de por sí avinagradas relaciones políticas de algunos partidos políticos con otros, consiguiendo que sus significados se fotografíen juntos o reconozcan haber pactado. Y es que realmente la química es una disciplina más fácil y simple que las relaciones humanas.
Ya quisiera Zapatero poder limpiar las actas de su negociación con ETA con agua y vinagre, a María Chivite también le gustaría duchar a Bildu con este mejunje y que su imparable hoja de ruta gubernamental de Navarra mejorase su aroma. Quizá en la Comunidad Murciana alguno debió beber esta agua enriquecida para no acabar confundiendo el sentido de su voto con aquellos de los que dijo querernos “salvar” en el mismo día y en el mismo discurso. A estas alturas se ignora, si con agua y vinagre, Sánchez e Iglesias podrían llegar a avanzar en su “gobierno de cooperación”, ese que no convence en Unidas Podemos. Porque si, como dice Pedro Sánchez, “hace falta un gobierno en julio”, con estos mimbres no llega.
También Puigdemont quiso envolverse en agua y vinagre para colarse en el Europarlamento de Bruselas, pero no fue suficiente y el tufo de huido de la justicia española le delató una vez más y no pudo pasar. Y eso que su abogado –Boye, condenado a 14 años por colaboración con ETA en el secuestro de Emiliano Revilla- le aseguró tenerlo todo bajo control. Es chocante que el complejo y generosamente financiado movimiento independentista despreciara tan manifiestamente el derecho e infringiera alevosamente su tipificado mandato y, a la vez, se empecine en usarlo para sacudirse responsabilidades. Con una mano hicieron ostentación de cometer y con la otra arguyen que no lo hicieron, que no fue rebelión, que no, que tampoco sedición y mucho menos malversación. Que se trata sólo de ideología, de opinión. Que la DUI se hizo e imprimió, pero no fue, “que era en otra sala”. Vamos, un laberinto en el que no hay perro que siga el rastro.
Todavía nos queda por ver la Comunidad de Madrid y se puede estar esperanzado, Gabilondo lo está. Esa semisuma que del todo no suma, pero que los protagonistas pueden resolver sentándose a tres, asistiendo sólo dos cada vez en dos reuniones distintas. Lo por algunos pretendido más que un pacto parece un collage y, aunque en Andalucía se consiguió, parece ahora expresamente más difícil. La cosa es que esta escenificación no satisface tampoco a Valls, si es que el objetivo es que algunos críticos le pasen la mano. Tampoco es que sea la definición de un estilo, porque esos dos encuentros con Esparza de Casado, por un lado y de Rivera por otro, no hay quien lo entienda. Ello a pesar de que Albert Rivera nos lo quiso explicar a todos, exponiendo que Ciudadanos tenía un pacto con Unión del Pueblo Navarro, no con el Partido Popular, aunque el PP tenga el mismo pacto con UPN. Ya ven, en todo momento la opinión pública había creído entender que lo de Navarra fue una entente cordiale entre UPN, PP y C´s. Y no.
El vinagre –hasta mezclado con agua- tiene un fuerte olor y puede servir no sólo para limpiar, sino para hacernos reaccionar ante este ligero desmayo que –con tanto por delante- nos asola en este principio de verano.
Por Joaquín L. Ramírez