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¿Quién va a invertir? ¿usted? ¡That is the question!

Para tomar graves decisiones que afectan a vidas y haciendas, no solo no se exige nada sino poco menos que se estimula a malversar, trincar, descuidar, prevaricar o sublevarse.

Porque me temo que a nadie le hará gracia –y mucho menos ilusión- que le administre sus cuartos un inútil, ignorante/ta, inope/pa, tonto l´haba/bo, por comunista/to, plagiario/a, chica/o de los recados, resentido/da, contrahecho/a, o atravesado/da, que sea el propio/a. Eso es patente, lo sabe everybody, que rehúye la cuestación. Les pagan unas cañas todo lo más, les ríen la gracia, les dan la razón práctica y dicen que van al wáter, desde donde saltan por la ventana y desgraciadamente es el principio del fin de la conocida por fiesta del chivo loco, o de la arrivée al poder de los descamisados sin cerebro, o los descerebrados sin camisa.

Una traca, unos cohetes, unas risas… y ¡a cascarla!, ¡al paro!, ¡a la calle!, ¡al guano!, los demás, claro, porque ellos se quedan agarrados a la brocha, al gotelé, o a los colgajos de lo que sea, ya que vienen dotados de unas ventosas y pseudópodos con los que se adhieren a las paredes, e incluso a los techos de los que se cuelgan tipo murciélago, a la vez que se les pone cara de obstinados en celo y gesto como de que comprenden. Pura apariencia. Ponen los suelos perdidos de excremento verde. En algunos círculos rurales se les ha venido denominando como “trepas”, e “inútiles”.

Allá donde entran estos especímenes, se aculan en las esquinas y permanecen hasta que saltan al cuello de sus amables y confiados huéspedes a la que pasan, y se alimentan de sus recursos hasta agotarlos. Se les cala porque siempre dicen memeces en varios sentidos, amparándose todo lo más y ya los muy estirados y versados, como el Simancas, aunque hayan perdido pelaje, en el camelo de Políticas o de Psicología -muy extendidos estos últimos en Argentina- y rehúyen la verdad, los balances que no aciertan a leer, los dictados y las cuatro cuentas, echando las patas hacia adelante a la vez que arrufan. Son insolubles en agua caliente y en alcohol. Con benceno se han obtenido éxitos efímeros, porque saltan de inmediato a otros huéspedes que pasan cerca, y ponen caritas de asco mientras no cesan en chupar del bote. En ciertas autopsias, dentro de la cavidad craneal –muy dura generalmente- se les han encontrado restos de comida, caca de vaca y alguna revista atrasada a medio digerir, generalmente de deportes de bajo rendimiento, que es donde brillan en las fiestas del pueblo. Gincanas, lanzamientos de toallas, huesos de aceituna, de aperos de labranza y carreras de sacos.

Es de cajón, y no se les oculta ni a ellos y mira que se les ocultan cosas, pero es lo que tiene una ley electoral –sobrellevada y consentida sucesivamente por largas mayorías absolutas y reparadoras de sabios como Aznar –qué carácter el de este hombre- y otras eminencias cobardes, que podían adivinar la deriva- sin mínimos básicos que se exigen para cualquier producto que se paga, que cuesta dinero, para que no te den gato por liebre, abadejo o fogonero por bacalao -Gadus morhua, que es el que nos gusta al pil-pil, como el Skrei al horno, en fresco- para evitar el fraude o engaño.

Observen ustedes –por si no lo habían advertido-que, para operar un golondrino, recetar cualquier cosita, sacar una muela, edificar un chamizo o redactar una demanda de nada se exigen titulaciones, práctica y colegiación. Pues bien, para tomar graves decisiones que afectan a vidas y haciendas, no solo no se exige nada –ni la etiqueta de anís del mono siquiera como es el caso de la Lastra-  sino poco menos que se estimula a malversar, trincar, descuidar, prevaricar o sublevarse, con unas interpretaciones postconciliares de avío y unos tiempos antediluvianos. ¿Por qué razón se toma a chufla algo tan importante como el conocimiento de la ley y de la Constitución –que no eximen de su cumplimiento, aunque se ignoren- o una preparación y entrenamiento en empresas como mínimo con un listón decente?

Puede leer:  El Gran Apagón … y una pequeña luminaria

Pues no. Se ha permitido llegar, burlando los mínimos básicos elementales, a personajes de tallas ridículas –cuasi infantiles- que se extienden por el escaño ocupando la superficie en su totalidad, envueltos en mantras, batamantras y ocurrencias y adhiriéndose al tejido como las garrapatas.

Desde allí pontifican que se matan, muerden las manos de los que les alimentan y llaman fascista a todo lo que se mueve. ¿Qué se puede hacer?

Pelayo del Riego – Enero del 2020

 

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