El Consejo de Ministros ha aprobado el Plan para la «Transición hacia una Nueva Normalidad», aunque para conocer todos los detalles de manera definitiva habrá que esperar a su publicación en el BOE.
No obstante su nombre ya nos da una pista. Y es que no se aprueba un plan de transición a la normalidad, sino un plan de transición a la Nueva Normalidad. Ello ya nos indica que el gobierno pretende instaurar un nuevo tipo de normalidad. Por eso los españoles debemos estar alerta, pues evidentemente, cumpliendo con el refrán aquel de “si tu casa vieras quemar acercate a calentar”, aprovechará para colarnos de rondón su visión ideológica sobre el hombre y la sociedad.
Esto es, evidentemente, la perversión del poder, pues el poder político no está para “transformar” la sociedad, sino para servir al bien común. Bien común que solo en muy escasas materia puede determinar el Gobierno. Y es que aunque hoy en día se hable mucho del bien común, es la verdad que no existe un único bien común, sino que existen tantos bienes comunes, como sociedades forman la comunidad política llamada nación.
Existe un bien común familiar, como existe un bien común municipal, como existe un bien común profesional para cada profesión. Y los que en justicia se debe dilucidar es cuáles sean los bienes comunes correspondientes para cada tipo de sociedad, para los integrantes de esas sociedades, o aquellas personas llamadas naturalmente a regir las mismas.
Así, en las familias el bien común de cada una de ellas lo debe determinar los cabezas de familia, del mismo modo que el bien común municipal lo determinan los vecinos y el de las profesiones los que ejercen las mismas.
Esto de determinar cada sociedad menor qué sea el bien común es lo que constituye la soberanía social, que es la auténtica barrera a la tiranía. Y si ya antes de la crisis del coronavirus el PSOE y Podemos procuraban imponer por todos los medios su visión ideológica en todos los aspectos de la vida, ahora su inclinación a ello será mayor.
Ya a lo largo de esta crisis han ido anticipando, en dosis contadas, retazos del futuro que nos espera: mayor peso de lo público, intervenciones económicas, nuevas regulaciones en materia escolar –separación de alumnos en clases, medidas sanitarias- que harán inviable la educación privada y concertada, el sacrificio de las generaciones futuras (es decir, mayor endeudamiento que deberán pagar nuestros bisnietos), etc.
En este panorama, la nomenclatura de “Nueva normalidad” no es nada tranquilizadora, desde luego.
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